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propio proceso de trabajo, a la relación que establecemos fuera del estudio o al modo en que esa persona nos acepta o rechaza dentro de la exposición o de su proceso de trabajo. Yo nunca he pretendido ser un comisario invasivo, jamás he querido decidir nada por encima de la voluntad del o de la artista, siempre he considerado que debemos estar un paso por detrás, tanto para no compartir protagonismo —no creo que lo debamos tener— como para poder observar todo con un poco más de distancia. No obstante, no siempre sale todo bien y a veces uno termina siendo el objetivo de críticas debidas quizás a inseguridades no previstas ni dialogadas. Sinceramente, creo que ese foco que a veces se nos pone encima es tan inmerecido como innecesario. Se ha señalado la figura del comisario como una cúspide piramidal y creo que estamos muy lejos de administrar ese poder que muchas veces se nos atribuye.

      JC | Sí, totalmente de acuerdo. Sin duda estamos viviendo algo que jamás creímos que nos tocaría vivir. En estos días estoy pensando mucho en lo que significa esta crisis en términos de control social e implicaciones geopolíticas, en cómo afecta en unas geografías y en otras, en unos estratos sociales y en otros. En la diferencia entre estar confinado en un chalet con terreno, en un piso de protección oficial, o en un barrio de chabolas. En la diferencia entre poder ir a los desbordados hospitales públicos en Europa, o enfrentar esto a pecho descubierto como va a pasar en otros territorios. En lo poco que nos va a importar que rastreen las localizaciones de nuestros teléfonos para controlar el virus.

      La pandemia y el obligado encierro que trae asociado, su escala global y el parón económico ponen patas arriba cualquier estructura vital y laboral. Y desde luego el contexto artístico, altamente precarizado, donde el hecho social y la movilidad son protagonistas, no es una excepción. Leí también el texto de Alfredo hace unos días, y creo que toca acertadamente muchos de los puntos esenciales en relación con las prácticas artísticas y el incierto porvenir que tenemos por delante: las flaquezas de los contextos artísticos como estructuras profesionales, la dificultad de organizarnos asociativamente, la ineficacia de las instituciones públicas cuando toca reclamar el espacio de la cultura en la construcción social, o la importancia de encontrar formas en las que lo común supere dinámicas donde la individualidad y extrañeza son protagonistas. La inestabilidad asociada al virus hace que sea muy complicado imaginar el futuro más inmediato, pero vivimos un momento de cambio en el que las circunstancias van a obligar a repensar muchas de las formas y estructuras de trabajo establecidas. Se habla de la importancia de lo digital, de un retroceso de los movimientos globales, de acentuar lo regional, de realizar eventos más reducidos, de actuar con públicos más pequeños o de ser más sostenibles. Ahí es donde creo que lo curatorial tiene un papel muy importante, en la construcción de formas de trabajo y vida que nos puedan llevar a escenarios menos precarios, más amables y vitales. Pero ahí está el reto y, pese a la dificultad, el momento es ahora. ¿Cómo lo ves?

      ACU | A muchas de esas cuestiones que comentas es a lo que me refería al decir que me aterra la idea de un cambio. Sin embargo, y aunque no me muestro especialmente optimista, confío en que sepamos estar a la altura y seamos capaces de aprovechar la gran oportunidad que todo esto parece traer consigo. Quizás el esfuerzo de reunir en estas páginas todos estos relatos pueda entenderse en el futuro como una tentativa de inventario de algunos modos de pensar y hacer en torno a lo curatorial. Dejémoslo aquí de momento.

      1. Alfredo Aracil, «La tierra es de quien la trabaja», Buenos Aires: El gran otro, abril 2020. Disponible online: http://elgranotro.com/alfredo-aracil/

      En conversación con

      MARTÍ MANEN

      Barcelona, 1976.

      Vive y trabaja en Estocolmo.

