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bien –o, por lo menos, lo estaría. A la larga–. La cena ha sido magnífica.

      –¿Estabas pensando en eso?

      –No, pero es el primer tema de conversación que se me ha ocurrido.

      Rafe se inclinó hacia ella. Su pierna estaba a solo unos milímetros de su muslo.

      –Estoy seguro de que se te ocurrirá algo mejor que hablar de la lasaña de mi madre.

      –De acuerdo. ¿Echas de menos San Francisco?

      –Sí.

      Heidi elevó los ojos al cielo.

      –Estás en mi casa. Por lo menos podrías intentar fingir que tienes que pensarte la respuesta.

      –¿Por qué? Me gusta vivir en la cuidad.

      –¿Porque hay tiendas y puedes ir al cine?

      Una comisura de aquella boca tan sexy y bien dibujada que parecía hecha para ser besada se curvó hacia arriba. Heidi se descubrió pendiente de aquellos labios y se preguntó por lo que sentiría al sentirlos contra los suyos. Si él hubiera querido que...

      Cerró mentalmente la puerta a aquel pensamiento y clavó la mirada en el establo. Su silueta era muy particular. Y, en cualquier caso, era más seguro que mirar a Rafe.

      –Me gustan los restaurantes buenos y la facilidad para acceder a mi trabajo.

      –¿Echas de menos tu vida en la empresa?

      –Sí. Aquí no tengo suficiente poder. Yo no soy un ranchero, soy un hombre de empresa.

      A pesar de la tensión sexual y del zumbido de deseo que comenzaba a crecer en su vientre, Heidi se echó a reír.

      –A lo mejor deberías volver para asegurarte de que todo va bien.

      –Tengo empleados que se aseguran de que todo vaya bien.

      –Debe de ser muy agradable.

      –Lo es.

      –¿Me estás restregando tu riqueza? Porque soy perfectamente consciente de que podrías comprarme y venderme cientos de veces. Pero no me importa. Yo no soy una chica de ciudad. Y no me gustan los lugareños.

      –¿Los lugareños? ¿De verdad te refieres a nosotros así?

      –Sí. Las personas que viven siempre en el mismo lugar son diferentes.

      Uno de ellos había hecho sufrir a su mejor amiga y Heidi sabía que eso era algo que jamás superaría.

      –Deberías apreciar más a los lugareños –le advirtió Rafe–. Al fin y al cabo, son ellos los que te compran el queso –se reclinó contra la barandilla del porche–. ¿A qué mercados te dedicas?

      Heidi parpadeó ante aquella pregunta.

      –¿Quieres que te diga los nombres de las tiendas en las que vendo mi queso?

      Rafe volvió a sonreír.

      –No, te estoy preguntando por el segmento de mercado que te resulta más rentable. ¿Tiendas locales de productos ecológicos? ¿Bodegas?

      –¡Oh!

      Heidi cruzó las manos en los muslos. El leve cosquilleo había desaparecido y comenzaba a sentirse incómoda.

      –Vendo los quesos en Fool’s Gold. En los lugares a los que puedo enviarlos. Y en las ferias pongo un puesto.

      Rafe continuaba mirándola expectante, como si pensara que estaba dejando lo mejor para el final.

      –Eso es todo.

      –¿Y cómo piensas ganarte la vida? Tienes que ampliar tu mercado. ¿Qué me dices de tiendas pequeñas especializadas en productos ecológicos? O cadenas especializadas. Estás a solo unas horas de San Francisco y no muy lejos de Los Ángeles. En ambas ciudades podrías conseguir grandes mercados. Son ciudades llenas de tiendas exclusivas y de compradores interesados en adquirir productos locales y ecológicos. Podrías llevar algunas muestras, asistir a ferias comerciales. ¡Deberías enviarle unos quesos a Rachel Ray! ¿Qué dice tu representante de ventas?

      –Tú eres el que puede pagar a empleados. Yo no tengo suficiente dinero como para pagar a alguien para que venda mi queso.

