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¡Adelante! ¿Quién vendrá a importunarme de nuevo?

      MEFISTÓFELES

      Soy yo.

      FAUSTO

      ¡Adelante!

      MEFISTÓFELES

      Es menester que lo digas tres veces.

      FAUSTO

      ¡Adelante, pues!

      MEFISTÓFELES

      ¡Así me gustas! Confío que acabaremos por entendernos. Pues sí; para ahuyentar tus quimeras, héteme aquí como un noble hidalgo, con vestido rojo ribeteado de oro, ferreruelo de seda recia, la pluma de gallo en el sombrero, y una larga espada de aguda punta. Y ahora te aconsejo, en breves palabras, que te vistas también de un modo parecido, a fin de que, desembarazado y libre, sepas lo que es la vida.

      FAUSTO

      Cualquiera que sea mi vestido, sentiré sin duda el tormento de la estrecha existencia terrena. Soy demasiado viejo para andar en juegos, y demasiado joven para estar sin deseos. ¿Qué puede ofrecerme el mundo? "Es menester que renuncies". "Has de renunciar": He aquí la sempiterna canción que resuena en los oídos de todos y que, enronquecida, nos canta cada hora durante nuestra existencia entera. Con espanto me despierto por la mañana. Quisiera llorar lágrimas amargas al ver el día, que en su curso no saciará uno solo de mis anhelos, ni uno tan siquiera; que con porfiada crítica obstinada amengua hasta el gusto previo de todo placer; que contraría las creaciones de mi agitado pecho con las mil bagatelas de la vida. Y luego, cuando desciende la noche, debo tenderme intranquilo en el lecho, y ni aun allí encuentro reposo alguno, pues fieros ensueños vendrán a llenarme de sobresalto. El dios que reside en mi pecho puede agitar profundamente lo más íntimo de mi ser, pero él, que impera sobre todas mis facultades, nada puede mover por fuera, de suerte que la existencia es para mí una penosa carga; ansío la muerte y detesto la vida.

      MEFISTÓFELES

      Y, sin embargo, la muerte nunca es por completo un huésped bienvenido.

      FAUSTO

      ¡Oh! ¡Feliz aquel a quien ella le ciñe las sienes con sangrientos lauros en medio del esplendor de la victoria! ¡Dichoso aquel a quien sorprende en brazos de una joven después de vertiginosa y frenética danza! ¡Ah! ¡Si extasiado ante el poder del sublime Espíritu, hubiese yo caído allí exánime!

      MEFISTÓFELES

      Y con todo, alguien se abstuvo aquella noche de beber cierto licor pardo.

      FAUSTO

      A lo que parece, el fisgonear es tu placer.

      MEFISTÓFELES

      No soy omnisciente, pero sé muchas cosas.

      FAUSTO

      Si unos dulces acentos que me eran conocidos me arrancaron a la horrible confusión engañando al último resto de mis sentimientos infantiles con el recuerdo de un tiempo feliz, maldigo todo cuanto cerca el alma con el señuelo de seducciones y prestigios, y en este antro de dolor la retiene fascinada mediante fuerzas que deslumbran y halagan. ¡Maldito sea por adelantado el alto concepto de que se rodea a sí mismo el espíritu! ¡Maldito el engaño de la apariencia que acosa a nuestros sentidos! ¡Maldito lo que en sueños se insinúa hipócritamente en nosotros con ilusiones de gloria y fama imperecedera! ¡Maldito lo que nos lisonjea como posesión, en forma de esposa e hijo, de sirviente y arado! ¡Maldito sea Mammón, cuando con tesoros nos incita a arrojadas empresas, cuando para el placer ocioso nos apareja mullidos almohadones! ¡Maldito sea el balsámico zumo de la uva! ¡Malditos sean los favores supremos del amor! ¡Maldita sea la esperanza! ¡Maldita sea la fe, y maldita sobre todo la paciencia!

      CORO DE ESPÍRITUS

      (Invisible.) ¡Ay, dolor; ay, dolor! Con puño poderoso has destruido el mundo seductor; se derrumba, cae en ruina. Un semidiós lo ha hecho trizas. Nosotros llevamos más allá los escombros a la Nada, y lloramos la belleza perdida. ¡Tú, poderoso entre los hijos de la tierra, reconstrúyelo más espléndido, créalo de nuevo en tu pecho! Emprende una nueva carrera de vida con espíritu sereno, y resuenen en seguida nuevos cantos.

