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a su alrededor. Un hombre se dio cuenta que tenía tres minutos libres, así que se recargó en una columna y escuchó, por exactamente tres minutos. Sin embargó, la mayoría seguía con sus ocupaciones, leyendo sus documentos, escuchando sus iPods, apresurándose a la próxima cita que aparecía en sus pantallas. Oh, la música era buena. Llenaba la arcada, como si bailara y flotara con increíble precisión e hizo que algunos, al pensar en ese momento más tarde, se dijeran que esa música había sonado como algo especial, por lo menos por el medio segundo que habían prestado atención. El músico mismo no parecía alguien importante—camiseta negra de manga larga, pantalones negros, gorra de los Nacionales de Washington—pero, aun así, si te detenías a escuchar, no podías dejar de notar que era algo más que otro músico tocando el violín por unas moneditas. Como músico, este hombre era bastante sorprendente. Incluso, un hombre después comentó, “la mayoría de la gente, interpreta música, no la sienten. Bueno, este hombre la sentía. Este hombre se estaba moviendo. Moviendo hacia el sonido”. Con solo fijarse, decía este hombre, “era posible darse cuenta en un segundo que este hombre era bueno”.4

      Por supuesto que era posible, porque ese viernes por la mañana, no era cualquier músico el que tocaba el violín en la estación del metro. No era solamente un músico extraordinario. Era Joshua Bell, el aclamado virtuoso internacional de treinta y nueve años que normalmente toca en los lugares más selectos del mundo, a multitudes que lo respetan tanto que retienen sus tosidos hasta los intermedios. No tan solo eso, esa mañana Bell, estaba tocando una de la más exquisita música barroca jamás escrita, ¡y lo estaba haciendo en un violín Stradivarius de un valor aproximado de 3.5 millones de dólares!

      Toda la escena había sido planeada para que fuera hermosa: la música más bella que ha sido escrita, tocada en uno de los instrumentos más finamente calibrado hecho a mano, por uno de los más talentosos músicos con vida. Y, aun así, tú tenías que parar y prestar atención para poder ver cuán hermoso era.

       Más que extraordinario

      La mayoría de cosas en la vida son así, ¿o no? Entre el ajetreo diario del trabajo, la familia, los amigos, las cuentas y la diversión, cosas tales como la belleza y el esplendor, terminan a veces excluidos de nuestra mente. No tenemos tiempo de apreciarlas porque hacerlo requeriría que nos detuviéramos y prestáramos atención a algo que no es Urgente.

      Lo mismo es cierto cuando se trata de Jesús. La mayoría de nosotros, si acaso estamos familiarizados con Él, lo conocemos superficialmente. A lo mejor conocemos algunas de las historias más famosas sobre Él o podemos citar algunos de sus dichos populares. Sin lugar a dudas, había algo en Jesús que captaba la atención de la gente de su tiempo. Él era un hombre extraordinario. Pero si en realidad vas a conocer a Jesús— entenderlo y comprender su verdadero significado—tendrás que cavar un poco más hondo. Tendrás que ir más allá de los debates comunes, frases pegadizas e historias conocidas para poder ver lo que hay debajo de la superficie. Porque como el violinista en el metro, sería un error trágico descartar a Jesús como un hombre meramente extraordinario.

      Así que seamos honestos. Aun si no eres una “persona religiosa”, incluso si no aceptas de inmediato la idea de que Jesús es el Hijo de Dios o el Salvador del mundo, tienes que admitir que Él era bueno para llamar la atención. Vez tras vez Él hizo cosas que captaron la atención de sus contemporáneos, dijo cosas que los dejaba asombrados de su sabiduría e incluso los confrontaba de una forma que los dejaba confundidos tratando de darle sentido a todo.

      A primera vista, hubiera sido fácil confundir a Jesús con uno más de los cientos de líderes religiosos que debutaron, se levantaron, cayeron y desaparecieron alrededor del primer siglo en Jerusalén. La enseñanza religiosa en esos días no era lo que es ahora. Es cierto, la gente escuchaba buscando obtener conocimiento, entender mejor las Escrituras y aprender a vivir más piadosamente, pero lo creas o no, también escuchaban la enseñanza religiosa como una forma de entretenimiento. Después de todo, si no tienes películas, televisiones y celulares inteligentes, ¿qué podías hacer para divertirte? ¡Te preparas un picnic y te vas a escuchar a un predicador!

