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esta noche. Tal vez nos veamos allí.

      Una ráfaga de aire frío ahogó la respuesta de Ben. Si acaso había respondido.

      Mientras caminaba hacia su casa, percibió el olor a nieve, a pino y a las hojas de los álamos. El otoño siempre había sido su estación favorita, y no había nada mejor que el otoño en las montañas. No podía creer que hubieran pasado diez años desde que se había ido del pueblo. Sin embargo, desde que se había marchado a la universidad, después de estar las tres últimas semanas del verano escondiéndose de Ben, sus padres habían vendido la tienda de alimentación, habían empaquetado todas sus cosas y se habían mudado a St. George, Utah.

      Su hermano vivía la mayor parte del tiempo en Aspen, y ella lo visitaba un par de veces al año, pero aparte de eso… su mundo había estado en Denver. Sin embargo, ya no volvería a ser así. A menos que necesitara ropa nueva.

      Tumble Creek era su hogar de nuevo, y si Ben Lawson no quería tener que ver nada con ella, pues bien. No estaba enamorada de aquel hombre; bueno, tal vez había tenido un enamoramiento hacía unos cuantos años. Y tal vez se hubiera pasado unos cuantos años fantaseando con su cuerpo delgado y fuerte, y sus manos grandes y seguras. Pero se ocuparía de eso de la misma manera que hacía siempre.

      Aceleró el paso hacia su casa.

      Él estaba en su dormitorio, en penumbra, esperándola. Molly lo dejó esperar. Primero quería verlo, explorar su cuerpo solo con los ojos. Y qué cuerpo.

      Hombros anchos, brazos que parecían de piedra. Un vello oscuro y suave que se extendía por su pecho y disminuía a medida que bajaba por su abdomen escultural. Ella quería acariciar la piel bronceada de su estómago musculoso. Quería que aquellos músculos firmes temblaran bajo sus dedos.

      Mientras ella lo observaba, él se excitó, y ella dejó de preocuparse por sus abdominales. Tenía un miembro largo y grueso, y parecía que estaba cubierto de seda.

      Molly tuvo ganas de cometer una travesura, y deslizó sus dedos desde la cadera hasta sus braguitas húmedas. Se le escapó un gemido mientras se imaginaba a Ben observándola, endureciéndose, temblando de deseo. Quería que él sintiera desesperación, delirio. Quería que observara hasta que perdiera el control, hasta que la tomara sin contemplaciones.

      Molly buscó a ciegas el abridor del cajón de la mesilla con una mano, mientras deslizaba la otra por debajo del algodón rosa y se acariciaba.

      —Oh —susurró al sentir su humedad y su calor. Dios, lo quería allí, deslizándose y expandiéndola hasta que ella le rogara más, o le suplicara piedad, o le pidiera cualquier cosa que él pudiera darle.

      Agarró su juguete favorito con la otra mano. No era Ben, pero había sido su mejor amigo durante los últimos meses.

      Molly se quitó las braguitas y encendió el interruptor. El zumbido familiar hizo que sonriera, y después que arqueara la espalda y gimiera de aprobación. Oh, sí.

      Comenzó a dejarse llevar por el placer, y volvió a su fantasía de Ben. Él la estaba mirando con enfado porque todavía no le había dejado que se acercara.

      Molly se acarició uno de los pezones, imaginándose cómo…

      De repente se oyó un chirrido metálico que la interrumpió y le provocó terror. Se incorporó de golpe y lanzó el vibrador al otro lado de la habitación. Dio un golpe en el suelo y siguió vibrando.

      —¡Dios Santo! ¡Qué…

      El teléfono antiguo que había junto a su cama volvió a sonar.

      —Oh, Dios mío…

      Pensaba que se había electrocutado con un juguete sexual defectuoso. Tenía el corazón acelerado, y tuvo que respirar profundamente para intentar calmarse. El teléfono siguió sonando, y ella respondió.

      —¿Qué?

