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Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas. Lilia Ana Bertoni
Читать онлайн.Название Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas
Год выпуска 0
isbn 9789876285940
Автор произведения Lilia Ana Bertoni
Жанр Документальная литература
Издательство Bookwire
3 Carlos Payá y Eduardo Cárdenas, El primer nacionalismo argentino en Manuel Gálvez y Ricardo Rojas, Buenos Aires, Peña Lillo, 1978; Eduardo Cárdenas y Carlos Payá, Emilio Becher (1882-1921). De una Argentina confiada hacia un país crítico, Buenos Aires, Peña Lillo, 1979.
4 Dentro de un amplio arco de variantes individuales, la primera postura aparece paradigmáticamente en Carl Solberg, Inmigration and Nationalism. Argentina and Chile 1890-1914, Austin and London, Institute of Latin American Studies, University of Texas Press, 1970. El más clásico ejemplo de la segunda se fórmula en Gino Germani, Política y sociedad en una época de transición, Buenos Aires, Paidós, 1968. El libro de Carlos Escudé, El fracaso argentino. Educación e ideología, Buenos Aires, Tesis, 1990, plantea en forma extrema la interpretación de la reacción de la elite en el Centenario.
Capítulo I
Los años ochenta: una nacionalidad cuestionada
En 1887, el diputado Estanislao Zeballos afirmaba en el Congreso:
La cuestión de la inmigración es el interés más grave que tiene la República Argentina en estos momentos; el Congreso debe ser previsor adoptando todas las medidas prudentes para realizar estos dos grandes propósitos: atraer hacia nuestra patria a todos los habitantes del mundo que quieran vivir en ella e inculcar en el corazón de los extranjeros el sentimiento de nuestra nacionalidad.1
Zeballos resumía las inquietudes del momento. Una de ellas era la cantidad creciente de inmigrantes que estaban llegando al país. “Cuando se ven llegar millares de hombres al día, todos sienten el malestar de la situación, como una amenaza de sofocación, como si hubiera de faltar el aire y el espacio para tanta muchedumbre”, había escrito Sarmiento expresando una preocupación generalizada sobre las consecuencias de tal aluvión para una sociedad relativamente pequeña y una nación aún en formación.2 A la inquietud se agregaba un temor: según algunos políticos italianos, que buscaban justificaciones para la expansión colonialista, la jurisdicción metropolitana debía extenderse allí donde había colonias de connacionales, y donde consecuentemente se prolongaba la nacionalidad italiana, como ocurría con el Río de la Plata; en ese caso la anexión sería simplemente la consagración de un derecho natural. La convalidación de tal pretensión podía encontrarse en la categórica afirmación de uno de los teóricos de la nacionalidad italiana, Pasquale Stanislao Mancini: “¿Cuál es el límite racional de derecho de cada nacionalidad? Las otras nacionalidades”.3
Ya fuera por el fantasma de una sociedad en disgregación, o por la posibilidad, tanto o más amenazante, de que la soberanía nacional fuera cuestionada, en la década de 1880 la nacionalidad se ubicó en el centro de las preocupaciones de los grupos dirigentes. No era un tema completamente nuevo, pues el interés por la nacionalidad puede encontrarse mucho antes, con el romanticismo; sin embargo en la Argentina no fue un factor demasiado significativo en la construcción de la nación.4 Según se entendía por entonces, nación y Estado eran equivalentes; construir la nación supuso prioritariamente lograr, a través de un dificultoso proceso, los acuerdos políticos mínimos, la imposición del orden, el armado institucional, jurídico y administrativo; también, dotarla de un punto de partida legítimo y de una historia. Hacia 1880, con un dominio más pleno del territorio nacional y con la federalización de Buenos Aires, el Estado nacional surgió como el exitoso resultado del proceso previo.5 Pero en ese momento triunfal, la sociedad pareció entrar en un proceso de disolución: ante los angustiados ojos de muchos contemporáneos, la sociedad nacional y la nacionalidad –entendida como la manifestación de la singularidad cultural de un pueblo– parecían entrar en disgregación. Entonces, la cuestión de la nacionalidad cobró una importancia diferente. En los años previos, particularmente en la década de 1870, aparecieron indicios de preocupación por la nacionalidad –ya en la definición de los problemas, ya en las ideas–, pero en la década de 1880 esta cuestión adquirió una complejidad y una urgencia completamente nuevas. Los factores mencionados confluyeron para acelerar su despliegue: el ritmo que asumió la afluencia de la inmigración masiva y el clima de aguda competencia imperialista entre las naciones europeas. En estas circunstancias, los viejos problemas se tornaron graves y la necesidad de respuestas fue urgente. La solución se encontró en lo que sin duda era un imperativo del momento: la afirmación de la nación y la formación de una nacionalidad propia.
Una realidad problemática
La inmigración era una realidad antigua, pero en los años ochenta adquirió características tales que generó un novedoso y contradictorio clima de sentimientos. La imagen positiva del inmigrante y la entusiasta confianza en las posibilidades del futuro económico argentino que despertaba su presencia, se combinaron al final de la década con algo de inquietud y temor por los rasgos de la nueva sociedad aluvional.
En los primeros años de la década de 1880 los inmigrantes que ingresaban anualmente rondaban los 50.000 –cifra ya significativa–, pero desde 1885 el número creció sostenidamente, saltando a casi 300.000 en 1889; además, al enorme flujo se agregó la disminución de los regresos.6 “Gigantescas son las proporciones que han alcanzado las cifras de la inmigración en el año que termina”, afirmó La Prensa a comienzos de 1888, vinculando esa afluencia masiva con las cosas más diversas, como aquel cólera que asoló al país en 1887 y cuya “influencia fue más intensa y formidable sobre la inmigración que afluía, al parecer, adrede, en corrientes continuas y cifras verdaderamente enormes produciendo y aumentando los conflictos de la situación”. Dato significativo: la relación que se estableció con el “flagelo” fue aceptada sin más examen, por lo que “la prevención contra el inmigrante se apoderó de todas las poblaciones con excepción de las de esta Capital y de la provincia de Santa Fe”.7
Desde mediados de la década, el gobierno había iniciado una agresiva campaña de captación de inmigrantes en Europa, reemplazando su tradicional política de fomento de la inmigración espontánea –básicamente ofrecer garantías y amplias libertades a quienes libremente quisieran inmigrar– por otra de fuerte estímulo, a través de medidas “artificiales” como el subsidio estatal de los pasajes a los inmigrantes. Se organizó un complejo plan de fomento: el Departamento de Inmigración fue trasladado al área de Relaciones Exteriores y se creó una red de oficinas de Información y Propaganda en Europa. Esta tenía una sede en París y oficinas en Londres, Basilea, Berlín, Bruselas y otras ciudades europeas, que se encargaron de alentar la emigración, informando y distribuyendo pasajes que el gobierno argentino subsidiaba.8 La magnitud de los recursos empleados muestra la importancia que el gobierno de Juárez Celman asignaba al plan de fomento de la inmigración, decisivo para afianzar la expansión económica.9 El plan se articulaba con la captación de capitales europeos; las oficinas de Información y Propaganda debían servir para la venta de las tierras públicas en Europa y para canalizar nuevos capitales, mientras las exposiciones de productos argentinos, como la de 1888, preparada por la Unión Industrial y la Sociedad Rural, procuraban consolidar la imagen de un país pujante y próspero.
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