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      Ella le miró atónita.

      –¡No sabía que había perdido una pierna!

      –A él le encantaría oírte decir eso. La verdad es que casi nadie se da cuenta. Se ha acostumbrado a llevar la prótesis, cambió radicalmente de actitud, y parece que por fin vuelve a tener su vida bien encauzada.

      –Qué bien, me alegro por él.

      –Sí, es un gran tipo. Cuenta con toda mi admiración.

      –Estaba prometido, ¿verdad? ¿Se ha casado ya?

      Boone vaciló antes de admitir:

      –Su relación se rompió, y te aconsejo que no saques el tema delante de él.

      –¿Se rompió por lo de la pierna?

      –Sí. Ethan es un experto en el tema de los desengaños amorosos.

      –Qué lástima –como él se limitó a asentir, le miró a los ojos y le preguntó–: ¿Vas a entrar a tomar leche con galletas? A lo mejor te apetece algo más fuerte, me parece que tenemos alguna cerveza.

      Emily le vio vacilar y tuvo la impresión de que, de no ser por B.J., se habría marchado en ese mismo momento, así que se sorprendió cuando él le sugirió que fuera a por un par de cervezas y añadió:

      –Si te apetece, podemos ir a charlar al muelle para ponernos al día.

      Ella no dudó en aceptar aquel ofrecimiento de paz.

      –Genial –le contestó de inmediato, antes de ir a por las cervezas.

      Cuando entró en la casa, encontró a sus hermanas colmando de atenciones a B.J., dejando que les enseñara su brazo vendado y comentando admiradas lo valiente que había sido.

      –¿Dónde está Boone? –le preguntó su abuela.

      –Fuera. Vamos a charlar un rato y he entrado a por un par de cervezas, si te parece bien.

      Sus hermanas y su abuela se miraron sonrientes, y Samantha alargó una mano y exclamó:

      –¡Yo gano!

      –¿El qué? –le preguntó Emily con suspicacia. Se quedó boquiabierta al ver que tanto su abuela como Gabi ponían un billete de cinco dólares en la mano extendida de Samantha, y se indignó aún más al ver la sonrisa victoriosa de esta última–. Será broma, ¿no? ¿Se puede saber cuál ha sido la apuesta?

      –Cuánto tardaríais Boone y tú en hacer las paces –le contestó Gabi, sonriente.

      –No hemos hecho las paces, solo vamos a tomar una cerveza y a charlar –protestó, ceñuda.

      –Con eso nos vale –le aseguró Samantha.

      –¿Y tú apostaste a que íbamos a tardar un par de días? ¿Qué dijiste tú, abuela?

      –Que pensaba que tardaríais una semana por lo menos.

      –Yo aposté a que nunca, porque los dos sois unos testarudos –admitió Gabi.

      Emily sacudió la cabeza en un gesto de exasperación, agarró las cervezas, y salió sin más. Boone estaba sentado en el muelle con los vaqueros remangados y los pies metidos en las cálidas aguas del estrecho de Pamlico.

      –¿Cuántas noches crees que pasamos aquí sentados, charlando hasta que Cora Jane venía a decirte que entraras ya? –le preguntó él, antes de aceptar la cerveza y tomar un trago.

      Emily sonrió al recordar el empeño de su abuela en asegurarse de que se limitaran a hablar y no hicieran nada más. Lo había logrado hasta que Boone se había sacado el carné de conducir, porque, de allí en adelante, habían encontrado un montón de sitios donde disfrutar de intimidad.

      –Yo tenía catorce años el verano en que nos conocimos, y a partir de ahí nos hicimos inseparables. Haz las cuentas. Aunque en aquella época bebíamos refrescos, no cerveza.

      –Me parecías la chica más guapa que había visto en mi vida –admitió él.

      Para variar, su voz estaba teñida de nostalgia y no de la amargura a la que Emily se había acostumbrado en los últimos días.

      –Y a mí me parecías el chico más peligroso de la zona, sobre todo cuando me enteré de que te habían arrestado por intentar comprar cerveza con un carné falso –le lanzó una mirada de soslayo–. ¿De verdad creías que iba a colar que tenías veintiún años? Acababas de cumplir los quince.

      –No fue uno de mis mejores momentos. Cora Jane me ha recordado ese incidente esta misma mañana; según ella, lo que pasó tendría que hacerme creer en las segundas oportunidades.

      –¿No crees en ellas?

      –Supongo que depende de las circunstancias, hay cosas bastante imperdonables.

      –¿Por qué tengo la impresión de que lo que has hablado con mi abuela tenía algo que ver con lo que te hice?

      Él se volvió a mirarla con una sonrisa en los labios.

      –Porque ella cree que mi actitud hacia ti es un poquito intransigente.

      –Y lo es –asintió ella, antes de esbozar una amplia sonrisa–. Aun así, lo entiendo. Sé que te hice daño, Boone. A decir verdad, yo tampoco te lo he puesto fácil.

      –Según me han dicho, yo te hice daño a ti cuando me casé con Jenny.

      –Sí, la verdad es que me lo tomé como algo muy personal.

      –Yo creía que te sentirías aliviada.

      Emily le miró con incredulidad.

      –¿Por qué? Te había dicho que te amaba, daba por sentado que me esperarías.

      –Cielo, deja que te diga una cosa: Si le dices a un tipo que le amas justo antes de dejarle, es difícil que te crea. Te aconsejo que lo tengas en cuenta si vuelve a surgir una ocasión parecida.

      –¿Hacía falta que buscaras otra novia tan rápido?

      –¿Qué quieres que te diga? Me sentía perdido sin ti, y estaba dolido y enfadado. Jenny estaba aquí, y me dejó claro que estaba enamorada de mí. Nada de juegos, ni de fingir, ni de motivos ulteriores. Ella quería casarse y fundar una familia, y me gustó esa actitud después de que tú me dijeras que no estabas preparada para nada de todo eso.

      Emily hizo de tripas corazón y le preguntó abiertamente:

      –¿La querías, Boone?

      Él la miró con una expresión inescrutable en el rostro durante unos segundos antes de contestar:

      –¿Te sentirías mejor si te dijera que no? La verdad es que sí que la quise, Emily; de no ser así, no me habría casado con ella. No me considero tan mezquino como para hacer algo así.

      Ella sintió el inesperado escozor de las lágrimas en los ojos. En el fondo, había guardado la esperanza de que no hubiera existido amor entre ellos, pero eso era muy egoísta por su parte. La idea de que Boone se hubiera sentenciado a sí mismo a un matrimonio sin amor era absurda.

      –Lo siento –le dijo, sin saber del todo por qué estaba disculpándose. Quizás fuera por la pérdida que él había sufrido, o por su propio deseo infantil de seguir siendo la primera en su corazón–. ¿Fuiste feliz?

      Él volvió a mirarla en silencio durante un largo momento.

      –Sí, sí que lo fui. Y, cuando llegó B.J., creí que todas mis aspiraciones se habían cumplido.

      –Te entiendo, es un niño fantástico.

      –Sí, y está claro que le has caído muy bien.

      A juzgar por su tono de voz, estaba claro que aquello seguía sin gustarle demasiado, y Emily le aseguró:

      –El sentimiento es mutuo. Espero que no le prohíbas venir a verme por lo que ha pasado hoy.

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