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href="#fb3_img_img_8d5e2e2e-2258-5463-9b59-c5181c53db84.jpg" alt="carácter"/>īs (canales de sensaciones y retroalimentación) que nos permiten seguir huyendo del dolor. ¿O acaso es posible que podamos reconocer el dolor cuando aparece y hacer que desaparezca? De este modo, terminamos familiarizándonos tanto con los patrones que sustentan su existencia que podemos adentrarnos en ellos antes de que tomen el mando. Finalmente, llegamos a eliminar toda forma de reacción. Cuando no hay reacción, somos libres de actuar. En otras palabras, cuando suspendemos o soltamos por completo los patrones de reacción, somos capaces de responder en cualquier situación sin reaccionar a esta. “Reacción” y “respuesta” no son lo mismo. ¿Por qué? Una respuesta corresponde a una actitud espontánea en la cual podemos aceptar y reconocer lo que en verdad está ocurriendo y actuar de manera adecuada. Como solemos ser muy reactivos, nos resulta difícil reconocer primero lo que realmente está sucediendo. Nuestra percepción se nubla por las preferencias. Una vez que logramos reconocer lo que está ocurriendo en un momento de la experiencia, podemos aceptarlo y así permitir que siga su curso sin intentar escapar de él. Cuando somos capaces de aceptar algo, podemos examinarlo en profundidad y dejar salir nuestros movimientos instintivos para que se identifiquen con el contenido de la experiencia. Así, el dolor es dolor, y un sentimiento es un sentimiento; todos los aspectos de la naturaleza llegan, se transforman y desaparecen.

      Mientras prestamos atención a la respiración, la mente y el cuerpo, descubrimos que la experiencia del momento presente está hecha del resultado de acciones pasadas y de acciones presentes. Esta es la ley del karma: las acciones voluntarias siempre tienen un efecto. La experiencia previa influye en la experiencia presente, y lo que hacemos en el presente influye en el modo en que experimentamos el futuro. Esto significa que el karma opera en circuitos de feedback. El momento presente es determinado tanto por acciones pasadas como por acciones presentes. La acción presente determina no solo el futuro, sino también el presente. No hay nada que separe lo que somos de todo lo que ocurrirá. Todas nuestras acciones e intenciones contribuyen a cómo son las cosas. En resumen, nuestras predisposiciones están involucradas en todo lo que hacemos. Siempre filtramos nuestra experiencia a través de la mente y los órganos de la percepción previamente condicionados. Es decir que funcionamos como filtros; somos sintetizadores únicos e irrepetibles. Por lo tanto, nuestra tarea consiste en filtrar nuestra experiencia de un modo en que no afecte negativamente la actividad del mundo.

      No hay nada que exista independientemente de nuestras intenciones y acciones; no hay ninguna sustancia, respuesta ni separación definitiva entre lo que somos y las preguntas profundas que nos presenta la vida. En términos del yoga, la causalidad significa que, cuando vemos grados excesivos de sufrimiento y codicia, envidia y miedo, agresión e inflexibilidad en el mundo que nos rodea, así como cuando notamos que esas son características que no queremos brindarle a la cultura, nuestra práctica de la mente, el corazón y el cuerpo se convierte en el ejercicio de filtrar esas capacidades potenciales en todos nosotros. Debo meditar acerca de la causalidad para poder trabajar mi potencial codicia, violencia o intolerancia, y que todo mi ser se vuelva un filtro para la cultura. Es como si, al realizar lo que en un principio parecería ser una práctica interna, se convirtiera en un tipo de acción social. La causalidad nos permite ver que nuestro trabajo de meditación interno sale al mundo que nos rodea según el modo en que participemos en cada momento. Cuando comprendemos la causalidad –es decir, el modo en que participamos en cada momento–, empezamos a entender el yoga de las relaciones: no podemos buscar la verdad o el cambio fuera de nosotros. Cualquiera sea el aspecto del camino que te convoque, el compromiso de esta práctica está en el despertar, y no en una doctrina, una teología o una superación personal. Toda reducción del sufrimiento vale la pena, aun cuando tan solo consista en asistir a una clase de yoga y sentir el camino hacia la quietud o en hacernos conscientes de nuestra respiración, aunque sea una vez al día.

      La práctica de reconocer la diferencia entre la consciencia pura (purucaráctera) y los objetos fluctuantes del intelecto consiste en hacer espacio en el corazón, la mente y el cuerpo para que nos apartemos de los constructos mentales y los delirios psicológicos habituales; no del pensamiento en general, sino del hecho de concebir las ideas de un modo arrogante y predeterminado. El despertar es el proceso de quitar los velos de la mente que dividen las cosas en opuestos y, por ende, la iluminación consiste en convertirnos en lo que realmente somos, libres de actuar sin creer que “mis” acciones benefician a los demás. Cuando actuamos de manera saludable y reconocemos los hábitos que dan lugar a acciones perniciosas, descondicionamos el corazón hasta que alcanza un grado de receptividad tal que no vemos nada de lo que existe en el universo como separado de este ser. El yoga resiste la problemática dualidad por la que actuamos creyendo que en verdad estamos separados del mundo. La muerte de los hábitos y un ser inclinado a algo más grande que sí mismo van de la mano. Sin la desaparición del hábito, la naturaleza conjuntiva del momento presente permanece oculta. Irvin Yalom lo expresa en términos psicológicos de la siguiente manera:

      En este caso, la palabra muerte refiere a la muerte del hábito: el acto de soltar los pensamientos que nos mantienen “ocultos y envueltos” en nuestras versiones egocéntricas de la realidad. Toda creación de un ser separado es una defensa contra el acto de soltar y da lugar a los seis venenos del ducarácterkha, los seis enemigos del corazón.

      10. Czeslaw Milosz citado en Jane Hirshfield, “Poetry, Zazen and the Net of Connection,” en Beneath A Single Moon, ed. Kent Johnson y Craig Paulenich (Boston: Shambhala Publications, 1991), 152.

      11. El Yoga-Sūtra atribuido a Patañjali, cap. 1, verso 12, Chip Hartranft, trad. (Boston, Shambhala Publications, 2003).

      12. Jorge Luis Borges, “La cifra”.

      13. The Principal Upanishads, ed. y trad. S. Radhakrishnan (London: George Allen & Unwin, 1953), Chāndogya Upanicarácterad 6.8.1-2.

      14. John Cage.

      15. Mahābhārata, vol. 1, traducido por Ishvar Chandra Sharma y O. M. Bimali (Delhi: Parimal Publishing, 2006).

      16. Stephen Mitchell, Bhagavad Gita: A New Translation (New York: Three Rivers Press, 2000), 12.

      17. Irvin Yalom, citado en Ken Wilber, Spectrum of Consciousness (Wheaton, Ill.: Theosophical Publishing House, 1997), 123.

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