Скачать книгу

mucho dinero en artículos de lujo (Durante & Griskevicius, 2016).

      Este tipo de consumo de productos puede obedecer a varios aspectos, por ejemplo, las mujeres jóvenes y de clases socioeconómicas altas pasan más tiempo de compras que las mujeres de más edad y de clases socioeconómicas bajas (Rich & Jain, 1968), hay mayor expectativa y presión cultural por su apariencia que por la de los hombres (Burton, Netemeyer & Lichtenstein, 1995), ir de compras mejora el estado de ánimo (Kwon & Shim, 1999), compras impulsivas (Vohs & Faber, 2007), o simplemente por pasar el tiempo (Mitchell & Walsh 2004; Wheeler & Berger 2007). Ahora bien, estudios recientes indican que la biología juega un papel importante en las decisiones de consumo de la mujer (Durante et al., 2011). Parece ser que los cambios hormonales experimentados por la mujer a lo largo de las fases del ciclo menstrual influyen en sus decisiones (Durante et. al., 2008, 2011, 2014). Veamos.

      Las hormonas femeninas que participan a lo largo de las fases del ciclo menstrual (de manera más específica: los estrógenos y la progesterona) se han relacionado con las preferencias sexuales. De acuerdo con Gangestad y Thornhill (2008), los cambios hormonales experimentados en el ciclo menstrual son una adaptación o estrategia evolutiva. A esta adaptación la han llamado: “hipótesis del ciclo ovulatorio”, la cual refiere que la selección natural pudo haber formado aspectos psicológicos en la mujer que estarían presentes en un periodo de tiempo muy corto del ciclo menstrual, cuando la concepción es posible (Gangestad & Thornhill, 1998, 2008). En este sentido, la hipótesis refiere que las mujeres que se encuentran en la ventana de mayor fertilidad tienen una preferencia por compañeros sexuales con indicadores biológicos que pueden ofrecer un perfil genético óptimo para la descendencia.

      Diversas investigaciones han encontrado que en la fase ovulatoria la mujer tiene una mayor preferencia por hombres con ciertos tipos de rasgos tales como: tono de voz grave —gruesa— (Puts, 2005), cuerpos más masculinos (Little, Jones & Burriss, 2007), hombres altos (Pawlowski & Jasienska, 2005), rostros más masculinos, es decir, aquellos que poseen marcadores extremos de testosterona tales como una mandíbula más larga y ancha (Johnston et al., 2001; Penton-Voak & Perrett, 2000).

      Un reciente meta-análisis apoya las preferencias femeninas sobre algunos rasgos tales como la simetría facial y la masculinidad vocal en relaciones a corto plazo. También observó una preferencia por los olores asociados con la simetría y señales faciales asociadas con la testosterona; sin embargo, dicho estudio sugiere más datos para hacer afirmaciones confiables (Gildersleeve, Haselton & Fales, 2014). Ahora bien, si los cambios hormonales que experimenta la mujer a través de las fases del ciclo menstrual influyen en las elecciones de pareja, ¿podrían estos cambios tener un papel importante en otras decisiones, tal como lo sugiere Durante et al. (2011)?

      En el 2009 Croson y Gneezy hicieron una revisión de la literatura sobre las diferencias de género en las decisiones económicas, y aunque no se centraron en el papel de las hormonas, si dan un panorama general de las preferencias económicas y su diferencia entre hombres y mujeres. Así mismo sugieren que las futuras investigaciones deberían revisar el papel que juega la parte biológica (por ejemplo, la genética o las hormonas), el aprendizaje y su posible interacción. En este sentido, estos investigadores se enfocaron en tres factores de las diferencias de género en las decisiones económicas: las preferencias de riesgo, las preferencias sociales y la reacción a la competencia.

      Con relación a las preferencias de riesgo encontraron que las mujeres tienen mayor aversión al riesgo que los hombres, tanto en entornos de laboratorio como en las inversiones en el campo. Una posible explicación a esto la encuentran en las emociones, la confianza y en ver el riesgo como amenaza. Las emociones, en situaciones inciertas y bajo riesgo, pueden afectar en la mujer la evaluación de los resultados y las probabilidades. En cuanto a la confianza, se ha visto menor seguridad en ellas, lo que puede llevar a una percepción diferente de la distribución de probabilidad subyacente a un riesgo dado. En relación al riesgo, la mujer lo asume como amenaza, mostrando, por ende, una mayor aversión. Finalmente, se ha visto una excepción a la regla: mujeres que tenían cargos gerenciales exhibían una mayor propensión al riesgo que las que ocupaban otro tipo de cargos.

