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La mente sólo puede analizar y racionalizar. Si se deja que la mente y la razón gobiernen todo lo demás, lo único que lograrán es criticar y matar todo. Es todo lo que pueden hacer. Y esto es muy importante. Sabe Dios que la crítica es hoy muy importante, una crítica implacable. Por lo tanto vivamos la vida intelectual y la gloria en nuestro resentimiento, y acabemos el viejo espectáculo podrido. Pero, lo advierto, es así: mientras vives tu vida, eres de alguna manera un todo orgánico con la vida entera. Y una vez que comienzas la vida intelectual arrancas la manzana, cortas la conexión entre la manzana y el árbol: la conexión orgánica. Y si no hay en tu vida nada más que vida intelectual, eres una manzana cortada, has caído del árbol. Y entonces es una necesidad lógica abrigar rencor, como para la manzana caída pudrirse es una necesidad natural.

      Clifford abrió mucho los ojos: para él todo era palabrería. Connie reía para sí misma.

      —De modo que todos somos manzanas caídas —dijo Hammond en tono ácido y petulante.

      —Pues hagamos sidra de nosotros mismos —dijo Charlie.

      —¿Qué piensan ustedes del bolchevismo? —preguntó el moreno Berry, como si todo lo anterior llevara a ese tema.

      —¡Bravo! —rugió Charlie—. ¿Qué piensan del bolchevismo?

      —¡Vamos! —dijo Dukes—. Hagamos polvo el bolchevismo.

      —Me temo que el bolchevismo es un tema mayúsculo —dijo Hammond agitando la cabeza con suma seriedad.

      —Para mí —dijo Charlie—, el bolchevismo no es nada más que un odio superlativo a lo que llaman lo burgués, aunque lo que llaman burgués no está del todo definido. Es el capitalismo entre otras cosas. Los sentimientos y las emociones son algo tan burgués, que habría que inventar un hombre que no los tuviera. El individuo, en especial el hombre independiente, es burgués, de modo que debe ser suprimido. Cada uno debe sumergirse en lo más grande, lo social soviético. Incluso un organismo es burgués: por lo tanto el ideal es lo mecánico. Lo único que es una unidad inorgánica, compuesta de muchas partes, todas esenciales, es la máquina. Cada hombre es una parte de la máquina, y la fuerza que impulsa la máquina es el odio, el odio a lo burgués. Para mí eso es el bolchevismo.

      —¡Absolutamente! —dijo Tommy—. Aunque también me parece una descripción perfecta de todo el ideal industrial. El ideal del dueño de la fábrica en una cáscara de nuez, aunque nunca aceptará que la fuerza motriz sea el odio. Es el odio, siempre; odio a la vida misma. Basta con echarle una mirada a las Midlands, si es que no les queda claro. Todo es parte de la vida de la mente, es un desarrollo lógico. —Niego que el bolchevismo obedezca a una lógica, rechaza la mayor parte de

      las premisas —dijo Hammond.

      —Vamos, querido, permite la premisa material, tal como lo hace la mente pura.

      Exclusivamente.

      —Al menos el bolchevismo ha llegado al fondo —dijo Charlie.

      —¡El fondo! ¡Un fondo sin fondo! Dentro de poco los bolcheviques tendrán el

      mejor ejército del mundo, con el mejor equipo mecánico.

      —Esto no puede seguir, este asunto del odio. Tiene que haber una reacción

      —dijo Hammond.

      —Bueno, hemos aguardado durante años, no podemos esperar más. El odio

      es algo que crece como cualquier otra cosa. Es el inevitable resultado de imponer ideas a la vida, de imponer nuestros más profundos instintos, instintos que forzamos de acuerdo con ciertas ideas. Nos conducimos con una fórmula, como una máquina. La mente lógica pretende llevar la voz cantante, y esa voz deviene odio puro. Todos somos bolcheviques, pero somos hipócritas, Los rusos son bolcheviques sin hipocresía.

      —Hay muchos caminos distintos de la ruta soviética —dijo Hammond—. Los bolcheviques no son inteligentes.