      MEFISTÓFELES

      Éstos son los pequeños entre los míos. Escucha cómo, con sensatez de viejo, aconsejan el placer y la actividad. Pretenden atraerte al vasto mundo, lejos de la soledad, donde se paralizan los sentidos y los humores. Cesa de jugar con tu pesadumbre, que, cual buitre, devora tu existencia. La más ruin compañía te hará sentir que eres hombre entre los hombres. Con todo, no quiere esto decir que vayas a encajarte entre la chusma. No soy ninguno de los grandes, pero, a pesar de ello, si quieres junto conmigo emprender la marcha a través de la vida, me ofrezco gustoso a ser tuyo ahora mismo. Tu compañero soy, y si estás satisfecho de mí, soy tu servidor, tu esclavo.

      FAUSTO

      Y en cambio, ¿qué debo hacer por ti?

      MEFISTÓFELES

      Mucho tiempo aún te queda para eso.

      FAUSTO

      No, no; el diablo es egoísta, y no hace fácilmente por amor de Dios cosa alguna que sea de provecho para otro. Expresa claro tus condiciones. Un servidor semejante trae peligro a la casa.

      MEFISTÓFELES

      Oblígome a servirte aquí, a la menor indicación tuya, sin darme paz ni reposo; cuando nos encontremos otra vez más allá, tú has de hacer otro tanto conmigo.

      FAUSTO

      Poco puede inquietarme el más allá. Convierte primero en ruinas este mundo, y venga después el otro en buena hora. De esta tierra dimanan mis goces, y este sol alumbra mis pesares. Si algún día consigo arrancarme de ellos, entonces venga lo que viniere; si en el mundo venidero también se ama o se odia, y si igualmente hay en esas esferas un arriba y un abajo, no quiero saber de ello nada más.

      MEFISTÓFELES

      En este sentido puedes arriesgar la cosa. Oblígate; estos días verás con placer mis artificios. Doite lo que todavía no ha visto ningún mortal.

      FAUSTO

      ¿Qué puedes darme tú, pobre diablo? El espíritu humano, en sus altas aspiraciones, ¿ha sido acaso nunca comprendido por tus semejantes? Sí, tú tienes un manjar que no sacia; tienes oro bermejo que, como el azogue, sin cesar se escurre de la mano; un juego en el cual nunca se gana; una joven que, reclinada sobre mi pecho, por medio de guiños se entiende ya con el vecino; la gloria, bello placer de los dioses, que se desvanece cual fugaz meteoro. Muéstrame el fruto que se pudre antes de cogerlo, y árboles que diariamente se cubren de nuevo verdor.

      MEFISTÓFELES

      No me arredra un encargo tal. Esos tesoros que dices, yo te los puedo ofrecer. Mas, amigo querido, también se acerca el tiempo en que podamos regaladamente comer en paz alguna cosa buena.

      FAUSTO

      Si jamás me tiendo descansado sobre un lecho ocioso, perezca yo al instante; si jamás con halagos me engañas hasta el punto de estar yo satisfecho de mí mismo; si logras seducirme a fuerza de goces, sea aquél para mí el último día. Te propongo la apuesta.

      MEFISTÓFELES.

      ¡Aceptada!

      FAUSTO

      ¡Choquen nuestras manos! Si un día le digo al fugaz momento: "¡Detente!, ¡eres tan bello!", puedes cargarme de cadenas, entonces consentiré gustoso en morir. Entonces puede doblar la fúnebre campana; entonces quedas eximido de tu servicio; puede pararse el reloj, caer la manecilla y acabar el tiempo para mí.

      MEFISTÓFELES

      Piénsalo bien; no lo echaremos en olvido.

      FAUSTO

      Pleno derecho tienes para ello. No me obligué con temeraria presunción. Tal como me hallo, esclavo soy. Que lo sea tuyo o de otro, ¿qué me importa?

      MEFISTÓFELES.

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