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comer era su señor. Para un siervo atado a la tierra, ser expulsado era como firmar su sentencia de muerte.

      —Aunque él se haya ido, a aquéllos que trabajáis para Oremund os advierto; no mostraré piedad con los traidores que persigan su causa. Soy hombre de Guillermo de Normandía, rey de Inglaterra, y defenderé su reino.

      Brice regresó junto a Gillian y terminó.

      —Hay mucho trabajo que hacer y mucho éxito que cosechar, si no hay discordancia, desobediencia, ni deslealtad. No busco problemas, pero no me apartaré de ellos. Ahora volved a vuestras labores y recordad mis palabras.

      Vio cómo los sirvientes se separaban, pero Brice quiso saber la reacción de Gillian, de modo que se volvió hacia ella.

      —Temen su regreso, milord —dijo ella—. Oremund dejó claro que regresaría, y los hará responsables a ellos.

      —Oremund no se quedará con Thaxted — respondió él—. No importa lo que les haya dicho ni lo que planee. Tanto la fortaleza como tú sois mías, y no renunciaré a nada.

      Le llevó la mano a los labios y se la besó. Un leve rubor coloreó sus mejillas y ella asintió, como si aceptara sus palabras. Los sonidos de su estómago arruinaron el momento y le recordaron su atroz falta de modales. La condujo a la mesa donde había comido y pidió que le llevaran comida. En esa ocasión los sirvientes siguieron sus órdenes al instante.

      Lucais había dicho que tenía que dejar claro su lugar ante todo el mundo, y aquélla le parecía la manera más fácil de hacerlo. Brice no era tan tonto como para pensar que eso le aseguraría la lealtad de la gente, pero tenía que intervenir de alguna manera o Gillian nunca podría vivir tranquila en su propio hogar.

      Cuando los hombres libres, incluido su tío el herrero, se aproximaron, les indicó que se unieran a él en la mesa y comenzó a negociar los términos de sus servicios. Aunque Gillian no dijo nada, sólo tuvo que mirar su cara y sus ojos para ver si estaba ofreciendo demasiado o no lo suficiente. Siguiendo sus consejos, concluyó las conversaciones a su favor y luego se despidió de los hombres. No sin antes hacerles la misma advertencia, aunque con otro castigo más apropiado si lo traicionaban ante Oremund.

      Aunque el tiempo lo diría, Brice se preguntaba cómo podría hacer que su esposa confiara en él lo suficiente como para decirle toda la verdad. ¿Y llegaría a tiempo para salvarlos a todos?

      Gillian intentó no sonreír mientras observaba a lord Brice negociar con el molinero, el cervecero, el velero y su tío, y otros hombres libres que habían trabajado para su tío. Aunque su hermano se había apoderado de todo y había establecido sus propias tarifas, una miseria en comparación con su valor, aquel nuevo lord parecía disfrutar de los entresijos de la oferta y la contraoferta.

      Cuando su tío le había pedido que lo visitara más tarde, ella había mirado primero a su marido. Aunque Brice le había dicho que no estaba prisionera, decirlo y permitirle libertad eran cosas bien distintas. Cuando él le advirtió que no intentara hacer demasiado en su primer día fuera de la cama, con mirada penetrante al decir «cama», Gillian sintió un calor muy distinto por su cuerpo.

      El día pasó deprisa, pero había cierta melancolía que teñía sus intentos por disfrutar de su libertad, y de los intentos de su marido por librarlos a todos de Oremund. Cuando Brice informó de que no estaría allí para la cena, ella decidió cenar en sus aposentos. Aunque se metió en la cama antes de que él llegara, su cuerpo palpitaba con una sensación de anticipación ante la posibilidad del placer. Lo había sentido cuando le había besado la mano y la había mirado fijamente, y había seguido sintiéndolo durante todo el día.

      Pero la comodidad de la cama y los acontecimientos del día desafiaban a sus esfuerzos por mantenerse despierta esperándolo. Pronto se le cerraron los ojos y se durmió.

      Lucais había quedado satisfecho con el resultado de su declaración a los sirvientes, pues significaba comida caliente y en cantidades abundantes. Stephen no estaba tan seguro del éxito del mensaje y le advirtió que algunos desaparecerían de la fortaleza en los próximos días para intentar regresar con su verdadero señor. Aquella advertencia también incluía un recordatorio; Brice estaba en su derecho de capturar y matar a cualquier siervo que escapara y que estuviera vinculado a esas tierras.

      Brice los escuchó a uno tras otro, pues buscaba su consejo en todos los aspectos. A pesar de la ausencia de sus amigos más cercanos, descubrió que Lucais y Stephen se parecían a ellos en muchos aspectos. Lucais veía las sutilezas mientras que Stephen veía lo directo y previsible. A ambos se les daba bien planear estrategias, eran sagaces e inteligentes.

      Y leales sin dudarlo.

      De modo que Brice decidió que Lucais sería el gobernador de la fortaleza, mientras que Stephen serviría como capitán de sus soldados. Ansel serviría a Lucais, mientras que Richier sería el segundo al mando de Stephen. Lo único que faltaba era alguien al mando de la casa.

      Con todo lo que le había ocurrido, Brice pensaba que lo mejor sería esperar a que Gillian se acostumbrara a su papel de esposa antes de pedirle que se encargara de las labores de la casa, pero a medida que progresaba la reconstrucción y la necesidad de más campos de cultivo se hacía inminente, sintió que necesitaba su colaboración.

      Mientras la veía alejarse hacia la herrería desde su lugar privilegiado en lo alto de la torre del guardia, se preguntaba si podría confiar en ella.

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