      —Hola, guapa.

      Por desgracia, supo al instante quién era. Cameron, aquel desgraciado.

      —¡Déjame en paz!

      Molly colgó el teléfono de golpe, con la esperanza de romper aquel viejísimo auricular. Por supuesto, aquello no ocurrió, porque ya no fabricaban teléfonos como los de antes. Aquel no lo habían hecho en China. Aquella maldita cosa era, seguramente, de puro acero estadounidense.

      Volvió a sonar. Molly estaba casi llorando de frustración cuando respondió.

      —Por favor, Cameron, por el amor de Dios, ¡déjame en paz!

      Cameron se echó a reír.

      —Pete me dijo que estabas de mal humor. Me parece que vivir en las montañas no es lo tuyo.

      —No voy a volver a Denver. Adiós.

      Cuando colgó en aquella ocasión, Molly le dio la vuelta al teléfono para buscar algún botón de apagado. Sin embargo, parecía que ese tipo de cosas no se habían inventado todavía cuarenta años antes, así que tuvo que desenchufarlo.

      Era increíble. Cameron Kasten estaba destrozando incluso su vida sexual solitaria. ¿Acaso sabía que se estaba masturbando? Molly miró por la ventana para estar segura; después agitó la cabeza.

      El zumbido cesó. Ella se levantó con el ceño fruncido y miró al otro lado de la habitación. Por supuesto, no era nada amenazante, solo su juguete favorito, que estaba temblando sobre los tablones de madera. Molly sintió desesperanza.

      Ya ni siquiera deseaba a su juguete favorito. Solo deseaba a Ben Lawson, y él no la deseaba a ella.

      Con las piernas temblorosas, Molly se acercó y lo recogió del suelo. Lo miró durante un instante, pero no estaba de humor en aquel momento. Lo apagó y se fue hacia la ducha.

      Gracias a Dios, todavía no se había acostumbrado del todo a la altitud. Aquella noche iba a salir, y necesitaba que las copas le hicieran efecto. Era lo más excitante que iba a hacer por el momento.

      Capítulo 4

      Prostituta.

      Ben se encogió mientras lo escribía.

      No, no había forma de que Molly Jennings fuera prostituta. Era dulce y lista, y siempre había sido una buena estudiante y una buena hija.

      Sin embargo, ¿quiénes eran todos aquellos amigos que tenía? Ella había dicho que no estaba haciendo nada ilegal, pero había dicho mentiras con respecto a una docena de cosas, así que, ¿por qué no iba a mentir también en cuanto a eso?

      Miró el ordenador con la tentación de hacer una búsqueda. Sería fácil descubrir si ella tenía algún arresto en sus antecedentes. Sin embargo, le parecía una falta de ética. No tenía ningún motivo de peso para husmear en su vida.

      Aunque hubiera sido prostituta en Denver, no tenía nada que ver con él. No iba a salir con ella. Y ella no iba a ejercer su profesión allí; para eso se habría ido a Aspen. Así pues, no pudo convencerse de que tenía algún motivo para buscar información sobre ella.

      —Además, no es prostituta —murmuró él.

      No era posible que fuera tan mona y tan divertida si hubiera llevado aquel estilo de vida. Tenía un ingenio muy agudo, pero eso era lo único duro de su carácter. Molly Jennings era todo suavidad y luz. Y calor.

      Ben tachó aquella palabra ofensiva de la lista, giró el cuello y se pasó las manos por la cara.

      Eran casi las siete. Estaba agotado, frustrado y nervioso. Necesitaba una copa.

      Se inclinó hacia la izquierda todo lo que pudo para mirar hacia The Bar desde la ventana de su despacho. La hache del letrero se había caído hacía mucho tiempo, y la mitad del pueblo lo llamaba el T-Bar. Era un local viejo y pequeño, pero también era el único sitio de Tumble Creek donde uno podía tomarse una cerveza.

      Y ella iba a estar allí.

      No

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