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misma idea. No sabía cómo decirle, me sentía tan mediocre e inútil.

      Descendimos de la camioneta y empezamos las tareas habituales: descargar nuestras pertenencias y armar las casas de campaña.

      Carlene intentaba inútilmente armar su tienda, se desparramaba cada vez, por lo que me acerqué con lentitud a su lado.

      —¿Necesitas ayuda? —pregunté esperanzado.

      —No —respondió seca.

      —¿Segura? —Intenté tomar su lugar, pero me arrebató la carpa y los palos que había tomado.

      —Dije que no necesito ayuda.

      Me dio la espalda.

      Pasamos la mayor parte de la tarde instalándonos en el sitio. Habíamos ido infinidad de veces ahí, era un lugar tranquilo, donde, por lo regular, había un sinfín de actividades. Mis padres solo iban a pescar y a asar bombones en la hoguera.

      —Necesitamos leños, cielitos. Será mejor que se vayan al bosque antes de que anochezca.

      Carly se tensó al escuchar a su madre, incluso la escuché tragar saliva, algo que me hizo esbozar una sonrisilla. Entonces estaba nerviosa, ¿era eso? Un rayo de esperanza iluminó mi cuerpo. Vi que abrió la boca para objetar, así que la tomé por la cintura y la pegué a mi costado, haciendo que se atragantara con sus palabras.

      —Ya vamos, señora Sweet —dije con dulzura.

      —Cariño, llámame Ginger, ¿cuántas veces tengo que decirlo? —dijo soltando un resoplido que provocó que su fleco se elevara debido a la brisa de su aliento.

      Los adultos se entretuvieron desempacando más cosas, bromeando sobre alguna monería. Carlene se deshizo violentamente de mi brazo

      y caminó dando largas zancadas rumbo al bosque.

      Los pasos bruscos que la castaña daba provocaban que las hojas crujieran, al igual que las delgadas ramas que se encontraban en el suelo; estaba furiosa. Troté con la intención de alcanzarla, pero parecía que quería evitarme.

      Fruncí los labios, sumergido en mis pensamientos.

      Me aventuré, probando mi suerte, porque con ella nunca se sabía. Jalé su brazo y le di la vuelta de forma veloz, para después estamparla en la estructura más cercana: una roca gigante. ¿Cuándo había llegado eso ahí de todos modos?

      Su mirada confundida y desubicada me hizo soltar una risita.

      —¿Qué está mal? —pregunté en un susurro, sintiendo cómo su aroma invadía mis fosas nasales y se adentraba en mi organismo para volverme loco.

      Su respiración agitada provocó que la mía se agitara a su vez. Era tonto, no encontraba la manera de comprender por qué me hacía sentir de esa forma.

      —¿Mal? No hay nada mal, todo está bien. —Sus labios se curvaron tímidamente. Acerqué mi nariz a la suya, acaricié la piel de su punta

      y sus pómulos afilados.

      Sus manos se centraron en mis caderas y eso fue todo lo que necesité para perderme en sus ojos como infante al ver el más inalcanzable dulce.

      —Todo está bien —repetí en un hilo. Nuestros labios se rozaron solamente un poco, provocando que miles de chispas y centellas de colores parpadearan en ese punto. Bueno, al menos para mí.

      Estaba a punto de besarla cuando abrió desmesuradamente los párpados e intentó apartarme golpeando mi pecho.

      —¿Qué te sucede, David Arthur? —Apretó su mandíbula con rabia—. ¿Por qué has hecho eso?

      —¿Por qué he hecho qué? —Iba a contestar, pero dio un saltito brusco. Su entrecejo se frunció con dureza y clavó sus ojos helados en los míos.

      —¡Ya basta, Stewart! ¡No me gusta que hagas eso! ¡No te he dado permiso! —Su cuerpo se sacudió, se hizo hacia atrás y me dio un puñetazo en la mejilla. Atónito por su reacción, me tambaleé, sintiendo cómo el dolor se extendía por todo mi cráneo—. ¡Te dije que no tocaras mi trasero!

