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la tarea como se merecía.

      Conocer a Helios… No había sido como se había imaginado, no había sido, ni mucho menos, el príncipe estirado, pedante y engreído que se había esperado.

      La atracción había sido inmediata, como una reacción química que no había podido controlar. La había sorprendido con la guardia baja, aunque no se había hecho ninguna ilusión. Era un príncipe, pero, además, era poderoso y desmesuradamente apuesto. No había pensado que esa atracción podía ser recíproca ni en su sueño más disparatado, pero lo había sido.

      Él había participado en la exposición más de lo que ella había previsto y se había visto muchas veces trabajando sola con él, y aquel fuego anhelante que la había abrasado por dentro había ido creciendo sin que ella hubiese sabido qué hacer.

      Las aventuras en el lugar de trabajo eran el pan nuestro de cada día incluso en el erudito mundo de las antigüedades, pero a ella no le habían tentado nunca. Su trabajo le gustaba tanto que la absorbía por completo. Su trabajo le daba un objetivo y una razón de ser. Trabajar con objetos antiguos, ver cómo habían evolucionado las técnicas y las costumbres, le demostraban que el pasado no tenía por qué ser el futuro. Lo que había hecho su madre natural no tenía por qué condicionarla, aunque notaba que su comportamiento era como un estigma invisible que llevaba con ella.

      Jamás se había planteado la posibilidad de tener una relación que pudiera significar algo de verdad. ¿Cómo iba a comprometerse con alguien si no sabía quién era ella? Por eso, no era de extrañar que sus sentimientos se hubiesen trastornado al sentir una atracción así por un hombre que era su jefe y que, además, daba la casualidad de que era un príncipe.

      Helios no tenía esas inhibiciones.

      La había desnudado mil veces con la mirada y mucho antes de que le hubiera puesto un dedo encima.

      Hasta que una tarde, a última hora, cuando estaban hablando en la sala más pequeña de la exposición, ella en un extremo y él en el contrario, pasó en una décima de segundo de estar inmóvil a moverse, a llegar hasta ella con cuatro zancadas y a tomarla entre los brazos.

      Eso fue todo. Ella había estado a su disposición y él a la de ella.

      Los tres meses que habían pasado juntos habían sido un sueño. Su relación había sido físicamente intensa, pero también sorprendentemente natural. No había habido ni expectativas ni inhibiciones, solo pasión.

      Debería haber sido fácil desligarse.

      Los ojos que la habían desnudado miles de veces se dirigieron hacia Pedro para indicarle que podía pasar a hablar de los asuntos generales del museo. Estaba organizándose una exposición muy especial, pero, aun así, el museo en general tenía que seguir manteniendo el elevado nivel de siempre.

      El humor de Helios, que solía ser agradable, estaba alterando a todos y Pedro, claramente nervioso, repasó los puntos del día a toda velocidad y acabó comentando que ese jueves se necesitaba que alguien sustituyera a una de las guías. Amy se ofreció voluntaria. El jueves era el único día que tenía tranquilo esa semana y le encantaba guiar grupos de visitas siempre que podía. Una de las cosas que más le gustaba del museo era la colaboración, que todo el mundo ayudaba cuando hacía falta. Era una manera de hacer las cosas que empezaba desde lo más alto, desde el propio Helios, aunque ese día no había ni rastro de ese espíritu.

      –Antes de que nos marchemos –comentó Pedro justo al final de la reunión–, os recuerdo que tenéis que entregar antes del viernes los menús para el miércoles siguiente.

      Helios, como agradecimiento a los empleados por todo el trabajo que habían hecho para la exposición, había organizado una cena para todos antes de que empezaran las vacaciones de verano. Era el típico gesto generoso de él y un acto social que a ella le había apetecido mucho, aunque, en ese momento, se le revolvía el estómago solo de pensar en salir una noche con Helios y sus compañeros.

      El alivio fue evidente cuando terminó la reunión. Nadie se quedó un rato, como solía ser habitual, y todo el mundo se levantó y se fue precipitadamente hacia la puerta.

      –Amy, por favor, quiero decirte una cosa.

      La voz profunda de Helios se oyó por encima de las pisadas apresuradas. Ella se paró a unos centímetros de la puerta, puso un gesto inexpresivo y se dio la vuelta.

      –Cierra la puerta.

      Ella la cerró y volvió a sentarse enfrente de él, aunque intentó alejarse todo lo posible.

      Nada era lo bastante lejos. Ese hombre rezumaba testosterona… y también rezumaba deseo de venganza.

      El corazón se le salía del pecho, pero apretó los labios y cruzó los brazos. Aun así, no pudo evitar mirarlo fijamente. La cadena de plata le resplandecía en la base del cuello, la cadena que le había rozado los labios tantas veces cuando él le hacía al amor.

      Mientras lo miraba y se preguntaba cuándo iba a hablar, notó que él la miraba con la misma intensidad y se le secó la boca.

      –¿Has estado a gusto en Greta’s? –le preguntó él tamborileando la mesa con los dedos.

      –Sí, gracias –contestó ella en tono cortante antes de darse cuenta de lo que había dicho él–. ¿Cómo has sabido que he estado allí?

      –Por el GPS de tu teléfono.

      –¿Qué? ¿Has estado espiándome?

      –Eres la amante del heredero al trono de Agon. Nuestra relación es un secreto a voces y no arriesgo lo que es mío.

      –Ya no soy tuya –replicó ella llevada por la furia–. Sea el que sea el dispositivo que me has puesto, ya puedes ir quitándolo.

      Amy puso el bolso en la mesa, sacó el teléfono y se lo arrojó a él, que lo atrapó con una mano y se rio. Aunque fue una risa sin ganas.

      –No ha puesto ningún dispositivo –Helios le devolvió el teléfono–. Se ha hecho a través de tu número.

      –Pues deja de rastrearlo, quítalo de tu sistema o lo que sea.

      Él la miró detenidamente. Esa inmovilidad le sacaba de quicio. Helios no estaba nunca inmóvil, tenía energía como para iluminar todo el palacio.

      –¿Por qué te marchaste?

      –Para alejarme de ti.

      –¿No pensaste que me preocuparía?

      –Pensé que estarías tan ocupado seleccionando a tu esposa que ni siquiera te darías cuenta.

      –Ah –él sonrió por fin–, estabas castigándome…

      –No –negó ella con firmeza–. Estaba alejándome porque sabía que esperarías acostarte conmigo después de haberte pasado la noche buscando esposa.

      –Y pensaste que no serías capaz de resistirte.

      Amy se sonrojó y Helios sintió un arrebato de satisfacción al comprobar que había acertado. Su hermosa y apasionada amante había estado celosa.

      Amy, esbelta, femenina hasta decir basta y con una melena rubia oscura seguramente era la mujer más hermosa que había conocido. Un escultor no dudaría en representarla como Afrodita. Le bullía la sangre solo de verla, aunque llevara, como en ese momento, una falda acampanada azul marino y un recatado top color malva.

      Sin embargo, también tenía algo que no solía tener, unas sombras oscuras debajo de los ojos marrón grisáceo, los labios secos y el cutis pálido… Y él era el motivo.

      Sintió emoción solo de pensarlo. Fuera cual fuese el castigo que había querido imponerle al haber desaparecido unos días, le había salido el tiro por la culata.

      Jamás le contaría la furia incontenible que lo había dominado cuando vio la caja delante de su puerta.

      Lo que le recordaba que…

      Sacó

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