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camino errado, pero se arrepintió antes de su hora postrera.

      El final del purgatorio será venturoso para cada alma en él retenida. Por eso eleva Dante el tono poético. Virgilio presiente ya la cercanía de Beatriz, y le dice a Dante para animarle: «Me parece que la están viendo mis ojos» (Canto 27, 52-54). Dante añade: «Nos guiaba una voz que cantaba al lado de allá, y nosotros, atentos solamente a ella, salimos por donde estaba la subida. Venite, benedicti Patris mei (Venid, benditos de mi Padre), se oyó decir a un ser luminoso que allí había, y lo era tanto que me fue imposible mirarlo» (ibid., 56-59).

      Dante comienza a presentir la dicha del cielo, al que se está acercando, mediante un sueño en el que creyó ser Lía —la primera esposa del patriarca Jacob—, que extiende en torno sus bellas manos para hacerse una guirnalda (ibid., 100-102). Esta premonición se acentúa cuando Virgilio le predijo que el supremo bien está a punto de serle concedido: «Aquel dulce fruto que por tantas ramas va buscando el afán de los mortales hoy, en paz, saciará tu hambre» (ibid., 115-117). Conmovido, el afanoso caminante comenta: «Nunca hubo regalo que me causara un placer igual. Y tanto se acrecentó en mí el deseo de hallarme arriba que, a cada paso, parecían crecerme alas para volar» (ibid., 121-123).

      Cuando, en la subida, pisaron el último escalón de esa morada, Virgilio le miró a los ojos y le dijo, con el aire grave de los testamentos: «Has visto, hijo, el fuego temporal y el eterno, y has llegado a un lugar a partir del cual no puedo ver nada nuevo. Te he traído hasta aquí con ingenio y destreza; toma desde ahora tu voluntad por guía; ya estás fuera de los caminos escarpados y angostos. Mira el sol que ilumina tu frente; las hierbas, las flores y los arbustos que esta tierra por sí sola produce. Mientras llegan, felices, los bellos ojos que, llorando, me hicieron ir a ti, puedes sentarte o puedes ir hacia ellos. No esperes mis palabras o mi consejo. Libre, recto y sano es tu albedrío, y sería un error no actuar conforme a su parecer; y así, considerándote dueño de ti, te otorgo corona y mitra» (ibid., 127-142), es decir, cierto grado de soberanía.

      La primera señal de que nos acercamos al reino de Dios es hacernos cargo del respeto que el Creador siente hacia nuestra libertad y nuestra responsabilidad.

      La cercanía del paraíso

      Para indicar que está acercándose al paraíso, Dante nos presenta paisajes amables, acogedores, bien aromados y animados por los trinos de los pájaros. En ellos destaca la presencia de mujeres jóvenes y hermosas que entonan canciones deliciosas mientras escogen las flores más bellas.

      Una de ellas le indica que se halla en el «paraíso terrenal» (Canto 28, 91-93), en el cual el Sumo Bien situó al hombre en principio. «El Sumo Bien, que solo en sí mismo se complace, hizo al hombre bueno y para el bien y le dio este lugar en aras de su eterna paz. Por su culpa permaneció aquí poco; por su culpa, en llanto y en afán cambió la honesta risa y el dulce pasatiempo» (ibid., 94-96).

      Abundan aquí los cantos de bendición y alabanza. Una joven, con entusiasmo de enamorada, expresa en una bella melodía esta bienaventuranza: «Beati, quorum tecta sunt peccata!» (dichosos aquellos a quienes se le perdonaron sus pecados) (Canto 29, 1-2).

      Este ambiente de belleza y bondad está penetrado de una luz muy viva, y hasta las gentes de un cortejo «están vestidas de un blanco tan puro como nunca existió» (ibid., 64-66).

      Las flores dan al conjunto un aire festivo y alegre, verdaderamente primaveral. Los cien ministros y mensajeros de la vida eterna cantan jubilosos: «Benedictus qui venit!» (bendito el que viene),12 y arrojan flores, mientras exclaman: «Manibus o date lilia plenis!» (esparcid lilios a manos llenas)13 (Canto 30, 19-22).

