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princesa!

      Oooh. Eso no parecía un grito de deleite.

      —¡Oh! Lo siento, yo…

      A la niña comenzaron a caérsele unas lágrimas enormes sobre la bufanda. Molly miró con desesperación a su madre, pero ella seguía abajo, encogiéndose.

      —¡No soy una princesa! —gritó la niña, agitando una varita que previamente llevaba escondida—. ¡Soy un hada! ¡Un hada!

      La madre subió para tomarla de la mano.

      —Kaelin, vamos, cariño…

      —¡No quiero llevar el abrigo! ¡Nadie me ve las alas! —gritó, y se dejó caer al suelo sollozando, rodeada de nylon impermeable—. ¡Te dije que nadie me veía las alas!

      —Oh, por el amor de Dios —murmuró la madre, mientras tomaba en brazos a la niña.

      —Lo siento —susurró Molly con horror.

      La niña se retorció y volvió a gritar que era un hada, antes de que su madre se la llevara.

      Molly no se extrañó de que Ben apareciera precisamente en aquel instante. Salió de su furgoneta justo cuando la madre estaba dándole un sermón a la niña en el césped delantero. Él se les acercó y esperó a que la niña dejara de llorar y lo mirara.

      —Feliz Halloween, Jefe Lawson —dijo con tristeza.

      —Feliz Halloween, Kaelin. Nunca había visto un hada tan guapa. Parece que acabas de salir de un palacio de nieve mágico.

      —¿De verdad? —susurró la niña con reverencia—. ¿De verdad?

      —Los oficiales de policía no mienten —dijo él; se sacó un paquete de caramelos del bolsillo y se lo puso en la bolsa a la niña. Ella sonrió como si acabara de darle unos diamantes.

      —Gracias, Jefe —balbuceó la madre llena de agradecimiento, y después se llevó a la niña a la casa siguiente.

      Ben sonrió a medias, con arrogancia.

      —¿Haciendo llorar a los niños en Halloween, Moll? ¿Eso es algo que aprendiste en la gran ciudad?

      —¿Cómo demonios has sabido que era un hada?

      —Por la varita.

      A Molly se le hundieron los hombros.

      —Yo no había visto la endemoniada varita.

      —No es culpa tuya. Yo estoy entrenado para fijarme en los detalles.

      —Creo que me gustabas más cuando eras tímido.

      La media sonrisa se transformó en una sonrisa resplandeciente, y Molly se quedó sin respiración. Sus siguientes palabras, sin embargo, le causaron una gran ansiedad.

      —Hablando de detalles, este paquete estaba encima de tu buzón. Es de Cameron Kasten. ¿Es el tipo que no es un exnovio?

      —Sí —dijo ella, preguntándose qué demonios significaba aquello. Aunque él le tendió el paquete, ella se limitó a mirarlo fijamente.

      Ben lo miró también, y después volvió a mirarla a ella, con el ceño fruncido.

      —¿Vas a decirme qué pasa?

      —No —respondió Molly.

      Recuperó la compostura, tomó la caja y entró al calor de su casa. Ben la siguió. Oh, claro, ahora sí quería entrar.

      Molly arrojó la caja a una mesa y se dirigió hacia la cocina.

      —¿Te apetece un trozo de tarta de manzana casera?

      —¿Quién la ha hecho?

      —Yo.

      —¿Tú? ¿Qué te ha pasado?

      —¡Café! —exclamó Molly, y con solo decir aquella palabra, se animó—. ¡Me ha llegado el café! —dijo, y señaló un paquete abierto de FedEx.

      —Ya veo.

      Siguió la mirada de Ben, que a su vez, seguía un rastro de granos de café que había por el suelo y por la encimera.

      —Lo siento, estaba muy emocionada. ¿Quieres un café con leche? He puesto a funcionar mi máquina de café de chica de ciudad.

      Él ladeó la cabeza como si estuviera pensando en algo. Unos segundos después, sus hombros perdieron la rigidez.

      —Tú tienes café y tarta. Yo tengo un tupperware de chili en la furgoneta. Esto parece una cena.

      —¿Una cena? ¡Esto es una cita!

      Pero Ben ya estaba negando con la cabeza.

      —No. Sería una cita de verdad si yo te llevara en coche hasta mi cabaña, donde cenaríamos en frente de la chimenea. Vino. Postre. Y después, tal vez diéramos un paseo hasta los manantiales de agua caliente que hay al borde de mi parcela. Yo te desnudaría y te metería en uno de ellos. Y entonces, Molly, haríamos el amor en la parte más caliente del agua mientras los copos de nieve se deshacían en tu piel. No nos importaría el frío. No nos importaría nada más que conseguir más y más el uno del otro. Eso sería una cita.

      Dios Santo, sí lo sería.

      Él continuó.

      —Sin embargo, no estamos saliendo porque tú te niegas a decirme nada sobre ti misma. Así que vamos a comer chili y tarta en la cocina, y eso es todo.

      —¿Eso es todo? —susurró ella.

      Él alzó las manos con arrepentimiento.

      —¿Ese Cameron Kasten es alguien con quien trabajas?

      Molly tuvo que reprimir el impulso de tirarle la tarta a la cabeza.

      —Cállate y trae el chili. Y no te pongas tan seguro de ti mismo. ¿Es que crees que no podría conseguir que te quitaras la ropa si quisiera?

      Él se marchó sin decir una palabra, aunque a ella le pareció que estaba un poco preocupado. Bien. Le estaría bien empleado, si se desnudara y se tumbara en la mesa de la cocina a esperarlo. Y tenía nata montada, además.

      Ummm. Tal vez…

      Pero entonces, él ya estaba de vuelta con un gran tupperware.

      —¿Por qué llevas chili en la furgoneta?

      —¿Por qué has pedido tú que te instalen esa antena de Wi-Fi tan grande en el tejado de tu casa?

      —¿Cómo? —respondió ella, pero cambió de tema rápidamente—. Mira, siento muchísimo lo del periódico. No debería haberte seducido para… ya sabes.

      —Yo no lo llamaría seducción.

      —Espera. ¿Qué demonios significa eso?

      —Significa que estabas borracha y que tenías una ligera incoherencia, y que yo debería haber tenido más sentido común.

      —¿Una ligera incoherencia? Vaya, qué imagen más bonita acabas de describir.

      Ella tenía un recuerdo muy agradable de aquella noche, pero de repente se sintió abrumada con una versión muy distinta. Una escena en la que ella, borracha y torpe, hacía bromas sin gracia y se masturbaba contra un hombre que no quería.

      Oh, demonios, había usado a Ben Lawson de juguete sexual.

      Molly se tapó los ojos con las manos. No, no podía haber sido así. Bueno, sí, ella lo había usado de juguete sexual, pero él sí quería. De hecho, su boca había sido de lo más amistosa.

      Ben le tocó una mano, y ella lo miró por encima de los dedos.

      —Te dije que me lo había pasado muy bien, Molly. Y recuerda que los policías no mienten.

      —Pero yo creía que te había usado.

      —Oh, claro que me usaste.

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