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tía Jess –dijo arrastrándola hacia el puesto de pastelitos de harina.

      –Tienen buena pinta. Nada como un poco de grasa y azúcar en polvo para empezar el día.

      Estaban esperando en fila cuando alzó la mirada y vio a Will yendo hacia ella y abriéndose paso entre la multitud.

      A veces olvidaba lo alto que era y lo pequeña que siempre la había hecho sentir.

      –¿Qué te ha traído al festival? –le gritó–. Creí que odiabas esta clase de cosas.

      –Hace un buen día y me apetecía salir y estar al aire libre. Además, Connor me dijo que todos vendríais a echar una mano por aquí, así que supuse que yo también podría ayudar.

      El pequeño Mick extendió los brazos y Will inmediatamente lo levantó en brazos.

      –Ey, colega, ¿cómo te va?

      –Voy a compar pasteitos –dijo emocionado y señalando hacia el cartel del puesto–. Y mansana de camelo y herado tamién.

      Will se rio.

      –¿Ah, sí? –miró a Jess–. Eres una mujer valiente.

      –Eso me dicen. ¿Quieres que te pida algo cuando nos toque?

      –No. Por ahora me conformo solo con café. Creo que he visto unos puestos de café más abajo.

      Por norma general, Jess evitaba la cafeína, pero le encantaba el café.

      –Imagino que no tendrán descafeinado.

      –Iré a ver. Si no tienen, cruzaré la calle. Hay una pequeña cafetería allí que está abierta. ¿Por qué no os lleváis el pastel al puesto y nos vemos allí?

      –Me parece genial.

      –Voy con Will –dijo Mick.

      Jess miró a Will.

      –Por mí, bien –dijo él.

      –¿Puedes llevarlo a él y un café caliente?

      –Mick no necesita que se le lleve en brazos todo el tiempo, ¿verdad, colega? Puedes darme la mano y caminar como un chico grande.

      Mick asintió con entusiasmo.

      –Soy un chico gande, tía Jess.

      Jess los vio marcharse. Había algo en el modo en que Will había interactuado con su sobrino que le llegó al corazón. Estaba claro que Mick adoraba a Will y eso le hizo preguntarse qué clase de padre llegaría a ser. Pero pensar en Will de ese modo resultaba tan desconcertante que prefirió dejarlo de lado y centrarse en la tarea que tenía entre manos. Compró la tarta, aún caliente, y volvió al puesto. Mientras caminaba, partió un pedazo y lo masticó pensativa. Tal vez no era muy sano, pero estaba delicioso. Fue un sabor que la devolvió a la infancia.

      Al volver con los demás, Connor la vio y una expresión de verdadero pánico surcó su cara. Salió del puesto y corrió hacia ella.

      –¿Te importaría decirme qué demonios has hecho con mi hijo? –le preguntó entre susurros para que Heather no los oyera.

      Asombrada ante el hecho de que su hermano pudiera pensar que era tan irresponsable como para haber perdido a su hijo, le contestó.

      –¿De verdad crees que me he ido y me he olvidado de tu hijo?

      –No sé qué pensar. Se ha marchado contigo, pero no está aquí. Sería muy propio de ti haberte puesto a hablar con alguien o haberte distraído y haberle perdido la pista.

      –Gracias por el voto de confianza –dijo apenas conteniendo su ira; una ira que agradeció porque, de lo contrario, habría estallado en lágrimas–. Mick está con Will. Imagino que confías en uno de tus mejores amigos lo suficiente como para que cuide a tu hijo, ¿verdad? Oh, mira, ahí vienen, sanos y salvos. Asegúrate de que Mick se coma su pastel –se lo lanzó a su hermano, sin importarle si lo agarraría al vuelo o se le caería al suelo. Después, se dio la vuelta y se marchó.

      –¡Jess!

      Ignoró a Connor y siguió caminado, no muy segura de adónde iba hasta que se topó con el agua y los sonidos de la fiesta se desvanecieron tras ella. Caminó a lo largo del borde intentando calmar el golpeteo de su corazón, esperando a que las lágrimas se secaran.

      A lo largo de los años había aprendido a acostumbrarse al modo en que la gente, incluida su familia, reaccionaba ante algunas de las decisiones que tomaba. Si cometía un error, era muy fácil culpar al síndrome de déficit de atención, pero en esa ocasión no había hecho nada malo. Dejar que el pequeño se fuera con Will no era nada malo; es más, seguro que su sobrino estaba más seguro con él que con ella, sobre todo para Connor. Estaba claro que su hermano mayor no quería admitir que tenía sentido común y que era una persona responsable, pero ella no se merecía esa falta de fe.

      –¿Estás ocupada fustigándote por haber dejado que Mick se viniera conmigo? –le preguntó Will situándose a su lado.

      –No, la verdad es que estoy enfadada con mi hermano por tener tan poca confianza en mí.

      Will se quedó sorprendido con la respuesta.

      –Bien por ti. No has hecho nada malo.

      –Lo sé.

      –Y Connor se siente fatal por haberte cuestionado como lo ha hecho.

      –Lo dudo mucho. Siempre es muy bueno sacando conclusiones precipitadas en lo que a mí respecta. Cree que no tengo el más mínimo sentido común.

      Will se rio.

      –Pero dejas que se salga con la suya y haces lo mismo con toda tu familia. Te has acomodado en la posición que te han dado como la O’Brien que no puede hacer nada bien. Utilizas el trastorno por déficit de atención como excusa tanto como ellos.

      –Está claro que yo no hago eso.

      –Claro que sí. Es más fácil apoyarse en eso que examinar de verdad qué ha salido mal en ciertas situaciones. Tienes razón, todos cometemos errores, incluso los que no tenemos ningún síndrome de déficit de atención. Después de todo estos años, con todo lo que has logrado, sabes que has podido controlar la mayoría de los síntomas, aunque aún te juzgas demasiado rápido cuando la cosa más mínima sucede.

      Jess suspiró.

      –De acuerdo, a veces es así. Supongo que cuando creces con gente que no espera que hagas nada bien, dejas de esperar nada de ti mismo. Pero hay algo que sí que hago bien: he convertido el hotel en un éxito y por un tiempo me he olvidado de que padezco de déficit de atención. Tienes razón. Puedo vencerlo, y creo que por eso me duele tanto que Connor me mire como acaba de hacerlo, como si yo no hubiera cambiado nada.

      Aunque la expresión de Will era compasiva, intentó razonar con ella.

      –Solo estaba asustado, Jess. No puedes culparlo por eso.

      –Le daba miedo que hubiera perdido a su hijo. ¡Como si el pequeño Mick fuera una barra de pan que puedo dejarme olvidada por ahí!

      –Fue un segundo de pánico –dijo Will–. Dale un respiro. Sabes que Connor te quiere. Nadie está más orgulloso de ti y de tus logros que él.

      Ella cerró los ojos. Eso era lo peor; lo consideraba más que un hermano, era su mejor amigo, y precisamente por eso sus dudas con respecto a ella le dolían tanto.

      –Lo sé –dijo en voz baja.

      –¿Estás lista para volver?

      –Claro.

      –Bien, porque estamos perdiéndonos algo emocionante.

      –¿Qué?

      –Thomas y Connie bailando el uno alrededor del otro como dos adolescentes enamorados.

      Jess se rio ante la imagen.

      –Son

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