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se iluminó. Los ojos se le llenaron de vida y de calor. De calor ardiente. Y aquel fuego la alcanzó y le quemó los nervios, sobre todo los nervios más importantes.

      Ben había vuelto a hacerlo. La había excitado con una mirada. ¿Cómo era posible?

      Molly dejó caer las manos lentamente y miró con la boca abierta a aquel hombre que había perdido cualquier rastro de familiaridad. Ya no era el profesor Lógica, era solo sexo, puro y fabuloso.

      Y solo había una manera de conseguirlo.

      —De acuerdo, te diré…

      El timbre de la puerta interrumpió aquella confesión que había estado a punto de hacer dejándose llevar por el ansia de sexo. Ben entrecerró los ojos, y su rayo de súper seducción se intensificó.

      —¿Decirme qué, Molly?

      El timbre de nuevo.

      Oh, Dios, quería decírselo todo para que se la llevara a la cama y la dejara cumplir sus fantasías.

      Salvo que no lo haría. Porque sus fantasías eran el problema.

      Alguien llamó a la puerta con impaciencia, golpeando con el puño. Molly sacudió la cabeza con disgusto hacia Ben y sus poderes de persuasión.

      —¿Te enseñan eso en la academia de policía?

      Antes de que él pudiera responder, ella se giró y caminó hacia la puerta.

      —Feliz Halloween —les refunfuñó a los tres adolescentes que había en el umbral, y les llenó la bolsa de caramelos.

      Ellos le dieron las gracias y se marcharon, y ella cerró la puerta.

      —¿Qué era lo que ibas a decirme? —preguntó Ben.

      —Nada, nada. Se ha roto el hechizo.

      —¿Qué hechizo?

      —Ya sabes, el de tus ojos y tu mirada sexy.

      —¿Mi mirada sexy? Por el amor de Dios, Moll.

      Ben se echó a reír con ganas, y Molly se quedó anonadada al oír su risa contagiosa. No había vuelto a oírle reír así desde que tenía veintidós años y estaba borracho. Se le había olvidado el poder que tenía sobre ella aquel sonido.

      —¡Y eso tampoco! A menos que vayas a ceder, claro.

      Él apoyó el hombro contra la pared y sonrió.

      —Creo que debería llamar a Quinn y averiguar qué medicación tomas, y asegurarme de que tienes todas las medicinas para este invierno. Está claro que has perdido la chaveta.

      —Bueno, pues si no vas a ceder, por lo menos haz la cena —le dijo ella, pasando hacia la cocina—. No he comido nada salvo tarta de manzana desde el mediodía. Y caramelos, claro, pero eso no hace falta decirlo. Es Halloween.

      Él asintió y comenzó a moverse con calma entre los armarios y el microondas, y puso los platos, los cubiertos, los vasos y las servilletas en la mesa. Molly sabía que debería ayudar, pero el espectáculo era tan agradable que no se movió. Se limitó a seguir apoyada en la encimera y mirar a Ben moviéndose por su cocina. Tenía unas caderas estrechas que acentuaban la anchura de sus hombros y su pecho. Y qué trasero. Y el resto… ella tenía verdaderas ganas de verlo todo. Todavía lo recordaba desnudo aquella memorable noche, totalmente excitado e… impresionante. Era como una obra de arte.

      El delicioso olor del chili que se calentaba en el microondas interrumpió sus divagaciones.

      —¿Te apetece una cerveza? —le preguntó a Ben—. ¿O prefieres una copa de vino?

      Ben miró el reloj y comenzó a servir el chili humeante.

      —No, mejor nada de alcohol. Si hay algún problema, me llamarán.

      El olor especiado llenó la cocina, y Molly notó que se le hacía la boca agua.

      —Ummm… Qué bien huele.

      —Lo ha hecho Brenda.

      —Bueno, pues por favor, dile a Brenda que es una diosa.

      Molly puso música en el reproductor de CDs y se sirvió un refresco.

      Comieron en silencio, pero intercambiaron miradas que pronto pasaron de ser cautelosas a desafiantes.

      —¿No vas a abrir el paquete? —le preguntó Ben por fin, dejando la cuchara en el plato con algo de brusquedad.

      —No.

      —Entonces, ¿sabes lo que es?

      En realidad, no lo sabía, pero sí sabía que era de Cameron, y eso significaba que lo que hubiera dentro era perfecto y estaba lleno de significado, e iba a hacer que ella vomitara.

      —No voy a abrirlo delante de ti solo porque tú seas un cotilla.

      —Cameron Kasten —dijo Ben pensativamente, y a Molly se le ocurrió que podía haber problemas.

      —Ni se te ocurra —le dijo.

      —¿Que no se me ocurra qué?

      —No me va a parecer nada agradable que te pongas a remover la porquería a mi alrededor.

      Él la miró a los ojos.

      —Ya me has investigado, ¿verdad?

      Él apretó la mandíbula.

      —Eso no es sobre mí.

      —Claro que sí. Tú eres el que tienes el problema. No hay nadie más que esté fisgoneando en mi vida por aquí, ¿no?

      —¿De veras? Porque Miles llamó a tu hermano para preguntarle cosas sobre ti, y después puso su misteriosa respuesta en un periódico.

      —¿Te estás poniendo a la altura de Miles, Ben?

      —¡Claro que no!

      Ella oyó una risita lejana y la llamada de alguien en la puerta.

      —Disculpa. El deber me llama.

      Se libró de los niños rápidamente; algo sorprendente, teniendo en cuenta que una de ellas era la nieta de Miles… que iba acompañada por su abuelo, que miró significativamente, y con una sonrisita de petulancia, la camioneta de Ben.

      Molly cerró de un portazo y no le dijo nada a Ben. Le dio café y tarta de manzana de postre, y lo mandó a su casa.

      Capítulo 6

      Hacía muchísimo frío, y todavía estaba oscuro. Molly no quería salir de la cama todavía. Miró el reloj despertador; eran las tres y veintisiete. Uf.

      Si ignoraba su vejiga, tal vez pudiera dormirse de nuevo. Sin embargo, no podía, así que con un gruñido, intentó reunir valor para salir de debajo del calor de las mantas.

      Sacó un pie por el borde y sintió el frío de la habitación. Cerró los ojos con fuerza, apartó las mantas, se levantó de un salto y salió al pasillo de camino al baño. El azulejo blanco del suelo estaba como el hielo, así que se colocó sobre la alfombrilla de la ducha.

      Entonces se sentó en el inodoro y dio un gritito. Se había equivocado en cuanto al azulejo; no era de hielo. El asiento del inodoro sí era un cubito de hielo.

      Menos de sesenta segundos después ya estaba en la cama, temblando bajo las mantas calientes. Era asombrosamente fácil que pasaran las semanas, incluso los meses, sin que una se diera cuenta de que el mayor placer de la vida era estar en una cama caliente en una noche de invierno.

      Los ojos se le habían acostumbrado a la oscuridad, y vio que no estaba tan oscuro como había pensado. A través de la fila de ventanas de su habitación vio la luna, que brillaba entre las nubes e iluminaba el cielo. La colina que había detrás de su casa sí se veía negra contra la noche pálida, y las rocas y grietas de su contorno formaban una línea accidentada.

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