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      Posy no comprendía bien qué era lo que hacía su hermana. Las conversaciones que le había oído parecían estar en otro idioma. Ella no sabía nada de estrategia, de economía ni de planes de cinco años, pero, obviamente, su hermana sí, y la gente estaba dispuesta a pagarle muy bien por su experiencia.

      Posy la encontraba un poco amedrentadora, pero la raíz del problema era que su hermana hería sus sentimientos. Ella era espontáneamente cariñosa y Hannah se mostraba distante.

      Jean y Moira volvieron a su café y su charla y Posy se dirigió a la pequeña cocina y empezó a preparar cosas para el almuerzo con Duncan, el chef.

      —Hoy tocan nabos con curry y verduras de invierno —Duncan señaló la tabla y ella asintió.

      —Entendido.

      Todos los días ofrecían dos sopas distintas en el café, y las cambiaban a diario para que los clientes habituales no acabaran comiendo siempre lo mismo.

      A Posy le gustaba cortar verduras. Para soltar agresividad, no había nada como atacar algo con un cuchillo afilado.

      «Maldición, Hannah», pensó, cuando cortaba una cebolla indefensa. Ese año no iba a permitir que le hiciera daño la actitud de su hermana. No se mostraría nada susceptible.

      Los nabos sufrieron el mismo destino que la cebolla, y lo mismo pasó con las patatas.

      Duncan la miró.

      —Prométeme que, si alguna vez te enfadas conmigo, me lo dirás antes de agarrar el cuchillo —dijo.

      —Tienes mi palabra —repuso ella. Había sido canguro de él cuando era adolescente y verlo trabajar en la cocina siempre la hacía sentirse mayor.

      La vida se le iba entre los dedos. A ese paso, a los noventa años seguiría allí, tomando el minibús hasta la tienda.

      Echó las verduras en la cazuela con un suspiro.

      Prefería escalar una pared de roca a cocinar, pero su trabajo como guía de montaña era esporádico, y trabajar en el café suponía un ingreso fijo, además de ayudar a su madre. Era un negocio familiar y la familia lo era todo para Posy. Era una manta cálida en un día frío, una red de seguridad en caso de caída, una fuente de apoyos a la hora de intentar algo difícil.

      Suzanne entró en la cocina cuando las verduras y las especias empezaban a hervir.

      —He escrito los especiales de hoy en la pizarra —removió las sopas—. Deberías haber traído a Luke al café para ofrecerle un tazón de sopa caliente. ¡Pobre hombre!

      —No tiene nada de pobre —Posy empezó a lavar tomates—. Tiene una buena chimenea, un congelador bien provisto y es capaz de calentarse un tazón de sopa si le apetece —y aparte de eso, sus sentimientos por él eran complicados.

      Sin embargo, la presencia de Luke allí era temporal, así que, si ocurría algo entre ellos, al menos no tendría que preocuparse de tropezarse con él el resto de su vida.

      Posy cortó hierbas y tomates mientras su madre ayudaba a Duncan con las empanadas de apio y jamón.

      Suzanne extendió la masa de la empanada.

      —Luke y tú parece que os lleváis bien.

      Posy echó hierbas en la ensalada de tomate. Sabía que su madre estaba indagando y lo único que tenía en común con Hannah era que no estaba dispuesta a comentar su vida amorosa con su madre.

      —Nos paga un buen dinero por alquilar el granero. Por supuesto, procuro estar en buenos términos con él.

      Y sí, él le gustaba.

      Esa mañana, por ejemplo. ¿Cuántos hombres se ofrecerían voluntarios para yacer enterrados en la nieve esperando con paciencia a que los encontrara un perro? Y adoraba las montañas, cosa que, en opinión de ella, le añadía mucho interés.

      En ese momento estaba escribiendo un libro sobre las grandes escaladas de Norteamérica.

      Posy nunca había escalado en Norteamérica.

      Una vez, cuando hacía la limpieza semanal y cambiaba las sábanas en el granero, Luke había vuelto antes de lo previsto y ella le había pedido que le hablara del monte Rainier.

      —¿Por qué quieres que te hable de esa montaña?

      Ella no estaba preparada para decírselo.

      —¿Sale en tu libro?

      —¿El Rainier? Sí —él abrió su ordenador y tocó un par de teclas.

      En la pantalla, apareció la imagen de una montaña con nieve en la cumbre.

      Por supuesto, Posy había visto antes esa foto, o una parecida, pero, de algún modo, el hecho de que procediera de la colección de fotos de él la volvía más real.

      Se acercó más y estudió las laderas cubiertas de hielo. Tenía muchas preguntas, pero sabía que él no podría responder ninguna de ellas.

      —¿Tú lo has escalado? —preguntó, con una voz que le sonó distinta a la suya.

      —Muchas veces.

      —Y es un volcán. Aunque inactivo.

      —Nosotros lo llamamos episódicamente activo.

      Posy lo miró sorprendida.

      —Cuando me gradué, trabajé para el Servicio Geológico de los Estados Unidos —explicó él—. Vivía justo en las afueras de Seattle. Veía el Rainier desde la ventana de mi dormitorio.

      Ella estuvo a punto de contárselo en ese momento, pero algo la detuvo. No quería arriesgarse a que él sacara el tema con Suzanne.

      —¿Qué ruta has escalado tú?

      —Las he escalado todas, en distintas épocas del año. En el verano hay prados con flores silvestres. En invierno la nieve te llega hasta la cintura. ¿Nunca has escalado en Estados Unidos?

      —No. Solo en Escocia y en Los Alpes.

      —Deberías venir a Estados Unidos.

      «Algún día», pensó ella. Aunque no estaba segura de estar preparada para el monte Rainier. Quizá no lo estaría nunca. A su madre la alteraría mucho que fuera allí.

      Recordó aquella conversación mientras preparaba cuencos grandes de ensalada.

      —Hannah me escribió un email anoche —anunció Suzanne—. Me envió una lista de las comidas que no toma en estos momentos.

      Posy se concentró en la ensalada. Si alzaba los ojos al cielo, había una posibilidad de que se le quedaran clavados allí.

      —Claro. Pues reenvíamelo para que adapte mi lista. ¿Qué pidió la última vez? ¿Huevos de codorniz? Encontré una charcutería en Edimburgo que los enviaba por mensajero —y gastó de paso la mitad del presupuesto navideño en eso—. Si se me hubiera ocurrido, habría explorado la posibilidad de criar codornices.

      —Leí en alguna parte que se estresan con facilidad.

      —Y eso antes de conocer a Hannah —Posy vio la mirada de su madre y se apresuró a cambiar de tema—. Hablando de amigas con plumas, Martha ha dejado de poner huevos.

      —Es diciembre —Suzanne recortó la masa con un cuchillo—. No hay bastante luz.

      —Estoy usando luz artificial. No creo que sea eso —quizá Martha sabía que Hannah llegaría pronto. Quizá no veía el punto de poner huevos enteros cuando Hannah solo comía la clara—. Tengo que llamar a Gareth. Con la casa llena de gente, necesitaremos huevos. Huevos normales —añadió. «Huevos normales para personas normales».

      Su madre se limpió las manos.

      —Me gustaría que Hannah y tú estuvierais más unidas.

      —A mí también —contestó Posy. Eso no era mentira—. Pero ella

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