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hizo, no fue buena, pues emitió un grito y retrocedió hacia la entrada. Siguió la dirección de su mirada asustada y se dio cuenta de que los trapos ensangrentados que había usado para limpiarse la herida aún yacían en el suelo a sus pies.

      —Yo… yo… —comenzó a murmurar ella.

      —No finjáis estar arrepentida —le advirtió él, y apartó los trapos de una patada para ponerse en pie—. Queríais escapar, yo estaba en vuestro camino y decidisteis quitarme de en medio.

      —Tenéis razón, milord —dijo ella suavemente—. Mi única intención era huir. Y vos estabais en mi camino.

      —¿Por qué? ¿Huíais de mí en particular? ¿De este matrimonio? Pronunciasteis los votos frente al sacerdote y a los testigos. Me jurasteis fidelidad. ¿Entonces por qué huís?

      —Huía de vos. Huía de este matrimonio. Simplemente huía —contestó Gillian en voz baja.

      Brice sospechaba que ella sabía que interceptaría todos sus intentos de escapar al convento, ¿pero por qué no habría corrido hacia la protección de su hermano?

      —¿Por qué el convento? —dio un paso hacia ella, pero se detuvo cuando se apartó. Probablemente le tuviese miedo.

      —Allí me recibirían bien. La madre reverenda dijo que sería bienvenida en su comunidad.

      —¿Y no seríais bienvenida en casa de vuestro hermano?

      La expresión angustiada de su rostro le dijo más de lo que esperaba descubrir, pues palideció y los ojos se le llenaron de dolor y de miedo. Brice estiró el brazo, pero ella se apartó. Sin saber cómo proceder con ella, era evidente que estaba agotada.

      Ése había sido su plan; hacer que caminara de vuelta al campamento para cansarla y evitar así otro intento de huida. Viendo cómo luchaba por mantenerse en pie e intentaba parecer fuerte, comprendió la fuerza de su orgullo y de su determinación.

      Era una oponente digna, pero sería mejor señora para su gente y esposa para él si lograba ganarse su confianza y su cooperación. Aprovecharse de ella en esa tienda de campaña no iba a conseguir eso. No consumar el matrimonio no era una opción, pues si llegaba al convento provocaría un desastre que tardaría años en solucionarse. Y sabía perfectamente que volvería a intentarlo. Aun así, negó con la cabeza y se rindió a lo inevitable.

      —Idos a dormir —le dijo señalando hacia el catre.

      Gillian se quedó mirando la pila de mantas que habían ocupado hacía no tanto.

      —No lo comprendo —dijo.

      —Es casi medianoche —explicó él—. Por la mañana nos aguardan nuevos desafíos, así que será mejor que descanséis.

      Brice se dio la vuelta y comenzó a recoger los trapos manchados del suelo. Ella permaneció quieta donde estaba. Así que él se acercó al catre, levantó las mantas y le indicó que se tumbara. Como si estuviera preparada para que la atacara a la menor oportunidad, lady Gillian se metió en el catre y se quedó sentada sin dejar de mirarlo. Comenzó a desabrocharse la capa, pero entonces se envolvió con ella y se tumbó.

      Brice la cubrió con las mantas y trató de no pensar en su presencia en la tienda. Intentó no pensar en su cuerpo hermoso y femenino bajo esas mantas. Pero sobre todo intentó no recordar el modo en que gemía cuando la acariciaba íntimamente. Pero, cuando Gillian se soltó el velo y el pelo cayó sobre sus hombros, él se excitó al instante y estuvo a punto de perder la batalla.

      Al darse cuenta de que su cuerpo estaba listo para poseerla y de que necesitaba una distracción, se entretuvo en terminar su tarea. Debería llamar a Ernaut para que se encargara de todo, pero eso podía esperar hasta por la mañana. Tras guardar su espada donde ella no pudiera alcanzarla fácilmente, recogió los trapos y los lanzó fuera de la tienda. Se ocupó de otras tareas insignificantes sólo para no pensar en levantar las mantas del catre y arrancarle la capa y la ropa para poseerla como deseaba hacer.

