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mata porque estorba” (Homilías 5:354, 23/9/1979). Lo matan porque se interpuso en el camino de aquellos que veían a El Salvador como su propiedad y actuaban de manera de mantener a sus ciudadanos como sus peones. Dicho de otra manera, el mensaje de Romero fue un escándalo. La palabra griega skandalon refiere a un obstáculo, algo que se interpone en el camino. Uno puede estar escandalizado al ver caer a alguien o al tropezar uno mismo. La reacción a la caída puede ser infantil, farisaica o justa.31 El término escándalo puede usarse para nombrar, no solo el acto de ser ofendido sino también el acto de ofender, la causa del tropiezo. El escándalo puede provenir de una persona que pone trampas para impedir el progreso de otra persona. La pobreza es un escándalo en este sentido. La pobreza es el obstáculo en el camino de la vida para la mayoría de las personas en El Salvador. Desde la conquista en el siglo XVI hasta los genocidios del siglo XX, la pobreza ha sido una de las marcas distintivas de El Salvador. Años bajo el mando de oligarquías poderosas que se veían a sí mismas como las dueñas del país llevaron a una distribución tremendamente desigual e injusta de tierras y bienes.

      En la época de Romero el 60 por ciento de la población rural no poseía tierra y el 90 por ciento carecía de los medios para el sustento diario. El “hambre de tierra” y el hambre de alimento fueron la realidad del pueblo salvadoreño.32 El escándalo de la pobreza dio lugar al escándalo de la violencia cuando la oligarquía se unió al gobierno para bloquear todos los intentos de reforma agraria. En la infame matanza de 1932, el gobierno ordenó a los militares reprimir un movimiento insurreccional que exigía una reforma agraria en la parte occidental del país. El resultado fue la matanza de aproximadamente el 2 por ciento de la población. Dado que la mayoría de los muertos eran de ascendencia indígena la matanza fue un acto de genocidio. Es debido a esta matanza que El Salvador carece de una población indígena significativa en la actualidad. Siempre parecen estar apareciendo nuevos obstáculos para el progreso del pueblo de salvadoreño. Al igual que la mítica Hidra de Lerna, el enemigo que puso estos obstáculos tiene muchas cabezas (la oligarquía, el ejército estadounidense, las multinacionales, los poderes y los principados, etc.) pero ha causado un solo escandaloso resultado: la muerte de los salvadoreños.

      El escándalo puede también provenir de Dios, cuyas marcas en el camino a la salvación pueden hacer tropezar a los que siguen el camino que lleva a la perdición. Pero los medios que Dios emplea para convertir a la humanidad de la muerte a la vida pueden ser en ocasiones ofensivos; como Pablo, Romero sabe que la cruz ha de provocar una crisis (Homilías, 3:215, 20/8/1978). La transfiguración es un escándalo en este sentido y el monte Tabor sorprende la sensibilidad del caminante. Allí se presenta una visión de la gloria que solo se puede lograr a través de la pasión. A medida que avanza hacia la cruz, la visión de Jesús transfigurado emite un imperativo para todos los seres humanos: No se conformen con este mundo. No se conformen con las mediocridades. Sean transformados.

      La transfiguración es un escándalo para los pusilánimes que subestiman sus promesas y también es un escándalo para el fariseo. El monte Tabor amenaza con alterar un orden en el que muchos tienen intereses creados ya que el escándalo de la transfiguración tiene también dimensiones políticas.33 Arroja luz sobre un mundo diferente, donde la gloria proviene de la humildad y no del poder y el privilegio. Desde las alturas del monte Tabor, la gloria de Dios brilla más en la carne cubierta de llagas de Lázaro que del suntuoso estilo de vida del hombre rico. En resumen, el escándalo de la transfiguración se expresa en el apostolado de Romero, Gloria Dei, vivens pauper, la gloria de Dios es el pobre que vive.

      Óscar Romero, padre de la iglesia latinoamericana

      ¿Quién fue Óscar Romero? Se han escrito muchas biografías excelentes sobre él.34 De hecho puede parecer que las narraciones sobre su vida, especialmente de su época como arzobispo, es todo lo que se ha escrito sobre él. En cierto modo esto es comprensible. Los años 70 y 80 marcaron un momento dramático para el pueblo en América Central. La gran desigualdad de ingresos, los intentos fallidos de reforma agraria y los rumores de una revolución al estilo cubano contribuyeron a cambiar el panorama social. Algunos esperaban que la iglesia sirviera como bastión de la estabilidad nacional, mientras que otros soñaban con un movimiento guerrillero cristiano. En este contexto, la elección de Romero para el principal cargo eclesial del país fue recibida con consternación por algunos y alivio por otros. Sin embargo, ambas reacciones leyeron mal al hombre y al momento. Días después de su nombramiento, el 12 de marzo de 1977, su amigo el padre Rutilio Grande y dos compañeros (Manuel Solórzano y Nelson Lemus) fueron asesinados mientras conducían hacia El Paisnal.

