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Debido a que sus quadros no valen nada, ninguno de ellos podía comenzar a pagar su deuda, mucho menos comprarle una casa.

      Después sucedió algo muy extraño. El hombre rico, al escuchar que Pamela y Samuel estaban en su país y sabiendo que llegaron con sus quadros que no valían nada, los buscó. A pesar de que tenían una deuda muy grande con él, les canceló esas deudas, les dio a cada uno la casa que deseaban, completamente amueblada, con utensilios y mantenimiento pagado de por vida.

      Esa es la imagen de cómo opera la gracia de Dios. La “moneda” de nuestra moralidad y buenas obras no tiene valor para Dios. Además, todos estamos tan en deuda con él debido a nuestro pecado que no podemos ni siquiera pensar en pagarle parcialmente.

       Una perspectiva bíblica de la gracia

      En una ocasión escuché una definición de la gracia, en donde la explicaban como cuando Dios complementa la diferencia entre los requisitos de su ley justa y lo que a nosotros nos falta para cumplirla. Nadie es lo suficientemente bueno para ganarse la salvación por sí mismo, decía esta definición, así que la gracia de Dios simplemente cubre lo que a nosotros nos falta. Algunos reciben más gracia que otros; pero todos reciben lo que necesitan para obtener la salvación. Nadie debe perderse porque cualquier cantidad de gracia que requiere está disponible para él.

      Esta definición de la gracia parece muy generosa de parte de Dios, ¿no es así? Dios provee lo que a nosotros nos falta. El problema con esta definición es que no es real. Representa una grave incomprensión de la gracia de Dios y una perspectiva muy inadecuada de nuestra situación como pecadores delante de Dios. Debemos asegurarnos de que tenemos una perspectiva bíblica de la gracia, ya que ella es el centro del evangelio. Ciertamente no es necesario que alguien comprenda toda la teología de la gracia para ser salvo, pero si una persona tiene una falsa noción de la gracia, probablemente signifique que él o ella no entiende realmente el evangelio.

      Aunque este libro trata sobre vivir por la gracia, necesitamos asegurarnos de que primero entendemos la gracia salvadora, por dos razones. Primero, todo lo que diga de la gracia de Dios en los capítulos subsecuentes asume que has experimentado la gracia salvadora de Dios: que has confiado solamente en Jesucristo para tu salvación eterna. Sería una fatal injusticia si yo permitiera que creyeras que todas las maravillosas provisiones de la gracia de Dios que veremos en los siguientes capítulos son tuyas fuera de la salvación a través de Jesucristo.

      En segundo lugar, aunque este libro es sobre vivir por la gracia, la gracia es siempre la misma, ya sea que Dios la ejerza en salvarnos o al tratar con nosotros como creyentes. De cualquier manera que la Biblia defina la gracia salvadora, esa misma definición aplica para el área de la vida cristiana cotidiana.

       Dios nos ofrece gracia

      Dios nos dice,

      A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche (Isaías 55:1).

      El evangelio es ofrecido a aquellos que no tienen dinero o buenas obras. Nos invita a venir y “comprar” salvación sin dinero y sin costo. Pero notemos que la invitación a venir está dirigida a aquellos que no tienen dinero, no a aquellos que no tienen suficiente. La gracia no consiste es que Dios ponga la diferencia, sino que Dios provea todo el “costo” de la salvación a través de su Hijo, Jesucristo.

      El apóstol Pablo abordó este asunto en Romanos 3:22 cuando dijo, “no hay diferencia”. No hay diferencia entre judíos y gentiles, entre religiosos e irreligiosos, entre personas morales y degeneradas. No hay diferencia entre nosotros porque todos hemos pecado y estamos destituidos de la gloria de Dios.

