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razón son perseguidos. Las homilías de Romero denuncian enérgicamente las injusticias en la sociedad salvadoreña pero aún más enérgicamente anuncian las buenas nuevas de Jesucristo. Quienes mejor confirmaron la vocación profética de Romero fueron sus enemigos; al asesinar su carácter y su cuerpo, irónicamente confesaron, con los dientes apretados, que él era un profeta.

      Óscar Romero es un mártir. En El Salvador las numerosas historias de abusos, desapariciones y muertes giran en torno a una sola historia, la de Óscar Romero.50 Hay otros testigos heroicos y muchas más muertes injustas. Pero la historia de Romero cristaliza la relación entre el heroísmo de los mártires y el sufrimiento de la gente. Las narraciones del martirio en El Salvador están reunidas en una especie de orden jerárquico: Óscar Romero, Rutilio Grande, los mártires de la UCA, las hermanas Maryknoll, las masacres de El Mozote, etc. El orden se vio en las predicaciones de Romero en los funerales, donde se destacó el papel de los sacerdotes. El orden también se ve en las tradiciones populares sobre los mártires locales, cuyas historias siempre están relacionadas de alguna manera con la historia de Romero. En la historia de Romero, dos cosas se manifiestan de manera eminente: “tanto la identificación con la suerte del pueblo pobre como la entrega incondicional por la causa de su salvación en todos los niveles, comenzando por el más inmediato y urgente, el mero hecho de vivir, hasta la participación plena en la vida de Dios”.51 En otras palabras, no es que la vida y la muerte de Romero sean más importantes que las de los miles de salvadoreños que vivieron y murieron en esas décadas, sino que la vida y la muerte de Romero arrojan luz sobre esas otras vidas y muertes.

      Óscar Romero es hijo de la iglesia. Con esto quiero decir que creció en el seno de la iglesia. Amaba a la iglesia como madre y al Papa como padre. Su adopción del lema ignaciano sentir con la iglesia en 1970 fue una expresión apropiada de su adhesión filial a la iglesia en su rica complejidad. Como hijo, Romero estaba dispuesto a trabajar donde sus padres eclesiales lo necesitaran. En su caso, esto significaba ser un pastor. Es importante recordar que sus tres años como arzobispo representan una pequeña fracción de la vida de ministerio de Romero. Cuando asumió este rol de liderazgo en 1977, Romero ya había pasado veinticinco años en el servicio sacerdotal en la parroquia de San Miguel y ocho años de servicio episcopal divididos entre San Salvador y Santiago de María. Estos treinta y tres años no deben dejarse de lado en la idea errónea de que representan al viejo Romero, conservador y tradicionalista. Por el contrario, creo que estos años son cruciales para comprender al hombre que fue conocido simplemente como Monseñor. Por mucho que cambió a lo largo de su vida y de la transformación que experimentó la noche que estuvo frente al cadáver de su amigo el Padre Rutilio, el arzobispo de San Salvador siempre fue y siguió siendo hijo de la iglesia.

      Óscar Romero es un padre de la iglesia latinoamericana. ¿Qué es un padre de iglesia? En el Nuevo Testamento la figura de Pablo presenta un importante precedente para este título posbíblico. Pablo llama a los cristianos en Corinto sus “hijos amados”, y les dice “…aunque tengáis diez mil maestros en Cristo, no tendréis muchos padres, pues en Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio” (1 Cor 4, 15). Pablo llama a los gálatas “hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros” (Gal 4, 19). Tradicionalmente, el término padre de la iglesia se ha reservado para los obispos ejemplares que dirigieron a la iglesia a través de las controversias políticas y teológicas de los primeros seis siglos. Si bien no hay una lista oficial, ciertos rasgos comunes caracterizan a los padres de la iglesia. José Comblin identifica cuatro: una vida santa, una fe ortodoxa, una comprensión de los signos de los tiempos y el reconocimiento popular.52 Los padres de la iglesia no eran teólogos académicos sino pastores o monjes dedicados a la edificación de la iglesia.