      JUAN CANELA | Martí, empezamos sin muchas vueltas: ¿qué significa para ti comisariar?

      MARTÍ MANEN | Gran pregunta. Para mí comisariar es algo así como generar un contexto gramatical o paragramatical. No sería necesariamente escribir, sino dar posibilidad a la escritura. Suena muy rimbombante, pero pienso que en el comisariado necesitas realmente creer en una opción de cambio real y buena parte de esta opción de cambio real se encuentra en la superación de las formas, en pensar que hay otras posibilidades y en establecer marcos flexibles en los que el contenido se genere. Pienso mucho en términos de superación de lenguaje, en plantear la exposición y el trabajo curatorial como una ampliación de mundos. Si el comisariado se acerca a alguna disciplina, para mí esta sería la filosofía: tienes un marco de cuestionamiento y después un marasmo en el que perderte, en el que trazar posibles recorridos complejos a través de los que no necesariamente vas a llegar a una respuesta. Al mismo tiempo, tienes que ser muy consciente del contacto con lo real, con lo que esa posibilidad hacia las ideas necesita estar cerca, necesita ser algo casi sensorial.

      Así que comisariar implicaría la superación de lo lingüístico y una idea de gramática flexible, pero también es crucial trabajar con otras capas de la exposición en las que irse hacia lo emocional, pensar en otros tipos de contenidos que encuentran en la exposición un contexto ideal. Para mí, el trabajo curatorial también está en este ámbito, en detectar modos de definición que sean de algún modo específicos de un mundo como es el arte contemporáneo y sus sistemas de producción y presentación. Y después saltar a toda posibilidad no reglada.

      Comisariar es, para mí, un acto creativo. Es también un gesto vinculado con la autoría. Una autoría que necesita de otros gestos para existir, que necesita de un contexto para poder desarrollarse, que necesita de muchas otras personas. Como comisario puedes estar más o menos presente, ser más o menos invisible en una exposición; pero de algún modo estás allí, ya que también es una realidad innegable que se pueden hacer exposiciones sin comisarios, lo que significa que si estás presente tu capa de significado ha de tener un valor propio.

      JC | Ahondando en esos otros gestos necesarios, ¿cómo es tu relación con los artistas a la hora de trabajar? ¿De qué modo funcionan esas relaciones profesionales, que en muchas ocasiones se vuelven personales? ¿Cuál es el papel de lo afectivo en nuestro contexto laboral?

      MM | Para comisariar me marco el mínimo de reglas posibles, realmente tengo una única regla propia (y estúpida): nada de relaciones sexuales con los artistas. Nunca. Y a lo mejor suena algo bruto, pero implica ser muy consciente de que tienes que saber diferenciar qué está pasando en la relación con artistas. Evidentemente trabajamos en un campo emocional y estamos en recorridos paralelos que a veces son completamente coincidentes, buscas una sintonía absoluta y sacar lo mejor de cada artista. Estamos creciendo conjuntamente. Y puede ser fácil equivocarse y saltar hacia un tipo de amor que no es exactamente el que se está desarrollando. En el trabajo curatorial está también esta voluntad de implicación para que las obras de los artistas sean lo mejor posible y, de algún modo, tiene que existir cierta distancia para no perder el criterio. La valoración crítica siempre tiene que ser posible, tanto si se ejerce o como si no.

      Trabajo de forma distinta con cada artista; de hecho, no tengo un método de trabajo formalizado más allá de una serie de herramientas de testeo. Es mucho observar y ver qué es lo que puede ser mejor en cada relación. Y hay algo entre camaleónico y simbiótico, algo que no está escrito pero que siempre tiene que partir de una idea de confianza. Confianza en que no hay utilización, confianza en que estamos en algo común, confianza en que estás allí, confianza en que vas a dejar el margen necesario, confianza en que nada se termina en este momento. A veces tienes relaciones con artistas que son de perfil continuo, a veces son explosiones, a veces son más distantes,

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