      Aparición de Beatriz

      En este ambiente «donde siempre es primavera», la bien amada Beatriz aparece «coronada de olivo sobre el cándido velo, vestida de color de llama viva, bajo un verde manto. Y mi espíritu (…), por la oculta virtud que de ella emanaba, sintió la gran fuerza del antiguo amor (…)». Dirigiéndose a Dante, le dice: «¡Mírame bien! Soy yo; soy realmente Beatriz. ¿Cómo te creíste digno de subir al monte? ¿No sabías que aquí el hombre es feliz?» (ibid., 73-75).

      Beatriz le reprocha a Dante haber cometido serios errores al faltar ella de la tierra. Dante se arrepiente profundamente y se ve sometido a una especie de rito de purificación. Una joven le dice que se agarre a ella y lo introduce en un río; lo sumerge en él mientras se oye cantar el Asperges me, antífona que pronuncian los sacerdotes católicos cuando bendicen al pueblo con agua bendita.

      Tras este episodio —que recuerda el bautismo—, la joven lo saca del río y se lo entrega a cuatro hermosas danzarinas, que fueron elegidas para acompañar a Beatriz y representan las cuatro virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Ellas le comunican que lo llevarán a la presencia de Beatriz; «mas, para que puedas soportar la viva luz de sus ojos, agudizarán los tuyos aquellas tres que están allí y tienen vista más penetrante».14 Entonces, las tres «se adelantaron, mostrando su alto rango en su actitud, danzando al son de su canto angélico, en el que decían: “Vuelve, Beatriz; vuelve tus santos ojos al que te es tan fiel y para verte ha dado tantos pasos. Por gracia, haznos la gracia de desvelarle tu rostro, para que contemple la segunda belleza que le ocultas”» (Canto 31, 136-138).

      Se advierte aquí cómo para ascender a lo alto se requiere una vista más penetrante, una «mirada profunda».15 Veamos ahora lo que Dante, con su mirada agudizada, nos revela sobre la vida en el paraíso.

      El paraíso

      Beatriz advierte a Dante que «las cosas creadas guardan entre sí un orden, y este es la forma que tiene el universo de asemejarse a Dios» (Canto 1, 103-105). Un orden excelso debe configurar también la vida ética del hombre. «Sabes que, si va detrás de lo sensible, la razón tiene muy cortas las alas». Si cultivamos la razón, esta verá «que lo asombroso sería que, dueño de tu libertad, te mantuvieras abajo, como lo sería que una llama viva quedara quieta y pegada a la tierra. Una vez dicho esto, levantó los ojos al cielo» (ibid., 139-142).

      • Fijémonos ahora en cómo nos muestra Dante, a su modo, la lógica propia del paraíso, es decir, el modo de conducirse y pensar que tienen quienes viven la vida divina.

      • Vuelve, en el Canto 5, a resaltar el gran don que es la libertad de albedrío que Dios nos concedió (Canto 5, 19-22).

      • Llama la atención la frecuencia con que Dante presenta a Beatriz sonriendo. Sabemos que la sonrisa es un gesto encantador que denota afabilidad, comprensión y agrado.

      • Se observa que Dante se va haciendo consciente de cómo, al elevarse de nivel, se acrecienta su capacidad de contemplar la belleza (Canto 14, 130-139).

      • Destaca el poeta el valor de la justicia y pondera la bienaventuranza de quienes aman esta virtud (Canto 18, 91-94).

      • Buen conocedor del cultivo de la metafísica de la luz en la antigüedad griega y en la Edad Media occidental, Dante destaca, a menudo, el resplandor, la luz viva y resplandeciente, capaz de superar nuestra capacidad visual.

      • Con notoria complacencia destaca Dante en el paraíso la encantadora belleza de los cánticos. Recordemos que la música es —toda ella y desde la raíz— relación, entrega generosa, amor oblativo, armonía y, por tanto, belleza.

      • Se fija en el rostro de su amada, Beatriz, pero ella no le sonríe, como antes solía. «Si yo sonriese —empezó a decirme—, quedarías como Semele cuando fue convertida en ceniza, pues mi belleza, que por la escala del palacio eterno más brilla —como has visto— cuanto más arriba se está, si no se atemperase resplandecería de tal modo que tu fuerza mortal, ante su fulgor, sería como una rama que el rayo escinde. Hemos subido hasta el séptimo esplendor (…)» (Canto 21, 4-13).

      • Los temas clave que deciden la elevada calidad del relato de Dante sobre el paraíso son el amor, la libertad interior, el canto, la mirada, el movimiento, la interrelación, la armonía y sus dos preciados frutos: la belleza y la felicidad.

      La vinculación

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