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de hábitat en áreas productivas marginales. Los hábitats fronterizos como los setos, las zanjas y las laderas, el medio acuático, los campos abandonados y los espacios forestales, son todos ellos refugios para la biodiversidad; proporcionan plantas de forraje al inicio y al final de la temporada de anidación, cuando las zonas ricas en flores son pastoreadas o han sido cortadas. Los hábitats fronterizos son también sitios de anidación e hibernación, proporcionan condiciones de relativa protección, sin perturbaciones gracias a sus numerosas zonas cubiertas de pastizales y están llenos de agujeros abandonados por los roedores. También juegan un papel vital en la conexión de grandes áreas de hábitat en el paisaje. En el Reino Unido, una organización llamada Hedgelink involucra a los agricultores, los planificadores, los ambientalistas y las comunidades locales de todo el país en el Plan de Acción Hedgerow por la Biodiversidad. Los grupos de voluntarios recogen datos sobre un amplio repertorio de variables: la edad de un seto, la presencia de zanjas, los tipos de suelo en los matorrales o la ubicación de las lagunas. (62) Otros nichos de paisaje para la biodiversidad son patios escolares, bosques sagrados, parques, zonas cercanas a los caminos, espacios industriales y hospitales. El gobierno danés promueve el crecimiento de “ecotonos” naturales en esos límites o zonas que, a modo de reserva, se mantienen libres de pesticidas y aditivos entre campos muy cultivados. Por supuesto es una cuestión controvertida saber qué amplitud deben tener estas áreas de protección, pero un informe gubernamental defendía una anchura mínima de seis metros. Estos espacios aumentan también el suministro de alimentos para las aves de caza y por lo tanto permiten un ingreso añadido a los propietarios. (63)

      Una región biológica tiene sentido por muchos motivos: prácticos, culturales y ecológicos. Al situar la salud de la tierra, y de las personas que en ella viven, en el centro del problema, enmarca la economía que está por venir, no la economía moribunda que ahora tenemos. Como su valor principal es la custodia y no el crecimiento perpetuo pone por delante al sistema en su conjunto. En lugar de forzar a la tierra a que produzca más alimentos o más fibras textiles por hectárea, la salud y la capacidad de carga de la tierra a lo largo del tiempo, algo que se supervisa de manera constante, determinan su producción. Quienes toman decisiones son aquellos que trabajan la tierra, y que la conocen bien. Los precios se basan en el rendimiento que puede soportar la tierra, y en ingresos que garantizan la seguridad del agricultor. El “crecimiento” se mide en términos de una tierra, un suelo y un agua más saludables y de comunidades más resilientes.

      Esta noción de región biológica tiende a cubrir la brecha metabólica de la que hablaba antes. Nos recuerda que las ciudades en las que ahora vivimos no existen separadas de la tierra en la que se han construido. La idea es tan motivadora como lo es la palabra “sostenible”. Una expresión así impulsa a la gente a buscar formas prácticas que la vuelvan a conectar con los suelos, los árboles, los animales, los paisajes, los sistemas de energía, agua y las fuentes de energía de las que depende toda forma de vida.

      Pensar en una región biológica y actuar en consecuencia implica una dimensión espiritual, pero también práctica. Mostramos una inclinación innata a apreciar la conexión estética con el mundo. Sin embargo, uno puede preguntarse, a medida que lee esto, cómo despertar el interés en la gente por la salud del suelo, especialmente, si viven en entornos urbanos. Buena parte de los habitantes de las ciudades piensan mucho más en las conexiones que les unen que en sus vínculos con el suelo. En un mundo donde menos de la mitad de nosotros ni toca las cosas ni siquiera las ve, puede parecer inoportuno pedir a la gente de la ciudad que empatice con las lombrices de tierra.

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