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puñetazo a Logan en la mandíbula.

      —¡Hijo de puta! —le grito. Me doy cuenta de que Emma no entiende nada, que nadie entiende, excepto él y yo—. ¿No tienes huevos para ganarte a una chica con su completo consentimiento? ¿Necesitas ponerle algo en la bebida?

      —No te metas… —advierte. El muy idiota pretende devolverme el golpe, pero lo evito y vuelvo a pegarle.

      Sus amigos llegan y se reúnen a nuestro alrededor, y también aparecen los míos: todos empezamos a pelear.

      La verdad es que estoy demasiado enojado; eso me da fuerzas y los voy derribando como a moscas. Observo que Emma se encuentra más allá; quiero que me vea ganar. Y lo hace; sus ojos grises me vuelven aún más loco y me dan lo que necesito para pelear contra todos.

      Una sirena de policía me hace volver a la realidad. Sin pensarlo, dejo de pelear y busco a Emma. La tomo de la mano y me la llevo. Veo que Félix se sube al auto de una chica y que las personas de la fiesta se van separando y comienzan a huir. Una vez que estamos en el auto, acelero a máxima velocidad. Tenemos que salir rápido de aquí o me volverán a meter preso. Me giro para ver cómo está ella. Se la ve… ¿asustada?

      —Tranquila, conmigo nada te va a pasar.

      Me mira y me derrite. No necesita decirme ni una palabra, esta chica me tiene en sus manos.

      Una vez que pierdo a todos por el camino y que me siento seguro, reduzco la velocidad. Ella está pálida, demasiado. Detengo el auto. Me quiero acercar a ella, pero se separa, abre la puerta y vomita.

      Lejos de sentir asco, la quiero proteger.

      Capítulo 8

      Felicitaciones, Emma

      Emma

      Theo me sostiene el pelo mientras termino de vomitar. Me limpio la boca como puedo y lo miró con mi mayor cara de vergüenza. Él me sonríe y saca una pastillita de menta de su bolsillo. Este idiota no para de sorprenderme.

      Un rato después, estamos en casa. Es una suerte que me hayan dado mi propio juego de llaves y que nadie nos vea llegar. Todavía estoy mareada. Si ya de por sí me da náuseas ir a velocidad en un auto, con un bebé en la panza, me siento peor.

      Pienso en mi embarazo y me mareo más. Suerte que él está cerca y me sostiene. Me apoyo en su hombro. Me inunda su perfume, me siento bien así.

      —No vi que bebieras como para que te hayas sentido mal…

      ¡Qué dulce! Piensa que vomité por alcohol. Ay, ya quisiera.

      —No tomé ni una gota. Alguien me tiró la copa cuando iba a beber…

      —Ni me hables de ese infeliz de Logan. Vi cuando le puso un polvo a la bebida y entendí todo. Te quería llevar al descampado para aprovecharse.

      —¿Y por qué me eligió a mí?

      —Porque llegaste conmigo.

      «Buen punto», pienso.

      —Y porque eras la más linda de la fiesta —añade.

      Casi me desmayo. Nos quedamos unos minutos en silencio, creo que es la primera vez que no pienso y solo me dejo llevar por el momento. Cuando estaba con Nate, siempre pensaba qué hacer o qué decir para que él me quisiera.

      Y ni así lo conseguí.

      —¿Y Félix? —pregunto, para llenar el silencio.

      —Se fue a la casa de una chica. Me mandó un mensaje.

      —Ah… ¿y tú?

      —Yo, ¿qué?

      —¿Por qué no escapaste con tu novia?

      Se ríe con su voz ronca

      —¿Inés? Ella no es mi novia. Es mi…

      —Entiendo —lo interrumpo.

      Ahora, el silencio sí es incómodo, por lo que simplemente me levanto. Le doy un abrazo y le agradezco con sinceridad lo que hizo por mí.

      —Cuando quieras volver a vomitar, aquí estoy.

      Me río y me voy. Al llegar a mi habitación, busco mi pijama y voy hasta el baño a lavarme los dientes y a darme una ducha.

      Cuando ya estoy en la regadera, dejo que el agua corra, tibia. Me toco la panza. Al salir, suspiro. Me pongo mi pijama violeta y regreso a mi cuarto con las zapatillas puestas, enciendo la luz y me dejo caer en la cama.

      Busco el celular que dejé dentro de mi cazadora. Son las 2:21 de la madrugada; en Londres las 10:21 así que llamo a Bella.

      —¡Amiga! ¡Cómo te extraño! No me llamaste ni una sola vez desde que llegaste. Solo un mensaje… cuéntame todo, ya.

      ¿Por dónde empezar? ¿Por la espera en el aeropuerto o por los ojos celestes de Theo? Mmm… Mejor esto último no se lo cuento a mi mejor amiga.

      Cuando corto con ella, me encuentro con tres llamadas perdidas de Nate. ¿Qué debería hacer? ¿Le devuelvo las llamadas o le escribo? Opto por esto último.

      Dos días menos para volver a ver tu estúpida cara.

      Me acomodo para dormir, pero escucho que suena mi teléfono:

      Dos días y ya te extraño con locura. No sé cómo voy a aguantar todo el verano sin ti.

      Antes, su mensaje me hubiese llenado de alegría como para una semana, pero aunque aún me emocionan sus palabras, no causan el mismo efecto en mí.

      Le quito el sonido a mi celular y decido irme a dormir. Sé que me va a seguir escribiendo, pero ya no quiero hablar más con él.

      Apago la luz, cierro los ojos. Hago volar las zapatillas por el aire cuando unos ojos celestes aparecen en medio de la oscuridad y me hacen gritar. O casi, porque en el instante en que iba a hacerlo, Theo pone sus manos en mi boca.

      Lo tengo a centímetros de mí. Su respiración se funde con la mía, sus labios cerca de los míos.

      —Perdón… No quise asustarte. —Retira sus manos de mi boca y me mira como si esperara que le diga algo.

      Lo único que siento es ganas de pedirle que me bese, ya, ahora.

      Pero me callo.

      Él me acaricia, se acerca y… ¿me va a dar un beso?

      Pero no, solo me besa en la mejilla con suavidad. Se acerca a mi oído y susurra:

      —Quería asegurarme de que estabas bien. Ahora me puedo ir tranquilo…

      Asiento, aunque, en el fondo, tengo ganas de decirle que no se vaya, que me abrace, que me siento sola y que tengo miedo. Miedo de ser una madre adolescente, miedo de haber creído estar enamorada de mi mejor amigo, miedo de darme cuenta de que quizá lo que sentía por Nate no era amor.

      Theo me mira antes de irse desde el umbral de mi puerta. Se ve increíblemente guapo a media luz, sus ojos brillan, o quizá yo veo mal, porque cuando él cierra la puerta estoy llorando.

      Capítulo 9

      Sorpresa playera

      —Emma, Emma, Emma, despierta —chilla Donna.

      Abro los ojos y la luz me pega en el rostro como un faro cegador. Mi amiga y Mark me están sonriendo mientras gritan para que me levante.

      —Vamos, llegaremos tarde y quiero surfear antes de que se vayan todas las olas —explica Mark mientras Donna revisa mi valija, que todavía tengo que ordenar. Ella me lanza unos shorts y una remera blanca, junto con un traje de baño.

      «¿Surfear? ¿Será peligroso para el bebé?», me pregunto.

      —¿Cómo entraron? —inquiero.

      —Tu mamá

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