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de la faz de la tierra. Estoy por retirarme, con la respiración agitada, y giro:

      —¿Apenas llegas y quieres meterte en la ducha con mi mejor amigo?

      Me enfrento a Félix.

      —Mal comienzo, hermanita.

      «Ni me lo digas».

      Capítulo 4

      Mal día

      —Emmita, hija, levántate. Ya son las dos de la tarde. Alexander preparó unas hamburguesas para comer en familia.

      Abro los ojos con lentitud porque la luz radiante que entra por mi habitación no me deja ver. ¡Cómo extraño Londres y sus días de lluvia!

      Me escondo debajo de las sábanas:

      —No tengo hambre. No voy a bajar

      —Emma Smith, no te estoy dando una opción. Es una orden. Te bañas, te pones algo cómodo y bonito, y bajas con nosotros.

      Me destapa y se va, me deja gruñendo, sola. Empiezo a buscar ropa en mi valija y no encuentro nada que me sirva para hoy. Tengo que ordenar, urgente.

      «Esto me va a servir», pienso y termino por elegir un vestido rosa, con flores, y unas sandalias blancas.

      Voy al baño y escucho a Félix de fondo.

      —Qué lástima para ti que no esté Theo ahí dentro.

      Me doy la vuelta y le saco el dedo del medio.

      Entro al baño y vomito. Tengo que tomar una decisión sobre esto que crece en mi panza. ¡Qué manera de empezar el día!

      ***

      Bajo las escaleras, con un aspecto mucho más agradable que el de hace media hora, y me encuentro a Félix y Alexander en medio de una discusión.

      —Después de lo de anoche, no te tendría que dejar salir.

      —Por favor, papá, fue un error. Uno solo, no voy a terminar en la cárcel como ayer.

      «¿Félix fue a la cárcel? ¿Por eso llegó tarde Alexander al aeropuerto?».

      Se dan cuenta de mi presencia:

      —Okey, te dejo ir solo si llevas a Emma.

      «¿Qué? ¿A dónde me quieren llevar?». Félix me regala una mirada aterradora y yo lo observo con mi mejor cara de póker.

      —Está bien —dice Félix—. Pero no cenaré aquí. Emma, estate lista para salir a las diez. —Y se va.

      Me quedo quieta en mi lugar porque no entiendo absolutamente nada de lo que acaba de pasar. Alexander se empieza a reír.

      —Ven a comer, Emma. Debes tener hambre —me dice—. Te explicaré lo que acabas de ver.

      Sonrío y sigo a Alexander hacia la cocina. Cuando llegamos, veo que mi mamá pone las ensaladas sobre la mesa. Me siento y comienza un silencio incómodo:

      —Ayer, Theo y Félix fueron arrestados por conducir muy rápido. Demasiado rápido. Por eso, llegué tarde al aeropuerto. Hoy, me dijo que quería volver a salir, por lo que le dije que lo dejaba ir solo si te llevaba a ti. Me pareció una buena idea para que conozcas gente nueva y te diviertas.

      —Bueno… eh… sí, gracias por hacer eso, pero bueno yo… mmm… —pienso en una excusa rápida, pero ninguna me suena convincente—, no tengo nada para ponerme.

      —Ay, hija, eso no es problema. Te daré algo de dinero para que te compres algo lindo.

      Sonrío y asiento. Por mi parte, el resto de la comida transcurre en silencio. Ellos, en cambio, hablan de cualquier cosa y todo el tiempo, pero, por suerte, no me obligan a participar de una charla que no me interesa.

      Cuando terminamos, mi mamá me da el dinero para que me compre ropa y me dice dónde están los locales. Me da culpa; está intentando que yo sea feliz con ella, pobre, pero no sabe que es imposible.

      Capítulo 5

      Nuevas amistades

      Me pongo una campera de jean y salgo a comprar algo para usar. Puedo sonar medio vampira al repetirlo, pero quiero dejarlo bien claro: odio el sol, el verano y el calor. Por eso, prefiero vivir en Londres, es mi clima perfecto, con mis amigos perfectos, donde mi vida es perfecta.

      Camino un poco y veo vidrieras. Leo «Vintage Clothing».

      Me encanta la ropa vintage así que me decido por ese local. De inmediato, encuentro un vestido negro y ajustado, sé que me quedará bien con mis Vans negras.

      Cuando estoy por pagar, veo a una chica delgadísima, de cabello marrón y lacio, que está robándose unos aritos. No sé qué hacer, nunca estuve en una situación así. Me acerco a ella para preguntarle por qué lo está haciendo.

      —Ey, tú…

      La ladrona se da vuelta con cara de pocos amigos.

      —¿Sí?

      —Te vi guardando eso en tu cartera.

      —¡Ja! ¿Esto? Son solo unos aretes y están muy caros, no puedo comprarlos.

      Es muy simpática y me convence enseguida. Agarro los aritos y los llevó a la caja. Ella me grita que, por favor, pare; que no lo volverá a hacer; que bla, bla, bla.

      Una chica coreana me atiende en la caja:

      —¿Solo el vestido?

      —Y los aritos —añado.

      La expresión de la chica que acabo de conocer se vuelve a una de asombro. Pronto, compro las dos cosas y salimos:

      —¿Por qué hiciste eso?

      —¿Por qué no? —inquiero yo.

      —Porque no me conoces.

      —Hola, me llamo Emma y vine a pasar las vacaciones en la casa del novio de mi mamá.

      —Yo me llamo Donna y vivo aquí desde siempre.

      —¡Listo! Ya somos amigas.

      Donna se ríe:

      —¿Tomamos un helado? Invito yo.

      «¿Helado? Tan solo pensarlo, hace que babee».

      —¿Tienes para invitarme un helado, pero no para unos aros?

      —Graciosa deducción. No vamos a pagar el helado, claramente.

      Me río y la sigo. Es todo lo opuesto a Bella, pero me cae bien. Cuando llegamos a la heladería, un chico rubio nos sonríe.

      —Hola, Donna y amiga de Donna.

      —Emma, Mark. Mark, Emma —nos presenta.

      —Hola, Emma, ¿un helado?

      —Imposible negarme a un helado —respondo.

      —Es inglesa, me encanta —afirma él cuando escucha mi acento.

      Nos quedamos un rato y charlamos sobre cómo es la vida en Londres cuando, de repente, Félix y Theo entran. Tengo que recordarme cerrar la boca porque Theo es perfecto, tanto que molesta.

      —¡Qué hermoso es encontrarme con mi nueva hermanita! —dice Félix mientras me aprieta las mejillas.

      Me suelto, ¿qué diablos le pasa?

      —¡Apártate, ya!

      «¿Me parece a mí o Theo sonríe? ¿Se está riendo de mí?».

      —Bueno, bueno… Si estás con ese humor, no te llevaré a la fiesta hoy.

      —Ugh, como quieras.

      —Félix, para… —interviene Theo. No sé por qué me produce como

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