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la economía-mundo. Las razones históricas se relacionan con la extenuación de las fuentes de la incesante acumulación de capital que definen la raison d étre del sistema capitalista y las morales con la colisión entre acumulación de capital y los ideales de libertad e igualdad declarados retóricamente por la geocultura liberal, hoy transfigurada en el neoliberalismo, pero nunca realizados. En el análisis de sistemas-mundo adoptado en este libro, la geocultura dominante es comprendida como un modo discursivo que articula argumentos teóricos y valóricos que cumplen la función de legitimar una visión determinada de la sociedad. Además de la ideología liberal y su nueva expresión en el neoliberalismo, sólo conocemos en el mundo moderno —siguiendo el análisis de sistemas-mundo— la ideología conservadora y la de izquierda. Todos estos asuntos son tratados en distintas partes de este libro.

      Las razones políticas antes mencionadas que contribuirían a la transformación de la hegemonía de la racionalidad capitalista tienen que ver con el surgimiento de nuevos movimientos sociales, culturales y políticos que procuran la formación de un sistema más democrático y, en consecuencia, menos desigual, jerárquico y polarizado.

      La estrategia más recurrente puesta en acción por la geocultura liberal, hoy transfigurada en el neoliberalismo, es el encierro del debate político a la relación entre los medios y determinados fines no sometidos completamente a la crítica surgida de la deliberación democrática y presuntamente validados mediante la razón tecnocrática, que legitima la reproducción del sistema. Cuando los fines comportan una transformación o amenaza al sistema, ellos son calificados despectivamente como una nueva expresión del pensamiento utópico. Como se ilustra en este libro, mediante el estudio de las reformas tributarias habidas durante el último cuarto de siglo en Chile, en varios casos los defensores del sistema no se han atrevido a rechazar de manera franca el cambio social, y reconociendo las “buenas intenciones” de quienes lo propugnan, se han esforzado en desacreditar los medios con que se pretendía lograrlo. El neoliberalismo no está dispuesto a imaginar la generación de un nuevo consenso libre, encaminado a definir una nueva idea de la sociedad “justa y buena”. Un nuevo consenso no puede omitir la crítica de los lugares comunes que fundamentan la ideología neoliberal, profundamente internalizada en los partidos de centroderecha y extrema derecha, y aun en algunos partidos que se consideran de centroizquierda y en muchas otras organizaciones y expresiones político-culturales del Chile contemporáneo. Aunque esos lugares comunes se presentan como verdades objetivas, “científicas”, no son más que claras manifestaciones de una posición dogmática, es decir, una posición que no está abierta a revisar sus propias premisas y/o presentar los argumentos que permitirían fundamentar sus afirmaciones.

      Uno de esos dogmas es el postulado que afirma que el mercado es la única institución capaz de generar riqueza. Esto a su vez descansa en la idea que concibe a las personas como sujetos que sólo pueden actuar gracias a la influencia de los incentivos materiales “correctos” y que, al comportarse de esa manera, estarían también favoreciendo los intereses de todos. Esta aseveración es falsa, porque también se puede actuar por motivaciones solidarias, que generan nuevos valores asociativos de cooperación. Esos valores, a diferencia de los bienes materiales que se agotan por su uso y consumo, tienden a fortalecerse y multiplicarse mientras más infunden nuestros actos. Se genera, de esta manera, una relación sinérgica entre valores asociativos de cooperación y orientaciones de la conducta. Las motivaciones solidarias no guardan una relación de afinidad con las motivaciones mercantiles. Lo que ha ocurrido es que el sistema ha socializado exitosamente lo que Habermas ha llamado la “motivación privatista”, que se expresa en el ámbito familiar en intereses orientados al consumo y en el campo vocacional en carreras orientadas al éxito material. Al mismo tiempo, el sistema ha penalizado cualquiera motivación en discordia con la incesante acumulación de capital, a cuyo desarrollo ha sido subordinada completamente la institución del mercado. A partir de estas consideraciones, se internaliza al mismo tiempo la creencia que entre mercado y bienestar social existiría una relación virtuosa y amistosa. Lo contrario es lo verdadero, porque la sujeción del mercado en alguna limitada medida a los intereses colectivos requiere de la compulsión impuesta por la regulación legal. El mercado, dicen sus defensores dogmáticos, no es concebible si no es bajo la vigencia de condiciones de libertad; aunque olvidan que el ideal de los competidores es la formación de cuasimonopolios que favorezcan sus ganancias y, para asegurarlas, no escatiman en demandar la intervención proteccionista del Estado. Una crasa contradicción: el mercado libre no existe, es sólo una creación ideológica.

