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cuenta ya no existe. Tal como lo escribió Stephen Brown: “Dios tomó nuestra cuenta, la rompió en pedazos y se deshizo de ella”.1 Esto es verdad no solo para nuestra justificación, sino también para nuestras vidas cristianas. Dios no registra el marcador, dándonos o reteniéndonos las bendiciones en base a nuestro desempeño. La cuenta ya ha sido cerrada completamente por Cristo. ¡Cuán frecuentemente perdemos de vista esta dimensión del evangelio!

      Se nos da entrada al reino de Dios por gracia; somos santificados por gracia; recibimos por gracia bendiciones espirituales y temporales; somos motivados por gracia a obedecer; somos llamados a servir y capacitados para servir por gracia; recibimos por gracia la fortaleza para soportar la prueba; y finalmente, somos glorificados por gracia. Toda la vida cristiana es vivida bajo el reino de la gracia de Dios.

       ¿Qué es la gracia?

      ¿Qué es, entonces, la gracia por la que somos salvados y por la que vivimos? La gracia es el favor gratuito e inmerecido que Dios muestra a los pecadores que merecen solamente el juicio. Es el amor de Dios mostrado a los impíos. Es Dios acercándose a las personas que son rebeldes a él.

      La gracia se opone directamente a cualquier supuesta dignidad nuestra. Para decirlo de otra manera: La gracia y las obras son mutuamente excluyentes. Como dijo Pablo en Romanos 11:6, “Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. Y si por obras, ya no es gracia”. Nuestra relación con Dios está basada ya sea en obras o en la gracia. Con él nunca hay una relación basada en las obras más la gracia.

      Lo que es más, la gracia no nos rescata primero del castigo de nuestros pecados, nos da nuevas habilidades espirituales solo para después abandonarnos para crecer en madurez espiritual. En lugar de ello, Pablo dijo, “el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará [también por gracia] hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6), John newton capturó esta idea de la obra continua de la gracia en nuestras vidas cuando escribió el himno “Sublime gracia”, “Su gracia siempre me libró y me guiará feliz al hogar”.

      El apóstol Pablo nos pregunta hoy, como le preguntó a los gálatas, “¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne?” (Gálatas 3:3). Aunque el asunto de la circuncisión era el problema específico que Pablo estaba abordando, notemos que no dice, “¿Ahora vais a acabar por la circuncisión?”. Él generalizó el asunto y trató, no con el asunto específico de la circuncisión, sino con el problema de tratar de complacer a Dios con las obras de la carne, el esfuerzo humano, incluso las buenas actividades cristianas y las disciplinas llevadas a cabo con un espíritu legalista.

       El mérito de Cristo

      El apóstol Pablo, en algunas ocasiones, utilizó la gracia de Dios y los méritos de Cristo como conceptos intercambiables, y yo también lo hago en este libro. Por ejemplo, Pablo dijo,

      He aquí, yo Pablo os digo que si os circuncidáis, de nada os aprovechará Cristo. Y otra vez testifico a todo hombre que se circuncida, que está obligado a guardar toda la ley. De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído (Gálatas 5:2-4).

      Notemos el paralelismo que Pablo utilizó, “de nada os aprovechará Cristo”; “De Cristo os desligasteis… de la gracia habéis caído”.

      En Efesios 2:4-7, Pablo escribió,

      Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.

      Nuevamente, notemos la cercana conexión entre Cristo y la gracia. Se “nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)”. Y Dios quiere “mostrar… las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús”.

      Aunque la gracia de Dios y el mérito de Cristo no son lo mismo, siempre van juntos en nuestra relación con Dios. No podemos experimentar el uno sin el otro. Al referirse al orden, la gracia de Dios viene primero. Fue debido a su gracia que Dios el Padre envió a su único Hijo para morir en lugar nuestro. Expresándolo de otra forma, la muerte de Cristo fue el resultado de la gracia de Dios; la gracia no es el resultado de la muerte de Cristo.