      –Pues sería la única manera de dar un paso adelante en el negocio. Si no aumentas tu mercado, tendrás problemas para pagar las cuentas durante toda tu vida. Un representante decente conseguiría ganarse su propio sueldo en cuestión de tres meses. Y podrías invertir el resto de los beneficios en el negocio. Hay docenas de mercados. Pero, por supuesto, eso significa que tienes que producir suficiente queso para vender.

      –Puedo hacerlo.

      –Entonces...

      Rafe se interrumpió, como si de pronto hubiera sido consciente de lo que estaba haciendo. Estaba ayudando a su enemigo. Porque si Heidi llegaba a tener éxito, podría pagar a su madre y ganar el caso.

      –Sí, son buenas ideas –admitió Heidi–. Pensaré en ello.

      Eran movimientos inteligentes para cualquier negocio, pero Rafe se dijo que no tenía por qué preocuparse. Incluso en el caso de que empezara a ampliar en aquel momento su mercado, no podría reunir el dinero a tiempo. Al fin y al cabo, la jueza no iba a estar dispuesta a esperar seis o siete meses.

      –Heidi, yo... –se interrumpió y sacudió la cabeza.

      Heidi esperó en silencio. Pensaba que iba a decirle que no podía utilizar sus ideas, o que, por mucho que creciera su negocio, él continuaría ganándola, que no tendría manera de ganarle nunca. Sin embargo, Rafe musitó algo que ella ni siquiera fue capaz de oír, se inclinó hacia delante, la agarró de los brazos y la besó.

      El sobresalto de Heidi fue tal que no pudo reaccionar. En realidad, ni siquiera era capaz de comprender lo que estaba pasando. Su cerebro no era capaz de procesar lo que estaba ocurriendo. ¿Rafe besándola? ¿Pero por qué?

      Sin embargo, en vez de intentar encontrar una respuesta, comenzó a ser consciente del calor, no, mejor dicho, del fuego de sus labios sobre los suyos. De lo bien que parecían encajar. El beso de Rafe era firme. Era evidente que era él el que llevaba las riendas. Pero transmitía también una inesperada delicadeza. Se ofrecía, no solo tomaba. Por absurdo que pudiera parecer, Heidi tenía la sensación de que Rafe necesitaba que cediera. Como si el hecho de que se rindiera a él fuera importante para ella.

      En algún momento, durante aquel instante de confusión, Heidi cerró los ojos. Sintió en la oscuridad los labios de Rafe moviéndose sobre los suyos. Instintivamente, se inclinó hacia delante y posó los brazos en sus hombros. Sintió la suavidad de la camisa de Rafe y la dureza de sus músculos. Él posó las manos en la cintura de Heidi, haciéndola consciente de la presión de cada uno de sus dedos.

      El beso se prolongaba, haciéndose cada vez más ardiente. Heidi se decía a sí misma que tenía que retroceder, que Rafe era mucho más peligroso de lo que ella podía imaginar. Que en todas y cada una de las circunstancias, jugaba siempre a ganar, y que ella rara vez jugaba siquiera. Pero aun así, no parecía ser capaz de transmitirle ese mensaje a su cuerpo. Se sentía bien estando tan cerca de Rafe. De modo que terminó rindiéndose a lo inevitable, inclinó la cabeza y entreabrió los labios.

      Rafe buscó el interior de su boca, reclamándola con un profundo beso que reavivó el deseo durante tanto tiempo dormido. La sangre comenzó a correr a toda velocidad por las venas de Heidi. Los senos le cosquilleaban y sentía entre los muslos un latido que vibraba al mismo tiempo que su corazón.

      Mientras su lengua continuaba danzando con la de Heidi, Rafe deslizaba las manos por su espalda. Aquel gesto parecía en parte una caricia y en parte una promesa. Heidi estaba completamente absorta en aquella sensación y quería que Rafe acariciara otros rincones, otros lugares de su cuerpo. Que se apoderara de sus senos y quizá incluso descendiera un poco más.

      Rafe interrumpió el beso y posó los labios en su barbilla. Desde allí,

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