      Respecto a las preferencias sociales, Croson y Gneezy (2009) encontraron una variabilidad en el comportamiento femenino, esto lo podemos ver, por ejemplo, en el juego del ultimátum. Este consta de un proponente y un respondedor; el proponente decide cuánto de una dotación ofrece a un respondedor. Si el respondedor acepta la oferta, entonces el respondedor recibe la cantidad de la oferta y el proponente mantiene el resto de la dotación; si el respondedor rechaza la oferta, entonces ninguno de los dos jugadores recibe nada. Siguiendo este juego, los autores observaron que en la literatura había diferencias en las decisiones femeninas; en algunos casos, las mujeres aceptaban las ofertas; en otros casos, eran más exigentes y las rechazaban. Una explicación que dan los autores es que las mujeres son más sensibles a las señales sociales. De nuestra parte pensamos que, otra posible explicación a estos cambios es que algunas de las respuestas podrían estar mediadas por las hormonas, es decir, según la fase del ciclo en la que estuviera la mujer aceptaría o rechazaría una oferta.

      En cuanto a la competencia, Croson y Gneezy (2009) encontraron que el rendimiento de los hombres está más afectado por la competitividad que el rendimiento de las mujeres. Por ejemplo, en situaciones competitivas en las que solo se recompensa a la mejor persona del grupo, los resultados de las mujeres no mostraron diferencias, mientras que en los hombres si se observaban cambios en su rendimiento. Según los autores, este tipo de conductas pueden obedecer tanto a causas ambientales como biológicas. En la primera, por ejemplo, se han encontrado culturas donde las mujeres son más competitivas que los hombres, lo que sugiere que las estructuras sociales pueden jugar un papel importante en comportamientos competitivos. Respecto a la segunda, se ha encontrado que cierto tipo de hormonas, como la testosterona, se correlaciona más con comportamientos agresivos y competitivos.

      Croson y Gneezy (2009) nos dan un panorama general de las preferencias económicas; además, nos sugieren que las futuras investigaciones deberían revisar el papel que juega la parte biológica y el aprendizaje en este tipo de decisiones.

      Nuevas investigaciones se han interesado en estudiar si los cambios hormonales afectan las decisiones económicas, por ejemplo, S. J. Stanton (2017) ha realizado una revisión de la literatura sobre el papel de las hormonas en las decisiones económicas. Según lo refiere este autor hay un número relativamente pequeño de estudios publicados en los últimos diez años —con una mayor concentración de publicaciones en el último lustro—, teniendo un alcance más amplio las investigaciones que examinan el papel de las hormonas masculinas que el de las femeninas. Al igual que S. J. Stanton (2017), otros investigadores están de acuerdo en los escasos trabajos que examinan el papel de las hormonas femeninas en las decisiones económicas (Durante, Griskevicius, Hill, Perilloux & Li, 2011; Lazzaro et al., 2016; Pine & Fletcher, 2011).

      Al hacer una revisión de la literatura se pudieron encontrar algunas investigaciones que abordaron el papel de las hormonas femeninas en las decisiones económicas. Entre ellas tenemos las decisiones bajo riesgo, es decir, aquellas decisiones tomadas por un individuo en el que el resultado solo lo afecta a él; y las decisiones sociales, esto es, aquellas que involucran una o más personas en los procesos decisorios, y, por ende, el resultado decisorio afecta a un tercero.

      Respecto a las decisiones bajo riesgo, las investigaciones se han enfocado más en la testosterona y en menor medida en la oxitocina, el cortisol y el estrógeno (Buser, 2012). Parece ser que las mujeres muestran mayor aversión al riesgo que los hombres en todas las fases del ciclo ovulatorio excepto en la fase de mayor fertilidad (Lazzaro et al., 2016; Pearson & Schipper, 2013). Según Lazzaro et al. (2016), en la fase de mayor fertilidad, es decir, la fase ovulatoria, las mujeres son

Скачать книгу