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me parecía que una escuela de estas características podría ser el hábitat perfecto para, colectivamente, abordar estas preguntas. Producimos debates y discusiones, pero también producimos arte, nuevos trabajos, y queremos y cuidamos nuestra presencia en la opinión pública creando multitud de oportunidades para que la comunidad artística y el público general participen, si lo desean, de nuestras actividades. Por otro lado, el Instituto parece tener una estructura muy hábil a la hora de hacer amigos y cooperar con otras estructuras, fundaciones e instituciones interesadas por estos temas. De este modo hemos ido creando y cuidando una serie de alianzas que alimentan proyectos que se nutren de las ideas y obras de artistas que estudian y de otros desde los que poder abordar la importancia de la educación y la creación de oportunidades para el arte y los artistas. Aprendo mucho, eso me gusta.

      JC | Tu práctica se caracteriza por aunar producción artística e investigación, y en los últimos años por investigar y ensayar modos de transmisión de conocimiento que se alejan de la línea recta y que buscan espacios fragmentados e imprevisibles. ¿Cómo ha evolucionado ese diálogo producción-teoría en tu experiencia curatorial?

      CM | Mi forma de pensar y de actuar ha evolucionado mucho, me permito decir. Si hace diez o quince años estaba muy influenciada por los métodos de los estudios culturales y la teoría crítica, poco a poco he introducido otros parámetros y modos de entender las relaciones, no solo desde los modelos de las ciencias sociales, sino desde una comprensión de la naturaleza, la ciencia y la tecnología. Eso no significa que no le dé importancia a la influencia de los movimientos de izquierda en la creación de una identidad cultural, artística e institucional sensibilizada con los problemas que acarrea la ideología capitalista y liberal. Sin embargo, hoy me parece imposible limitar el punto de vista a las injusticias sociales sin hablar de las naturales, o abordar la economía sin abordar otras formas de relación con la tecnología y la experiencia. El arte no es solo un medio de transmisión de valores políticos, es mucho más. Es un órgano, un sentido de la inteligencia orientado.

      JC | En ese órgano, la curaduría es una práctica que casi siempre sucede en diálogo con otros, especialmente con artistas. ¿Cómo sucede este diálogo en tu caso? ¿Cómo trabajas con las artistas?

      CM | Desde el principio, en el ciclo en la Sala Montcada en Barcelona, en los años en la Sala Rekalde en Bilbao, en el Kunstverein en Frankfurt… el contacto con los artistas era constante, diario. No solo con aquellos con los que trabajaba directamente sino con muchos otros, de un modo informal, a través de amigos, o a través de visitas a estudio. Escuchar, atender a los artistas es fundamental para entender los procesos, los métodos, los resultados, las preocupaciones. El momento en el que ese proceso fue menos intenso fue durante mi paso por el MACBA. Resulta complejo conservar esa proximidad y esa cercanía desde el museo. Yo lo intenté, pero no con el mismo resultado, y eso afectó mi decisión de cambiar de contexto. El trabajo en documenta consistía en eso, en una total inmersión con el trabajo y la producción artística. Nunca he disfrutado tanto y esa es la base de mi decisión de dirigir una escuela, la posibilidad de estar siempre cerca, siempre en el centro de la comunidad artística. Es fundamental, no podría pensar ni encontrar la concentración para escribir desde ningún otro lugar.

      JC | Esos diálogos se producen muchas veces también entre lo artístico y otras áreas del conocimiento. En tus últimos proyectos se pone de relieve especialmente la importancia de encontrar otras formas de relación con la naturaleza, entre lo humano y lo no humano, y ahí entran en juego a veces científicos, antropólogos o filósofos. ¿Cómo entiendes ese diálogo entre saberes?

      JC | ¿Y el público? Leía hace un tiempo en un texto que has escrito para la web de la Bienal de Berlín que abogas por un abandono de la clase media como receptor universal de nuestros actos. ¿A qué te refieres? Sin querer entrar en el tan manido término de «mediación», ¿qué tipo de relaciones en el hecho público se pueden establecer desde esas nuevas formas de trabajo, comunicación y presentación?

      CM | Con eso no pretendía ni mucho menos restarle importancia a ningún grupo o audiencia. Mi mención se refiere más a una estructura que la clase política utiliza para medir y situar las metas de nuestro trabajo. Clase media o «barrio», son «ideas» de grupos a los que debe ir dirigida la producción cultural, fantasías que afectan las expectativas, destinadas a «saber» antes que los artistas y los profesionales lo que la ciudadanía quiere. A eso me refería, a la instrumentalización del «para quién» se trabaja, no a los individuos en sí. Es importante liberarnos y liberarlos de esas fantasías de «grupo», que resultan, como sabemos, no solo contraproducentes, sino peligrosas, perniciosas, una amenaza para una idea de existencia y libertad más amplia y compleja difícil de reducir a «un servicio social».

      JC | Los acontecimientos ocurridos en los últimos años en relación con el auge de los feminismos en el mundo sin duda han contribuido a reforzar la necesidad de visibilizar las injusticias y desigualdades de la mujer inherentes al contexto artístico. Recuerdo un texto que escribiste para e-flux titulado «But Still, Like Air, I’ll Rise» en el que desgranabas algunas de estas dificultades que la mujer enfrenta al desarrollar una carrera en el mundo del arte, y la importancia de articular medidas políticas y estructuras de trabajo que permitan trabajar en términos de igualdad. Por otro lado, en el Institut Kunst habéis organizado recientemente una serie de simposios para evaluar, desarrollar y proponer nuevos lenguajes sociales y métodos para comprender el papel de la mujer en las artes, la cultura, la ciencia y la tecnología. ¿Podrías contarnos un poco acerca de tu posición ante el momento actual y cómo desde tu práctica curatorial incides en él?

      CM | El Instituto me ha hecho darme aún más cuenta de algo obvio: el papel de la educación y de la educación artística a la hora de crear nuevas posibilidades, de introducir el conocimiento y los valores de trabajos realizados por mujeres y todas aquellas comunidades que abogan por un entendimiento fluido y abierto de la condición de género. Introducir género y naturaleza en el epicentro curricular de la escuela significa obligarnos a un ejercicio colectivo de interpretación e invención de nuevas condiciones. Un ejercicio que de ningún modo nos afecta a «nosotras», sino que afecta y debe implicar a todos por igual. Hay muchas formas de abordar esta cuestión, pero la igualdad es una condición sine qua non para comprender que toda transformación a nivel legislativo y práctico originará —una vez hecha efectiva— una dimensión epistemológica distinta. Es decir, no se trata de un mero cambio técnico, sino de una transformación que afecta a la percepción última de lo que significa e implica vivir en libertad. Esta transformación afecta a los sentidos y, por lo tanto, es legítimo pensar que afecta a la práctica artística y a su futuro. No es esta una cuestión añadida o correctora, sino toda una revolución posible en la forma en cómo el arte se entiende en sociedad. Descubrir una y otra vez formas de acercarse al problema, lenguajes y condiciones, formas de interacción, significa descubrir una y otra vez la posibilidad de un mundo democrático. Puede sonar exagerado, pero si creemos que el arte y la libertad están íntimamente unidos, no podemos dejar de pensar que el arte, en su vida pública, juega un papel fundamental a la hora de ofrecer una experiencia de una sociedad mejor.

      2. TBA21: Academy invita a artistas, científicos y líderes de pensamiento en expediciones de descubrimiento colaborativo. Fundada por Francesca von Habsburg

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