      Decir que Dios compensa la diferencia entre lo que él requiere y lo que nos falta, es como comparar los intentos de dos personas por saltar el Gran Cañón. El cañón tiene en promedio de catorce kilómetros de ancho. Supongamos que una persona pudiera saltar ocho metros desde la orilla y otra persona pudiera saltar solo dos metros. ¿Qué diferencia hay? Por supuesto, una persona puede saltar cuatro veces más que la otra, pero comparado a los catorce kilómetros (¡14,000 metros!), no representa ninguna diferencia. Como los quadros en mi parábola, ambos intentos carecen de valor para saltar el cañón. Y cuando Dios construyó un puente a través del “Gran Cañón” de nuestro pecado, él no se detuvo a 8 metros, ni siquiera a 2 metros, de nuestro lado. Él construyó el puente de extremo a extremo.

      Incluso la comparación de tratar de saltar el Gran Cañón fracasa en representar adecuadamente nuestra condición desesperada. Para utilizar esa ilustración deberíamos asumir que las personas intentan saltar el cañón; es decir, muchas personas están intentando ganarse su entrada al cielo y, a pesar de sus mejores esfuerzos, se quedan cortos al intentar cruzar el terrible precipicio del pecado que los separa de Dios.

      Nada podría estar más alejado de la verdad. Casi nadie intenta ganarse su entrada al cielo (Martín Lutero, antes de su conversión, fue una notable excepción). En lugar de ello, la mayoría asume que lo que ya están haciendo es suficiente para merecer el cielo. Casi nadie está haciendo un esfuerzo sincero para incrementar la longitud de su “salto” a través del cañón. En lugar de ello, en nuestras mentes, hemos acortado la anchura del cañón a una distancia que podemos cruzar cómodamente sin ningún esfuerzo adicional de lo que ya estamos haciendo. La persona cuya vida moral puede ser equivalente a los 8 metros, en su mente acorta la distancia a unos cómodos siete metros; y la persona que solo puede saltar dos metros ha acortado su cañón a uno. Todos esperan que Dios acepte lo que ya están haciendo como una “moneda” suficiente para “comprar” una casa en el cielo.

      Tal como el primer grupo que escuchó la famosa parábola que Jesús relató sobre el fariseo y el recaudador de impuestos, muchas personas tienen la confianza en su propia justicia (Lucas 18:9-14). Quizá podrían, en cierto momento de gran reflexión, conceder que no son perfectos, pero se consideran a sí mismos esencialmente buenos.

      Un gran problema en la actualidad es que muchos de nosotros creemos que no somos tan malos. De hecho, asumimos que somos buenos. En 1981, fue publicado un libro que abordaba el difícil tema del dolor y la angustia, convirtiéndose rápidamente en uno de los más vendidos. Su título era: Cuando a la gente buena le pasan cosas malas. El libro, como su título revela, asume que la mayoría de las personas son “buenas”. La definición que el autor, Harold Kushner, ofrece sobre una buena persona es, “personas ordinarias, buenos vecinos, ni extraordinariamente buenas ni extraordinariamente malas”.2

      En contraste, el apóstol Pablo dice que todos somos malos. Considera nuevamente Romanos 3:10-12, observando cuidadosamente las palabras que he enfatizado:

      No hay justo, ni aun uno;No hay quien entienda, No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.

      Estas palabras fueron escritas para apoyar la respuesta de Pablo a esta pregunta, “¿Somos nosotros [judíos] mejores que ellos [gentiles paganos]?”. A lo que él respondió, “En ninguna manera; pues ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado” (Romanos 3:9).

      La diferencia entre la apreciación de Harold Kushner, de que la mayoría de las personas son esencialmente “buenas”, y la del apóstol Pablo, que todas las personas son esencialmente “malas”, surge de una orientación totalmente diferente. Para el rabí Kushner, eres bueno si eres un vecino amigable. Para el apóstol Pablo (y los demás escritores de la Biblia), todas las personas son malas debido a que están alejadas de Dios y en rebelión contra él.

       Cuando seguimos nuestro propio camino

      Una de las acusaciones más condenatorias de la humanidad se encuentra en Isaías 53:6: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino”. Todos nosotros hemos seguido nuestro propio camino. Esa es la esencia del pecado, el corazón del mismo, seguir nuestro propio camino. Tu camino puede ser donar dinero a la caridad, mientras que el camino de otra persona puede ser robar un banco. Pero ninguno de los actos se realiza en referencia a Dios; cada uno de ustedes ha seguido

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