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recaían indistintamente sobre píos e impíos, no por ello desistieron de su inveterado prejuicio. Pues les fue más fácil poner esto entre otras cosas desconocidas, cuyo uso ignoraban, y mantener así su actual e innato estado de ignorancia, que destruir toda aquella fábrica y excogitar otra nueva. De ahí que sostuvieran como cierto que los juicios de los dioses superan con mucho el alcance humano. Esto, sin duda, habría sido la única causa de que la verdad hubiese permanecido eternamente oculta para el género humano. Pero las matemáticas, que versan no sobre los fines, sino solo sobre las esencias y las propiedades de las figuras, han mostrado a los hombres otra norma de verdad. Y aparte de la matemática se pueden asignar también otras causas (cuya enumeración es aquí superflua) por las que pudo hacerse que los hombres24 rechazasen estos prejuicios comunes [80] y fuesen guiados hacia el verdadero conocimiento de las cosas.

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