      Poco después el castañeteo de unos dientes inundó la tienda. Brice se dio la vuelta y se acercó a ella. Vio que todo su cuerpo estaba temblando bajo las mantas. Su propio aliento producía vaho al respirar, y le hizo darse cuenta de que debía de estar helada hasta los huesos.

      Era justo el resultado que había querido provocar al obligarla a regresar andando al campamento, pero ahora se daba cuenta de que no le gustaba. Aseguró la entrada a la tienda y, tras guardar la daga debajo del catre, levantó las mantas y se tumbó a su lado.

      Dado que ella estaba de espaldas a él, Brice se acercó hasta que tocó su espalda con el pecho, y la rodeó con los brazos para darle calor. Ella reaccionó inmediatamente, se tensó y se quedó completamente quieta. Tan quieta estaba que ni siquiera la sentía tomar aire al respirar.

      —Tranquila —le susurró al oído—. Sólo quiero calentaros para que dejen de castañetearos los dientes y así yo pueda dormir algo.

      Agarró los pliegues de su capa y la envolvió con ella mientras frotaba la pierna contra la suya para darle calor. Esperó sus protestas, pero ella no dijo nada. Tras pocos minutos, los dientes dejaron de castañetearle. Poco después cesaron los temblores.

      —Aunque quería que sufrierais después de lo que hicisteis, no era mi intención que el castigo fuese tan severo —le dijo, sintiendo cómo su cuerpo se relajaba contra él.

      —Y aunque yo quería dejaros inconsciente, no era mi intención causaros una herida tan profunda —respondió ella.

      Brice no pudo evitar reírse y soltarla un instante para ponerse boca arriba. Luego volvió a abrazarla para recuperar aquella postura tan cómoda.

      —Sospecho que tal vez estemos hechos el uno para el otro después de todo.

      Esperaba otra respuesta, pero no obtuvo ninguna; poco después escuchó su respiración profunda y supo que estaba dormida. Él también necesitaba algunas horas de sueño antes de afrontar el siguiente paso con su esposa.

      Sabía que Gillian se creía a salvo de sus atenciones, pero aquella prórroga sólo duraría hasta por la mañana. Aunque se hubiera dormido siendo virgen esa noche, no lo sería cuando se fuese a dormir al día siguiente. O cuando se levantaran para afrontar los desafíos por la mañana.

      Cinco

      Después de que la humedad de la noche permitiera que el frío se le metiera hasta los huesos, Gillian agradeció el calor. Al moverse entre las mantas y la capa se dio cuenta de que también estaba en vuelta por la fuerza del calor. Al oír los sonidos del campamento por la mañana, abrió los ojos y vio a su marido abrazado a ella.

      Y mirándola fijamente.

      Le llevó unos segundos darse cuenta de sus intenciones antes de que se acercara a ella y la besara. Aprisionada entre las mantas, la capa y sus brazos, apenas podía moverse para apartarse. O eso se dijo a sí misma, pero cuando sus labios se encontraron ya no pudo pensar en otra cosa.

      La tenía acunada con un brazo bajo su espalda mientras deslizaba el otro por su vientre hasta apoyarlo en su cadera. La embargaron entonces los mismos sentimientos, el mismo calor que había sentido la última vez que la había tocado así, y su cuerpo comenzó a temblar bajo sus caricias.

      —¿Tenéis frío? —le preguntó él suavemente.

      —No —contestó ella—. Creo que no — entonces sus caricias exploradoras encendieron un camino de fuego desde su vientre hasta sus piernas—. No —repitió.

      Brice sonrió y a Gillian ser le aceleró el corazón. Él deslizó la mano por su cadera y la bajó por su pierna, y respirar se volvió difícil. Pero, cuando le agarró el dobladillo del vestido y de la túnica y comenzó a subírselos, su cuerpo se convirtió en algo que no podía reconocer.

      La piel de sus muslos se estremeció bajo el vestido mientras sentía la mano subir lentamente, y toda la sangre del

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