      El título padre de la iglesia es una manera correcta de recordar a Romero. En la era patrística, los obispos de Asia Menor que asistían a los Concilios de Nicea fueron llamados padres porque su enseñanza fue recibida como apostólica por la iglesia universal. En la era contemporánea, Elmar Klinger argumenta: “Los obispos de América Latina ayudaron a establecer el rumbo futuro de la Iglesia tras el Concilio Vaticano II, que según Pablo VI compartió el mismo estatus que el Concilio de Nicea”.53 En particular, los obispos de América Latina han ayudado a la iglesia universal a asumir la opción por los pobres y reconocer la centralidad de la liberación en el mensaje del Evangelio. Los obispos de la era patrística a menudo pagaron un alto precio por su ortodoxia. Muchos de ellos sufrieron persecución, tortura e incluso fueron asesinados por defender las doctrinas de la iglesia. Estas historias están tan lejos de la sensibilidad pluralista de nuestros días que pueden parecer fantasías ideológicas. Así son presa fácil de las historias revisionistas que restan importancia al motivo teológico de la persecución y las reducen a estrategias políticas de poder. La persecución de obispos como Romero por predicar que Dios ama a los pobres a la vez que odia la pobreza, y el contexto religioso en el que fue asesinado, muestran la vitalidad y actualidad del árbol patrístico. A pesar del abandono y el abuso a que ha sido sometido, el viejo árbol ha ganado años, pero continúa fuerte y vivo.

      Debe reconocerse que la categoría de padre de la iglesia no está exenta de problemas. Por un lado, pocas mujeres encajan en esta categoría.54 En la antigüedad, sus voces rara vez se registraban, y a lo largo de la historia no han sido bienvenidas a los cargos institucionales que permitían a los padres de la iglesia hablar con autoridad oficial.55 Además el modelo patrístico privilegia la voz individual por sobre los movimientos comunales y privilegia los textos teológicos por sobre el ministerio de la iglesia y los desafíos de la vida diaria. Sin duda que hablar de Romero como padre de la iglesia latinoamericana no rompe con las limitaciones de este modelo, pero la vida y la enseñanza de Romero nos ayudan a resituar la tradición patrística. Los padres de la iglesia no brotan como Melquisedec, “sin padre, sin madre, ni antepasados conocidos”, en palabras de Hebreos 7, 3. Romero puede ser padre de la iglesia solo porque primero fue hijo de la iglesia. El carácter excepcional de su enseñanza no es el producto de un genio solitario, pues no lo fue, sino el buen fruto que da testimonio de la salud y la vitalidad de la iglesia latinoamericana cuyas ramas lo sostuvieron.

      El surgimiento de una Iglesia fuente en América Latina

      Hasta hace poco, la iglesia en América Latina tenía pocos o ningún teólogo comparable en estatura a los padres de la iglesia de antaño.56 Las razones de esta esterilidad se encuentran en la historia de la iglesia en América Latina. A lo largo de la mayor parte de los quinientos años de presencia cristiana en el continente los líderes eclesiásticos se preocuparon principalmente por el trasplante preciso del cristianismo europeo al suelo americano. Las acciones heroicas y sagradas de los primeros misioneros como Antonio de Montesinos, Pedro de Córdoba y Bartolomé de las Casas al proclamar el Evangelio y defender a los indígenas se ahogaron bajo el deseo del control europeo de los regímenes coloniales. El tiempo de la independencia no alteró esta dinámica. Las iglesias de las repúblicas recién liberadas reaccionaron a los cambiantes vientos políticos con una estrategia agresiva de romanización. El resultado fue lo que Henrique de Lima Vaz denominó una iglesia reflejo (igreja-reflexo) en lugar de una iglesia fuente (igreja-fonte).57 La iglesia reflejo se caracteriza por la dependencia de la iglesia fuente.

      Las élites latinoamericanas, ya sea en la esfera social o en la eclesial, buscaron en Europa la orientación para sus proyectos y las respuestas a sus problemas. Hubo una marcada tendencia en la iglesia a depender del personal, la espiritualidad, la teología y las finanzas de Europa. La imitación en lugar de la creatividad es la descripción más adecuada para los actos de la iglesia durante los largos años de la colonia, y estos no fueron superados en el posterior período de la independencia.58 No fue hasta después de la Segunda Guerra Mundial que brotaron las primeras formas locales. La iglesia latinoamericana comenzó a agrietar las calles coloniales y a florecer. La fundación de la Conferencia de Obispos de América Latina desempeñó un papel fundamental en el cultivo de estos brotes.

      Con la reunión de obispos en Medellín en 1968, una iglesia fuente comienza a surgir, al menos entre el episcopado. La propia Medellín debe entenderse como resultado de dos desarrollos: los vientos de cambio que soplan desde el Concilio Vaticano II y los conflictos sociales que sacuden a

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