      —Claro que no. Aunque a veces resulta inteligente pecar de ingenuo, si se quiere alcanzar un objetivo. Personalmente, considero que el bolchevismo es una tontería, pero también me parece que la vida social en occidente es una tontería. En consecuencia considero que nuestra célebre vida intelectual es una tontería. Somos tan indiferentes como los cretinos y tan apáticos como los idiotas. Todos somos bolcheviques, aunque con otro nombre. Nos creemos dioses, ¡hombres como dioses! Lo mismo que los bolcheviques. Uno tiene que ser humano y tener un corazón y un pene para librarse de ser un dios o un bolchevique, porque estos son la misma cosa. Son muy buenos para ser verdaderos.

      En el silencio condenatorio surgió la ansiosa pregunta de Berry.

      —Entonces crees en el amor, Tommy. ¿No es así?

      —¡Oh, querido muchacho! —dijo Tommy—. ¡No, querubín! ¡Nueve de cada diez

      veces, no! El amor es otra de esas tonterías de nuestro tiempo. Amigos con cinturas ondulantes, pequeñas pervertidas del jazz con nalgas de niño, como botones de un abrigo. ¿Te refieres a esa clase de amor? ¿O al tipo de amor de la propiedad en común en busca del éxito, la clase de amor mi-marido-mi-esposa? ¡No, mi querido amigo, no creo en nada de eso!

      —¿Entonces en qué crees?

      —¿Yo? Intelectualmente creo en tener un corazón noble, un pene juguetón, una inteligencia vivaz y el valor de decir “mierda” delante de una dama.

      —Pues todo eso lo posees —concluyó Berry.

      Tommy Dukes echó a reír a carcajadas.

      —¡Eres un ángel, muchacho! ¡Ojalá lo tuviera! ¡Ojalá lo tuviera! No, mi corazón

      es tan insensible como una papa, mi pene se dobla y nunca levanta la cabeza, preferiría cortármelo que decir “mierda” delante de mi madre o de mi tía, auténticas damas, no lo dudes. Y la verdad no soy inteligente, soy un simulador. Sería maravilloso ser inteligente: entonces estaría vivo en todas las partes mencionadas y las innombrables. El pene levantaría la cabeza para decirle “¿Cómo estás?” a una persona de verdad inteligente. Renoir decía que pintaba sus cuadros con el pene, y lo hacía, ¡magníficos cuadros! Me gustaría hacer algo con el mío. ¡Dios!, uno sólo es capaz de hablar. Otra tortura sumada a las del Hades. Y Sócrates comenzó todo.

      —Hay excelentes mujeres en el mundo —Connie alzó la cabeza y al fin habló.

      A los hombres no les gustó. Connie tendría que haber fingido que no había escuchado. Odiaban admitir que había escuchado tan de cerca esa conversación.

      —Dios mío, si no son buenas conmigo, ¿qué importa cuán buenas puedan ser?

      —No, no tiene sentido. Simplemente no puedo vibrar al unísono con una mujer. No hay una mujer a la que desee cuando estoy frente a ella, y voy a empezar a obligarme a hacerlo. ¡Por Dios, no! Seguiré como hasta hoy y viviré una vida intelectual. Es lo único honesto que puedo hacer. Soy muy feliz conversando con mujeres, pero es algo puro, irremediablemente puro. ¡Irremediablemente puro! ¿Qué opinas tú, Hildebrand?

      —Es menos complicado si uno conserva la pureza —dijo Berry. —Sí, la vida es completamente simple.

      V

      Una helada mañana con un poco de sol de febrero, Clifford y Connie dieron un paseo por el parque hasta llegar al bosque. Clifford en su silla motorizada y Connie caminando a su lado.

      El aire pesado conservaba un olor a azufre, pero ellos estaban acostumbrados. El horizonte cercano se hallaba rodeado de una niebla opalescente, con humo y escarcha, y en lo alto se percibía un retazo de cielo azul; era como dentro de un recinto, siempre dentro. La vida siempre es un sueño o un delirio, dentro de un recinto.

      Las ovejas tosían en el áspero y seco pasto del parque, donde el hielo azuloso se acumulaba en las cavidades de los matorrales. Cruzaba el parque un sendero que llegaba al portón de

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