      Pero también es cierto que nuestra experiencia de la gracia de Dios es posible solo mediante la muerte de Cristo. Dios es un Dios de gracia, pero él también es justo en un sentido absoluto; es decir, su justicia no puede pasar por alto la menor infracción a su santa ley. Debido a que Cristo satisfizo completamente la justicia de Dios, ahora podemos experimentar la gracia de Dios. La gracia significa poder recibir las riquezas de Dios por causa de Cristo. Por ello he establecido en este capítulo, y continuaré repitiéndolo una y otra vez en el libro, que Jesucristo ya ha pagado todas las bendiciones que tú y yo recibiremos de Dios el Padre.

      Existe una hermosa historia en la vida del rey David que ilustra la gracia de Dios a través de Cristo. Mefiboset era el hijo del entrañable amigo de David, Jonatán, hijo de Saúl. Él quedó paralítico de ambas piernas a la edad de cinco años. Después de que David fue proclamado rey de Israel, quiso mostrar bondad a cualquiera que quedara de la casa de Saúl por causa de Jonatán. Así que Mefiboset (paralítico y pobre, incapaz de cuidarse a sí mismo y sin una casa propia) fue traído a la casa de David y comía a la mesa de David “como uno de los hijos del rey” (2 Samuel 9:11).

      ¿Por qué fue Mefiboset tratado como uno de los hijos de David? Por causa de Jonatán. Podríamos decir que la amistad fiel de Jonatán con David le “ganó” un asiento a Mefiboset en la mesa de David. Mefiboset, en su estado paralítico y de pobreza, incapaz de mejorar su vida y totalmente dependiente de la benevolencia de otros, es una ilustración de ti y de mí, paralíticos por el pecado e incapaces de ayudarnos a nosotros mismos. David, en su gracia, ilustra a Dios el Padre y Jonatán ilustra a Cristo.

      Tal como Mefiboset fue elevado a un lugar en la mesa del rey por causa de Jonatán, así tú y yo somos elevados al estatus de hijos de Dios por causa de Cristo. Y así como sentarse a la mesa del rey implicaba no solo comida diaria sino también otros privilegios, así la salvación de Dios por causa de Cristo conlleva todas las provisiones que necesitamos, no solo para la eternidad sino también para esta vida.

      Como para enfatizar el especial privilegio de Mefiboset, el escritor menciona cuatro veces en un corto capítulo que Mefiboset comía a la mesa del rey (ver 2 Samuel 9:7, 10, 11, 13). Tres de esas ocasiones dice que siempre comía a la mesa del rey. Pero el relato comienza y termina mencionando que Mefiboset era lisiado de ambos pies (ver versículos 3, 13). Mefiboset nunca superó su condición de paralítico. Nunca llegó al punto en que pudiera dejar la mesa del rey y valerse por sí mismo. Y tampoco nosotros podemos hacerlo.

      GRACIA, ¿QUIÉN LA NECESITA?

      La justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús. Romanos 3:22-24

      Samuel y Pamela, dos amigos, llegaron a los Estados Unidos como inmigrantes del país de Quadora. Ellos querían comprar una casa y aconteció que cada uno encontró una que un hombre rico estaba vendiendo. Ambas casas estaban anunciadas en $100,000 dólares. Samuel llegó con 500,000 quadros, la moneda de Quadora, y Pamela llegó con 1,000,000 quadros. Ellos sabían que un quadro no valía lo mismo que un dólar, pero asumieron que serían capaces de cambiar los quadros por al menos la cantidad suficiente para comprar una casa. Sin embargo, Quadora había sido azotado por la inflación y los quadros se habían devaluado hasta casi quedar sin valor. El banco no les aceptaba intercambiar sus quadros por dólares.

      Para complicar aún más las cosas, Samuel y Pamela han descubierto que el hombre rico, al que esperaban comprarle la casa, no

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