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que estaba convencida de que a su hermana la había atacado un programa maligno.

      Posy se consideraba una mujer fuerte y no le gustaba nada saber que podían herir sus sentimientos.

      Por suerte, no tendría que lidiar con Hannah sola. Beth, Jason y las niñas también estarían allí.

      Posy y Beth seguían estando unidas.

      En la vida de Beth no había dramas.

      Capítulo 5

      Beth

      Cuando Jason llegó a casa, Beth había acostado a las niñas y estaba recogiendo los juguetes del baño. Ese era su momento favorito del día, cuando casi había dejado atrás el caos y tenía ante sí la posibilidad de una velada tranquila. A veces se servía una copa de vino y se permitía leer unas cuantas páginas de una revista antes de empezar con la cena.

      Esa noche estaba demasiado nerviosa para pensar en leer, pero sabía que tenía que esperar al menos a que Jason se quitara el abrigo antes de contarle sus noticias. Cuando recogía unas toallitas húmedas, lo oyó hablar por teléfono.

      —Lo hemos bordado. Les han encantado las ideas. Por la mañana hablaré con Steve para que envíe las cifras. La oficina de Londres está cerrada ahora, pero llamaré mañana a primera hora. Estaré en el despacho a las seis.

      Beth apagó la luz. Las seis implicaba poner el despertador a las cinco, lo que significaba que, si las niñas se despertaban por la noche, cosa que Ruby hacía con frecuencia frustrante, luego la volvería a despertar su marido antes de amanecer.

      Intentando no pensar en su hermana volando en primera clase con una copa de champán, tiró las toallitas a la basura y fue a la sala de estar, donde Jason terminaba su llamada.

      Una luz suave bañaba la estancia con un brillo cálido. Beth incluso había recogido todos los juguetes, tiaras y tutús que llenaban la habitación unas horas antes. Las revistas de moda que le gustaban estaban apiladas ordenadamente sobre la mesa. Un jarrón con lirios añadía un toque de elegancia, mancillado solo ligeramente por los dos ladrillos de Lego que asomaban por debajo del sofá.

      Beth adoraba las flores. Le encantaba su fragilidad, su feminidad. Le gustaba que transformaban una estancia y levantaban el ánimo. Las asociaba con felicidad y también con Jason.

      Al principio de su relación, él le regalaba flores todas las semanas. Después de nacer las niñas, andaban más escasos de dinero y eso había empezado a ocurrir con menos frecuencia, y, en consecuencia, las ocasiones en las que llegaba a casa con un ramo de flores se habían vuelto más especiales.

      En ese breve periodo del día, el apartamento parecía una zona sin niños, un espacio solo para adultos, donde estos podían conversar sobre temas de actualidad, viajes y experiencias en restaurantes de Manhattan en lugar de debatir si el próximo juego iba a ser sobre bailarinas de ballet o bomberos. Un apartamento ordenado le daba a Beth la sensación de estar en control, aunque sabía que no era así. En lo relativo al desorden de los niños, había muchos días en los que tenía la sensación de estar achicando agua en un barco que se hundía.

      Jason dejó el teléfono y le sonrió. Su rostro cambió de serio a sexi.

      Ese día llevaba un traje a medida con una camisa negra abierta en el cuello. Ella notó de pasada que necesitaba un corte de pelo.

      Solían bromear juntos con que, como director creativo de la agencia, su apreciación del diseño tenía que empezar por él mismo. «Este es un negocio creativo, cariño, y antes de vender una marca, tengo que venderme a mí».

      Se habían conocido cuando Jason trabajaba en la campaña de una de las marcas de belleza para las que trabajaba también ella.

      La estrella de él había seguido subiendo, mientras que la de ella había caído a tierra con tal contundencia, que seguía todavía esquivando los fragmentos rotos.

      Por un momento, vio al hombre de negocios en lugar de al marido.

      Pensó que así era como lo veía la gente en el trabajo. No lo veían tumbado con los periódicos del domingo y el pelo enmarañado. Veían al dinámico director creativo de una agencia multimedia de Manhattan.

      Jason trabajaba bien. Gustaba a sus jefes y pronto tendría otro ascenso, con un buen aumento de sueldo.

      Beth habría renunciado gustosa al dinero extra a cambio de tenerlo más tiempo en casa. No solo porque le gustaría que hicieran más vida familiar, también porque, en algún momento del camino, había perdido la sensación de que eran un equipo, pero estaba a punto de arreglar eso.

      Había pensado toda la tarde cuál sería el mejor modo de llevar aquella conversación, pero al final había decidido ser directa.

      Jason la atrajo hacia sí y la besó.

      —¿Qué tal el día?

      Beth le rodeó el cuello con los brazos. Le gustaba que él le sacara solo diez centímetros. Encajaban perfectamente el uno con el otro.

      —Hannah ha cancelado la cena de mañana. Un viaje de negocios.

      —¿Eso significa que no tengo que venir corriendo a casa del trabajo para una cena temprana? —él le soltó la mano y se quitó la chaqueta—. ¿Qué te pasa? ¿Te ha molestado? Es Hannah, ¿recuerdas? No es ninguna sorpresa que cancele, ¿verdad?

      No era una sorpresa, pero eso no significaba que Beth no se llevara una decepción.

      Se disponía a decírselo así, pero se lo impidió un coro de gritos infantiles, seguidos del ruido sordo de pies descalzos cuando las niñas salieron de su dormitorio.

      —Papá, papá…

      Estaban tan contentas, que era difícil enfadarse, aunque Beth sabía que tendría que volver a calmarlas y eso implicaba al menos una hora más hasta que pudiera tener la conversación que tanto deseaba.

      —¡Hola! —Jason alzó a Ruby en sus brazos y giró con ella hasta que la niña gritó de contento—. ¿Cómo está mi niña?

      —Mamá me ha comprado un camión de bomberos.

      —¿Ah, sí? ¿Otro más? Pues supongo que ya tienes una flota completa —Jason miró a Beth, que se ruborizó.

      Ruby lo abrazó con fuerza.

      —Quiero ser bombera.

      —Serás una bombera fantástica. Ningún fuego se atreverá a arder cerca de ti.

      —¿Puedes jugar conmigo? ¿Puedo salvarte de un edificio en llamas?

      —Ahora no, porque es hora de dormir. Quizá mañana —contestó su padre.

      Melly se apretó contra su pierna, más reservada que su hermana. Jason dejó a Ruby en el suelo y alzó a su hija mayor.

      —¿Cómo está mi otra chica?

      Melly apoyó la cabeza en su hombro.

      —Ruby siempre me dice lo que tengo que hacer.

      Jason se echó a reír.

      —Tiene grandes cualidades de liderazgo, ¿verdad, Ruby? Y tú también.

      —A mí no me gusta gritar.

      —El liderazgo no tiene nada que ver con gritar, cariño —él le acarició el pelo—. Un día tendrás un trabajo muy importante y todo el mundo te escuchará. No hará falta que grites.

      A Beth le gustaba mucho que él jamás favorecía a una niña más que a otra. Le gustaba cómo trataba a las niñas, aunque sabía que él lo tenía más fácil. Comparando la crianza de las niñas con una comida, se podía decir que Jason iba directo al postre, saltándose todos los demás platos, incluidas las verduras. Se saltaba las pataletas, las peleas por no comer y las discusiones interminables. También desconocía el tipo de soledad que se producía por estar solo en casa con niños pequeños.

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