      Algunos de los biógrafos de Romero se refieren a este momento como su conversión. El camino a El Paisnal fue el camino de Romero a Damasco. Ver esos tres cadáveres convirtió al obispo conservador, tímido y ratón de biblioteca en un profeta en llamas. El propio Romero prefirió hablar de la transformación causada por la visión de estos cuerpos no como una conversión sino como una conciencia creciente de lo que el Señor requería de un arzobispo en ese contexto.35 Sea como fuere, la muerte de Rutilio Grande dejó una profunda impresión en el ministerio de Romero como arzobispo. Situó el servicio de Romero como arzobispo bajo el signo del martirio. Ahora no había ninguna duda al respecto: él era el pastor de una iglesia perseguida. Al asesinato de Grande le siguieron los asesinatos de Alfonso Navarro (11 de mayo de 1977), Ernesto Barrera (28 de noviembre de 1977), Octavio Ortiz (20 de enero de 1979), Rafael Palacios (20 de julio de 1979) y Alirio Macías (4 de agosto de 1979), solo por nombrar a los sacerdotes.

      Este libro no es otra biografía de Romero. En su lugar ofrezco aquí una reflexión sobre los títulos que la tradición ha perpetuado de su memoria. A esta tradición se la llama romerismo. La placa que cuelga en la pared de la casa donde vivió durante su época como arzobispo presenta los títulos de “profeta”, “mártir” y “santo”; pero la tradición de Romero también ha incluido otros títulos menos conocidos como “hijo de la iglesia” y “padre de la iglesia”.36 Antes de examinar esto, puede ser útil decir algunas palabras acerca de cómo creció la tradición de Romero.

      El romerismo comenzó durante los años en que Romero sirvió como arzobispo.37 Sus fuentes principales fueron el púlpito, el camino y la oficina. La mayoría de las personas encontraron a Romero a través de sus homilías. La multitud desbordante en la catedral y la audiencia de radio sin precedentes proyectaron su voz mucho más allá de la del sacerdote típico o incluso del arzobispo. La tradición de Romero creció no solo a partir de la memoria de su palabra, sino también de los encuentros personales que muchos tuvieron con él. Romero visitó los cantones y las comunidades pobres de su arquidiócesis con mayor frecuencia de lo que era canónicamente requerido. Allí Romero experimentó de primera mano las condiciones de vida de su gente y la gente vio a su arzobispo caminando entre ellos. El arzobispado también contribuyó al desarrollo del romerismo. Durante su permanencia en San Salvador las puertas de las oficinas de la arquidiócesis recibieron a personas que buscaban ayuda para encontrar a familiares que habían desaparecido o en busca de justicia para alguien que había sido abusado o asesinado. Ellos encontraron en Romero un pastor compasivo y un fuerte defensor de su rebaño. Esto muestra que incluso antes de ser asesinado la gente tenía una rica colección de recuerdos y experiencias de Romero. Inmediatamente después de su muerte, las piezas del romerismo comenzaron a ensamblarse como en un mosaico. En la homilía de su misa fúnebre del 25 de marzo de 1980, Ricardo Urioste, vicario general del arzobispo, se lamentó: “Nos asesinaron a nuestro “padre”, nos asesinaron a nuestro “pastor”, nos asesinaron a nuestro “profeta” y nos asesinaron a nuestro “guía.”38 Urioste continuó hablando de Romero como “hombre de una profunda fe, de una profunda oración, de una constante comunicación con Dios”.39 Podría haber sido “acusado de blasfemo, un perturbador del orden público, un agitador de las masas”, y ridiculizado como “Marxnulfo Romero” (Arnulfo era su segundo nombre), pero para el clero y los religiosos de su arquidiócesis, su martirio fue la culminación de “una vida de profeta, de un pastor, de padre de todos los salvadoreños, especialmente de los más necesitados”.40 Un pequeño artículo biográfico publicado una semana después de su muerte lo describe de la siguiente manera: “Fue realmente un pastor, un profeta, un amigo, un hermano, un padre de todo el pueblo salvadoreño,

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