      Llevé mi dedo índice al lugar lastimado. ¡Joder! ¡Dolía! Esa mujer tenía puños de acero, debía tenerlo presente en mi mente. Jamás me había golpeado, la había visto hacerlo con otras personas, en ese instante entendí por qué Amanda había llorado por horas el día que recibió el golpe de Carly.

      —¡No he tocado tu trasero, Carlene! —exclamé echando humo por las orejas. ¿Cómo se atrevía a culparme por algo así? Yo nunca lo haría… De acuerdo, sí lo haría, pero no sin su permiso.

      —¿En serio? ¿Y por qué sentí que lo picabas? —soltó airada.

      La rabia en sus gestos era obvia, busqué alguna razón, sin embargo, no la encontré, no sabía de qué estaba hablando. Se puso a dar vueltas, mandándome miradas asesinas. Sus pasos se detuvieron en seco segundos después, levanté la mirada para verla clavada frente a la gran piedra, dándome la espalda. Iba a ser difícil convencerla de cuánto la quería. Suspiré y apreté el puente de mi nariz.

      —¿D-dave?

      —¿Ahora qué? —solté.

      —Creo que me ha picado un alacrán.

      —¿Qué? —pregunté, atónito.

      —¡Joder, D! ¡Qué me ha picado un alacrán! ¿Pequeños con cola puntiaguda? ¿Los recuerdas? Los vimos en clase de biología —murmuró sarcástica. Quería alzarla y devorarla a besos por hablarme tan petulante, pero no era tiempo para eso, ya tendría alguna oportunidad.

      Me levanté de prisa y caminé hasta ella. Sin pensármelo dos veces la tomé en brazos y empecé a correr hacia el campamento, sintiendo el pánico extenderse en la base de mi garganta, tenía que llevarla a algún hospital.

      —¿Qué haces? —musitó con alerta, al tiempo que abrazaba mi cuello. ¡Tonta! ¡Como si fuera a dejarla caer!

      —Son mortales, Carly, no voy a dejarte y luego verte morir. —Divisé a nuestros padres. Carly soltó una risotada, la miré con confusión.

      —Tal vez muera, pero definitivamente puedo correr, ni siquiera me duele.

      —Es para que el veneno no corra. —Le di una mirada de soslayo, apretó los labios reteniendo la risa—. ¿Qué?

      —Eso es mentira, mejor di que quieres tocarme por última vez.

      —Hizo un gesto melodramático y rodó los ojos con diversión, sin saber que sí, lo hacía porque deseaba tocarla, no importaba de qué manera.

      Llegamos a nuestro destino, nuestros padres nos miraron sonrientes, pero sus rostros cayeron al vernos. Con rapidez les informé de la situación, sin dejar que Carly pronunciara algo. Su madre parecía un saltamontes brincando a su alrededor con cara preocupada, palmeando la frente de su hija. De verdad creía que la adoraba y se preocupaba por su bienestar, sin embargo, entre ellas había una grieta enorme. Carlene no la soportaba, toda su adolescencia había intentado cambiarla y moldearla a su modo.

      Insistió en montarse con nosotros a pesar de que le aseguré que podía llevarla al hospital más cercano. El transcurso al sitio lo hicimos en silencio. De vez en cuando la miraba de reojo, pero no se dio cuenta, ya que estaba perdida en lo que fuera que estuviera pensando, sin verse preocupada en absoluto.

      Llegamos minutos después. Sabíamos dónde se encontraba el área de urgencias debido a que en una ocasión habíamos sufrido de piquetes de avispas, muchas de ellas. Sí, trepar los árboles nunca fue buena idea, y a partir de ese momento no dejé que lo hiciera de nuevo.

      Se la llevaron para examinarla, dejándonos a Ginger y a mí en la sala de espera.

      —En cuanto el doctor lo permita podrán pasar a verla —concluyó la enfermera.

      Moví mis pies de un lado a otro con impaciencia, intenté respirar con calma, pero simplemente no lo logré. Me

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