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bien. ¿Vienes a controlarme?

      No había terminado de decirlo y ya estaba deseando haberse mordido la lengua.

      Rafe arqueó las cejas. Alargó la mano hasta el borde de la puerta, estirándose de tal manera que la camiseta se le levantó por encima de la cintura del pantalón, aunque no lo suficiente como para revelar nada interesante. Eran casi las siete de la tarde. Rafe se había duchado después de un largo día de trabajo y habían cenado ya. May y Glen estaban viendo la televisión y la última vez que Heidi había visto a Rafe, este estaba en el porche, revisando su correo electrónico. En aquel momento dejó caer los brazos a ambos lados de su cuerpo y entró en el dormitorio.

      –Estás haciendo jabón.

      –¿Y?

      –Me estás mirando como si fueras una niña a la que han pillado fumando en la tapia del colegio. A no ser que estés traficando con secretos militares, ¿por qué estás tan nerviosa?

      –No estoy nerviosa –suspiró. Nunca se le había dado bien mentir–. Seguí tu consejo y estoy buscando otros mercados. He encontrado un par de grupos a través de Internet y he recibido mucha información. He enviado muestras de jabón a un par de tiendas y a un par de representantes y estoy empezando a recibir mis primeros pedidos.

      Rafe avanzó hasta la silla que tenía Heidi a su lado y se sentó.

      –Eso es bueno.

      –Desde mi punto de vista, sí.

      Heidi fue testigo del momento en el que Rafe comprendió lo que le quería decir. Si su negocio tenía éxito, podría devolver el dinero y recuperar el rancho.

      –Me alegro de que las cosas te vayan bien –le aseguró Rafe.

      –¿Porque no crees que pueda ganar suficiente dinero a tiempo?

      Rafe la sorprendió acariciándole la mejilla.

      –Todo esto era mucho más fácil antes de conocerte.

      –Estoy completamente de acuerdo contigo, pero sigo necesitando ganar.

      –Yo también –dejó caer la mano–. Háblame de tu imperio del jabón.

      –Todavía no es un imperio, pero tengo pedidos y la promesa de recibir varios más. Estoy dándome a conocer a través de Internet. Pronto necesitaré una web. Annabelle dice que conoce a alguien en Fool’s Gold que puede hacérmela –probablemente había llegado el momento de cambiar de tema–. ¿Ya están instalados los animales para la noche?

      –Por lo menos lo estaban la última vez que he ido a verlos. Llamas y ovejas. ¿En qué estaría pensando mi madre?

      Heidi no estaba segura, pero la admiraba porque era capaz de hacer exactamente lo que quería.

      Rafe se reclinó en su asiento.

      –Tendremos que pedirle a Lars que les revise las pezuñas la próxima vez que venga.

      –No había pensado en ello. ¿Las ovejas y las llamas también necesitan ese tipo de cuidados?

      –Lars lo sabrá.

      –¿Por qué lo dices en ese tono?

      Rafe sonrió lentamente.

      –No le hizo mucha gracia tener que tratar conmigo. Yo diría que le tienes loco.

      –¡Oh, por favor! –volvió a concentrarse en envolver los jabones–. Si apenas le conozco.

      –Pues le has causado una gran impresión.

      –Ya que hablamos de ese tipo de cosas, ¿qué tal fue la cita con la chica que te había buscado tu casamentera?

      Rafe se encogió de hombros.

      –Bien.

      –¡Ooh! Cuánta emoción. Estoy deseando saber cuándo habéis vuelto a quedar.

      –Fue solo una cita.

      –Volviste pronto a casa.

      –Me sorprende que lo recuerdes.

      La verdad era que apenas recordaba nada sobre aquella noche, pero sí que Rafe la había metido en casa y que ella no había llegado muy tarde. Tenía imágenes borrosas y recordaba también algo de un beso, pero no quería ahondar en ello.

      –¿No era la mujer de tu vida?

      –No.

      –Pero vino hasta aquí para verte. Supongo que eso tiene que significar algo.

      –No quiero ser demasiado cínico, ¿pero tienes idea de lo mucho que valgo?

      –La verdad es que no –pensó en lo que su abogada le había contado–. ¿Mucho?

      Rafe volvió a esbozar aquella sonrisa lenta y sensual, haciendo que Heidi jugueteara nerviosa con el jabón.

      –Sí, ese es un número tan bueno como cualquier otro.

      –¿Quieres decir que venía por tu dinero y no por tu personal encanto?

      –Es una posibilidad.

      Y, probablemente, bastante realista.

      –Deberías decirle a la persona que te está buscando esposa que rebaje la cantidad de tu fortuna. De esa manera a lo mejor encuentras a alguien que te quiera por lo que eres.

      –No estoy buscando amor. Busco una pareja.

      –Qué romántico.

      –Ya intenté el camino del romanticismo y las cosas no me fueron bien.

      Heidi tenía la sensación de que si Rafe y su exesposa se habían separado sin que hubiera sufrimiento de por medio era porque ninguno de ellos había estado realmente enamorado. Su experiencia en el terreno sentimental era completamente distinta. Sabía que el amor podía atraparle a uno y no dejarle marchar. Pensó en Melinda y en otras personas más famosas que habían muerto por amor.

      –¿Adónde la llevaste? –le preguntó.

      –¿A quién?

      –A tu cita.

      –Al restaurante del hotel.

      Heidi suspiró.

      –Ese es tu problema. Necesitas hacer algo especial.

      –¿Un paseo a caballo a la luz de la luna?

      –No, si no le adviertes antes de que venga vestida para ello. Fool’s Gold es una ciudad magnífica. Hay muchos restaurantes pequeños con un ambiente mucho más agradable que el del hotel. O llévala al Gold Rush Ski. Por lo menos podrías subir hasta el final de la montaña. Es muy romántico.

      –Pero hace frío.

      Heidi elevó los ojos al cielo.

      –Puedes pasarle el brazo por los hombros para que entre en calor. Vaya, no me extraña que tengas que usar a una casamentera. Al parecer, lo de las citas no se te da muy bien.

      –Se me da perfectamente. El problema no soy yo, es el hecho de haber vuelto aquí. De haber vuelto al pasado.

      –¿Demasiados recuerdos?

      –Sí.

      Heidi pensó en lo que May le había contado sobre Rafe, en lo difíciles que habían sido las cosas para él años atrás.

      –Ya no eres ningún niño. Tienes edad para ocuparte de tu familia.

      Rafe respiró hondo y tomó uno de los papeles para envolver el jabón.

      –Cada vez que había fiestas nos traían cestas llenas de comidas. Y no de las sobras que alguien encontraba en su despensa, sino de verdadera comida. Pavo, jamón, asados. Ya preparados. Tartas, bizcochos. Películas de vídeo para nosotros y libros para mi madre.

      –Qué maravilla.

      –No lo era. Yo siempre sabía cuándo nos lo iban a

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