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los bienes de la dignidad humana… todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo –después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato– volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo entregue al Padre el Reino eterno y universal… El Reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor, se consumará su perfección». Parte de la alocución que pronunció Romero en la misa de aniversario en sufragio de doña Sara Meardi de Pinto. En Pinto, Jorge (1985): El grito del más pequeño. México, Editorial Cometa, Pág. 278.

      Parece una salutación bastante escatológica como para conmemorar a una dulce matrona acomodada. Pero Romero se encontraba ya en visión de otro mundo, su espíritu rezumaba trascendencia, y en su cabeza volvió a revolotear la noción de «La Transfiguración» en el sentido de una terrenal condición salvífica transida de glorificación celestial, lo que era su gran divisa como recurso hermenéutico de la realidad salvadoreña; la misma que había enarbolado el día anterior en su épico sermón.

      Ese último suspiro exegético representa el sello de fuego para su más caro epítome teologal sostenido a lo largo de su vida dedicada al Reino de los Cielos. Así selló de manera terminante el ahora San Romero su apuesta por la fuerza reflexiva que entrañaba para él la imagen de «La Transfiguración»: frente al altar del sacrificio, minutos antes de que su magnánimo corazón fuese destrozado por la peregrina bala que lo envió al infinito reino del amor divino.

      En conclusión, el libro de Colón-Emeric nos ayuda a comprender que:

      1) El magisterio de Romero como arzobispo puede auscultarse como objeto de estudio que da de sí para establecer la existencia de un pensamiento teológico acabado y original.

      2) Los cimientos de la edificación teológica romeriana son absolutamente clásicos (Escrituras sagradas; Doctos Padres de la Iglesia; Magisterio Vaticano; Cartas y Textos Episcopales latinoamericanos). Y estas basas son las que le conferirían al erudito pensamiento del mártir cuscatleco, un alcance universal, al menos para la porción cristiana occidental del orbe.26

      3) El tema de «La Transfiguración», como idea-fuerza teológica, le sale al paso al término “liberación”. Romero, francamente, nunca desautorizó a la teología de liberación. También es verdad que nunca se apegó de manera adusta a ella. Lo que él hizo fue ser fiel, en su reflexión y exposición pública, a la historia y a la cultura salvadoreña. Esta constatación es uno de hermosos puntales de la concienzuda investigación de Colón-Emeric.

      Para terminar, quiero afirmar que el concluyente estudio de Edgardo Colón-Emeric nos ha hecho un gran servicio: Finiquitar una tarea que permaneció pendiente durante demasiado tiempo; no por omisión o reticencia del ateneo académico, necesariamente; esta tarea le había quedado pendiente al propio sacerdote, luego obispo y ahora San Óscar Romero. El arzobispo fue violentamente apartado de este mundo, justo en el momento en que, desde su cátedra por excelencia, continuaba discurriendo, con mayor profundidad y urgencia nacional, una “visión teológica” muy desde su mente, su memento y su momento, como ya escribimos antes.

      Esta es la auténtica plusvalía que entraña el estudio del teólogo metodista, Edgardo Colón-Emeric. Ha sido él quien ha conquistado la cúspide de esta tarea pendiente con la obra que ahora lanza al mundo hispano, para que sigamos recreando y admirando el legado siempre vigente de “San Romero de América”.

      Por consiguiente, como salvadoreño y como romeriano por vivencia propia que soy, rindo mi eterna gratitud al teólogo, al profesor, al cristiano, al latinoamericano, al buen amigo, al hermano, Edgardo Colón-Emeric, por haber develado esta profundidad de nuestro santo Romero que había tardado casi medio siglo en exponerse como Dios manda.

      Y ojalá que esta publicación sirva para darle fuego (aunque ese no es el propósito del autor, estoy seguro) a un explosivo petitorio que fuera cañoneado hace exactamente cuatro décadas, y que aparentemente nunca llegó a impactar su destino.