      Aunque esto nos parezca muy extraño, también nos ayuda a entender cuan extraordinario predicador era Jesús. Porque la gente del primer siglo en Israel escuchaba a tantos maestros y tan a menudo, que cambiaban sus opiniones sobre ellos tan rápido como nosotros lo hacemos con los actores. Para ponerlo claro, no se impresionaban fácilmente. Así que, vale la pena detenernos y tomar nota de lo que está sucediendo cuando la Biblia nos repite una y otra vez que la gente “se admiraba” de su enseñanza.

      Esta increíble declaración aparece en los Evangelios—los cuatro relatos que nos hablan de la vida de Jesús en la Biblia—no menos de diez veces.5 Aquí tenemos un ejemplo, registrado por Mateo después que Jesús enseñó desde el monte: “Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas”.6 ¡No dejes de ver lo importante que es esto! La gente estaba diciendo que los escribas—aquellos cuyo trabajo era enseñar con autoridad—no le llegaban a los pies a Jesús y su enseñanza. Y así era por dondequiera que iba y cada vez que enseñaba.

      En ocasiones el sentimiento era descrito con otras palabras. Observa la reacción la primera vez que predica en su pueblo natal: “Y todos daban buen testimonio de él, y estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca”.7

      Y esto fue lo que sucedió en la pequeña villa pesquera llamada Capernaúm: “Y se admiraban de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad”.8

      De nuevo en su pueblo natal: “Y muchos, oyéndole, se admiraban, y decían: ¿De dónde tiene éste estas cosas? ¿Y qué sabiduría es esta que le es dada?”9

      Y luego en el lugar principal—en el templo en Jerusalén: “Y lo oyeron los escribas y los principales sacerdotes, y… le tenían miedo, por cuanto todo el pueblo estaba admirado de su doctrina”.10

      Cada vez, la reacción hacia Jesús era de una incredulidad, que sacudía y desconcertaba.11 En una cultura que veía la enseñanza como una de sus principales formas de entretenimiento público, ¡Jesús recibió excelentes críticas!

       ¿Por qué tan asombroso?

      Pero, ¿por qué? ¿Qué era tan fuera de lo común y llamaba tanto la atención sobre la enseñanza de Jesús? Una de las razones es que una vez que la gente empezó a probarlo y a hacerle preguntas, Jesús demostró que era un maestro del ajedrez. Él sencillamente no permitió que lo atraparan en alguna trampa verbal o intelectual, y de hecho siempre fue capaz de regresarles el reto a quienes se lo habían planteado. E incluso entonces, lo hizo en una manera en la que no solo ganaba el argumento, sino también desafiaba espiritualmente a todos los que lo oían. Déjame mostrarte un ejemplo.

      Mateo 22 nos cuenta la ocasión cuando Jesús estaba enseñando en el templo de Jerusalén y un grupo de líderes judíos se acercaron para desafiarlo. Ahora bien, este no fue un encuentro accidental. Estos líderes habían planeado todo; incluso, la historia comienza diciendo que los fariseos “consultaron cómo sorprenderle en alguna palabra”. También querían que fuera en público, así que ellos se acercaron mientras Jesús estaba enseñando en el templo, probablemente se abrieron paso entre la multitud y lo interrumpieron.

      Ellos comenzaron adulándolo. “Maestro”, farfullaron, “sabemos que eres amante de la verdad, y que enseñas con verdad el camino de Dios, y que no te cuidas de nadie, porque no miras la apariencia de los hombres”. Tú te puedes dar cuenta de lo que están haciendo—tratan de forzar a Jesús a responder implicando que, si él no lo hace, es un charlatán y hablador.

      Así que, con el escenario listo, le hacen la pregunta: “Dinos, pues, qué te parece: ¿Es lícito dar tributo a César, o no?”12 Ahora bien, esa es una pregunta que, para planearla, les debe haber llevado bastante tiempo, debido a su exquisita precisión. Pretendía arriesgar a Jesús y, de una u otra manera, terminar con su influencia, y quizás, incluso hacer que lo arrestaran. Y esta es la

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