      La economía-mundo capitalista, caracterizada por la continua acumulación de capital y a cuya dinámica ha sido instrumentalizado el mercado, no es un fenómeno de la naturaleza, sino el resultado de una creación política que remonta sus orígenes a mediados del siglo xvi en Europa occidental, llegando a alcanzar en los tres siglos posteriores a todo el globo terráqueo. Sin embargo, este tipo de sistema económico está experimentando hoy una turbulencia caótica cuyo desenlace no podemos predecir.

      La elaboración de una crítica a los falsos lugares comunes en que descansa el sistema capitalista y de las propuestas políticas que se deriven de ella, exige la adopción de un punto de vista metodológico que se aparta completamente de la ciencia social normal, caracterizada por la división de los principales enfoques disciplinarios —economía, ciencia política y sociología—, que procuran comprender la sociedad moderna y el abandono de sus relaciones con la reflexión emprendida por la filosofía política con respecto al sentido de la vida en sociedad. Esta división y su omisión de la discusión sobre el fundamento y fines de la vida social, han oscurecido las vinculaciones entre los sistemas políticos y económicos, y los ideales conforme a los cuales manifestamos nuestra concepción acerca de la sociedad justa y buena. La ciencia social normal tampoco considera la importancia del análisis de prologados períodos para comprender la especificidad de cada coyuntura histórica. Asimismo, se construye en la creencia de que los problemas distributivos pueden resolverse con enfoques tecnocráticos, no adecuadamente legitimados en los procesos de deliberación política democrática. Aquí postulamos que los problemas del capitalismo solamente podrían resolverse mediante una amplia y profunda discusión de tipo político, y la discusión técnica solamente asumiría un lugar secundario, ya que sólo se restringe a la elección de los medios más idóneos para el logro de fines políticos.

      Esta crítica y las conclusiones que se desprenden de ella para orientar la idealización de una sociedad no sometida a la racionalidad capitalista se desarrollan en ocho partes. La primera conjetura sobre la crisis del capitalismo y su eventual desenlace de acuerdo a las interpretaciones de cinco eminentes representantes de la llamada macrosociología histórica. Estas interpretaciones son precedidas por una breve introducción de la visión de Joseph Schumpeter y Karl Polanyi sobre el futuro del capitalismo, dos grandes inspiradores de la macrosociología histórica. El líder de la macrosociología histórica, el historiador y sociólogo Immanuel Wallerstein, sostiene que los capitalistas no estarían ya más dispuestos a asumir los altos costos sociales y ambientales que la mantención del sistema demandaría. Randall Collins, también pronostica el fin del sistema debido al desplazamiento del trabajo humano por el arrollador progreso de las tecnologías de la información y la comunicación (tic). Michael Mann y Craig Calhoun piensan que el capitalismo aún podría sobrevivir si asumiera los costos de su reproducción, aunque tampoco se debería descartar que la humanidad pereciera antes que la caída del capitalismo por una catástrofe medioambiental o una guerra atómica. Georgi Derluguian concluye su estudio de la caída del bloque soviético afirmando que la crisis del capitalismo en el siglo xxi se desenvolverá principalmente en el campo de las contradicciones entre el sistema económico y el proceso de democratización, más que en el campo de la geopolítica en la forma de guerras mundiales. Aunque lo que sucederá después del capitalismo es incierto, una perspectiva deseable y realista compartida por todos estos autores sería una disminución de las brechas de desigualdad globales obtenida mediante la negociación y no a través de medios violentos. Esta afirmación es una clara señal del tipo de sociedad que ellos consideran “justa y buena”.

      La segunda parte presenta el estudio de Thomas Piketty sobre la evolución de la desigualdad en el largo plazo. Piketty constata que las impresionantes desigualdades observadas en los siglos pasados reconocen su origen en la acumulación y concentración de la riqueza y un elevado

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