      Reza así la exhortación de quien fue un cercano y fiel colaborador suyo, sacerdote y exalumno de “la Gregoriana” como San Romero:

       «Licenciado en Teología. No tuvo tiempo de hacer la tesis doctoral que quedó siempre pendiente. (No estaría mal que los Doctores de la Gregoriana tomaran sus “Obras Completas”, Homilías y Cartas Pastorales, y le dieran su visto bueno para darle el Doctorado en Teología)». 27

      En el cuadragésimo aniversario de su martirio:

      ¡Viva San Romero! ¡Mártir Doctor de América!

      Guillermo Cuéllar-Barandiarán,

       cantautor salvadoreño romeriano,

       Filósofo y Antropólogo.

      Capítulo 1

       Introducción a un escándalo

      Durante su estadía en Roma, mientras llevaba a cabo sus estudios de teología, Óscar Romero frecuentaba las calles de los alrededores de la Basílica de San Pedro; allí solía encontrar personas pobres. Luego de una de esas caminatas, en la víspera de la navidad de 1941, Romero escribió en su diario: “Los pobres son la encarnación de Cristo. A través de sus trapos… el alma caritativa descubre y adora a Cristo.”28 Pero no todos pueden ver esta imagen. Privilegios, ideologías y prejuicios se han convertido en algo así como una segunda naturaleza: un velo grueso que impide que veamos la luz de Cristo que ilumina la vida de los marginados. San Pablo tiene razón al decir “...los incrédulos, a quienes el dios de este mundo les cegó el entendimiento…” (2 Cor 4, 4) pero habría que agregar a sus palabras, y también a los creyentes. La humanidad necesita aprender de nuevo a ver, y por esta razón, cree Romero, el mundo necesita de la iglesia.

      Es en el monte que es la iglesia donde es eliminado el velo de la vergüenza que envuelve a los pueblos en la oscuridad.29 Pero una iglesia ciega no sirve para un mundo ciego. La iglesia también necesita aprender a ver de nuevo. Necesita aprender a ver la gloria de Cristo en las “rostros de campesinos sin tierra, ultrajados y asesinados por la fuerza y el poder; rostros de obreros despedidos sin causa, sin paga suficiente para sostener sus hogares; rostros de ancianos; rostros de marginados; rostros de habitantes de los tugurios; rostros de niños pobres que, ya desde su infancia, comienzan a sentir la mordida cruel de la injusticia social” (Homilías, 6:346, 2/3/1980).30 Para Monseñor Romero, un lugar privilegiado de encuentro con la gloria de Cristo es en el monte que en la tradición se conoce como Tabor, el monte de la transfiguración. La luz de Cristo transfigurado tiene el poder de transformar la carne de los pobres en un ícono de gloria y de abrir los ojos de los ciegos para contemplar esta gloria y ser cambiados.

      Ver la gloria de Dios en el rostro de los pobres de Jesucristo puede ser costoso. En su última homilía dominical el 23 de marzo de 1980, Romero ofreció a su congregación una narración de los eventos más notables en la vida de la arquidiócesis. No había nada inusual en esto. Era su costumbre entretejer los anuncios de la iglesia con la proclamación del Evangelio. Ese domingo en particular, les dio un anticipo de un himno recientemente compuesto por Guillermo Cuéllar en honor al Divino Salvador del Mundo, el patrono de El Salvador (Homilías 6:445, 23/3/1980). El himno sería luego el Gloria de la Misa Salvadoreña.

      “Vibran los cantos explosivos de alegría,

      Voy a reunirme con mi pueblo en catedral.

      Miles de voces nos unimos este día

      Para cantar en nuestra fiesta patrona”.

      La letra describe al pueblo de Dios que se reúne en San Salvador para celebrar el 6 de agosto la Fiesta de la Transfiguración. Romero dice que le gusta especialmente la estrofa final:

      “Pero los dioses del poder y del dinero

      Se oponen a que haya transfiguración.

      Por eso ahora vos, Señor, sos el primero

      En levantar tu brazo contra la opresión”.

      La

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