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única opción que tenía era…

      Tomé un respiro profundo para formular las palabras correctas. Iba a mentir por nuestra amistad, porque lo amaba y no quería que perdiéramos nuestro vínculo.

      —Yo… —Me aclaré la garganta—. No me siento de esa forma.

      No me atreví a mirar su rostro su agarre se debilitó, luché con la urgencia de retractarme y besarlo hasta que nuestros labios se desgarraran, pero no lo hice porque era una cobarde.

      —Eso cambia las cosas. —Su voz ronca me dolió. Me soltó y se giró para salir del bañito. Tenía el corazón en mi boca. Antes de salir me miró por encima de su hombro y sonrió de lado, algo que me descolocó—. Se te olvida que te conozco demasiado bien, luciérnaga, ¿crees que te creo una sola palabra cuando tienes esos ojitos llorosos? No sé qué está pasando por tu cabeza, pero alguien que no quiere a otra persona no se deja comer la boca.

      Salió de prisa del sitio dejándome boquiabierta. ¿Qué demonios?

      No sé la hora exacta en la que salí de mi escondite. Supe que era tarde porque el movimiento había cesado. Las ruinas de la fogata aún estaban ahí, invitándome a perderme en su olor a madera quemada. Me senté sobre un tronco rugoso, contemplé la tierra frente a mí como si fuera el espectáculo más sorprendente.

      Una vez, cuando éramos pequeños, David se enojó conmigo porque no quise jugar baloncesto, yo quería jugar fútbol.

      Me ignoró durante una semana entera, estaba destrozada. Mi padre me dijo que se lo dejara a la suerte, así que Dave y yo lanzamos una moneda: salió sello. Ganó, de modo que jugamos a básquetbol.

      Me hubiera gustado tener una moneda para dejarle mi destino a la suerte, pero me fui a dormir.

      Si había pensado que sería como cuando éramos chiquillos, estaba completamente equivocada.

      No estaba segura de qué era peor: que me dejara de hablar o que actuara como si no hubiera ocurrido nada. Su sonrisa era enorme, había una chispa pícara en su mirada, no entendí su plan.

      —¡David, cariño! ¿Por qué no van tú y Carly a la ciudad?

      —propuso Rachel. Me tensé ante tal proposición.

      —Escuché que abrió un nuevo club —agregó mi madre para mi horror.

      Rogaba para mis adentros que su respuesta fuera negativa. Debajo de la mesa crucé mis dedos, pero el brillo en los ojos de Dave me hizo retorcer en cólera.

      —Por supuesto —respondió él sin siquiera preguntarme. Sabía que detestaba con todas mis fuerzas esos lugares.

      Me levanté indignada de mi asiento, provocando que todas las miradas se centraran en mí y, sin decir una palabra, me encaminé hacia mi casita azul para calmarme antes de lanzarle una manzana a la cabeza.

      ¿Cuál era su condenado problema?

      Cuando entré, alguien detrás de mí me empujó para pasar. Me giré y lo miré, David sacudió su cabello con los dedos y después relajó sus hombros. Se acercó con cuidado y frotó con sus palmas mis antebrazos en un intento por calmar la tensión. Lo logró.

      —No volverá a ocurrir, ¿sí? No quería molestarte, hagamos como que no pasó nada. —Controlé las ganas de mandarlo a la mierda. ¿Que no había pasado nada? ¡Me había besado! ¡Dos jodidas veces!

      Resoplé. Él aplanó los labios con diversión. No entendía un carajo.

      —De acuerdo —murmuré.

      —Si no quieres ir al pueblo, no iremos.

      —Está bien, vayamos. —Sonrió de lado y asintió antes de salir.

      Me cepillé el cabello una última vez, tendida en la bolsa para dormir.

      Cuando salí a la oscuridad de la noche, el clima y la brisa acariciaron mi piel. Escuché el sonido de los grillos y el movimiento de las hojas de los árboles. Él me estaba esperando en la camioneta de su padre, movía la cabeza al ritmo de la música, supongo. Tenía un foco encendido, así que era fácil admirarlo desde mi localización.

      Me quedé estancada, quería mirarlo sin que se diera cuenta. Mi corazón dolía tanto que sentía un agujero en mi pecho. Y lo peor era que era una masoquista que no era capaz de alejarse de su veneno. Él también era la cura.

      Recordé cada una de nuestras risas, cada momento que habíamos compartido.

      Su barbilla se levantó y se percató de mi inspección, así que corrí y subí al vehículo. No me dirigió la palabra, ni siquiera una mirada en todo el camino. Mi corazón se hundió y mi ánimo también. ¿A dónde había ido todo aquello de actuar como si no hubiera ocurrido algo entre nosotros?

      ¿Dónde estaba mi mejor amigo?

      Nueve

      Ir a su lado sin poder tocarla y besarla era una completa tortura, pero si quería que reaccionara tenía que sacudirla, esperaba que la lejanía le provocara algo.

      No sabía cómo actuar, no sabía cómo hablarle sin sentirme estúpido. Deseaba con cada fibra de mi ser que me amara de ese modo.

      Le di una mirada de soslayo, iba más pendiente de ella que de la carretera, y volví a centrar la vista.

      Llegamos al lugar atestado de gente moviendo sus cuerpos en masas, la música retumbaba. Me adelanté a pesar de que deseaba tomarle la mano, la sentí caminar detrás de mí, era consciente de cada uno de sus movimientos, aunque no lo pareciera.

      En verdad esperaba que lo que había dicho en el baño fuera producto de alguna tontería, de lo contrario, iba a tener que olvidarla. El solo pensar que no me quería, que nunca me querría creaba un abismo en mi interior. Si ese era el caso, ¿qué iba a hacer con mi amor? Con ese absurdo sentimiento que había ido alimentando con el pasar de los años y que seguía creciendo. ¿Cómo detenerlo? Era como el agua, que siempre encontraba una rendija para colarse, así era ella, se colaba por todas partes.

      El bar estaba repleto de meseros sirviendo órdenes, siguiendo el ambiente. Me dejé caer en un banquillo.

      —¿Quieres tomar algo? —pregunté.

      —¡No, gracias! —Alzó la voz para que la escuchara por encima de los estruendos, los gritos y la música electrónica.

      El barman se nos acercó y, después de darle una mirada a Carly, tomó mi orden.

      En silencio tomé mi trago. El escozor del alcohol quemó mi garganta; apreté los dientes para resistir.

      —¿Quieres bailar? —Su pregunta me descolocó. ¡Estaba funcionando!, o eso esperaba: ella no era mucho de bailar, por lo que supuse que no le agradaba mi actitud distante, pero necesitaba más.

      A sus espaldas se encontraba alguien.

      El tipo de chica que habría llevado cualquier noche a mi cama y la haría mía hasta que gritara y me hiciera olvidar cuáles eran los gritos que en verdad deseaba, ruidos que jamás podría escuchar porque eran inalcanzables.

      Rubia, sus labios —demasiado gruesos para ser naturales— se curvaron al darse cuenta de que la miraba fijamente. Levantó la barbilla y señaló la pista, después de lamer un poco su comisura.

      —Vuelvo en un momento —dije, rogando que mi plan funcionara y no nos fuéramos a la mierda. Me levanté con los ojos clavados en la rubia, quien se levantó de igual manera y empezó a caminar. Quise averiguar la reacción de Carlene, pero me contuve. La chica se introdujo en el gentío, así que la seguí.

      Observé, desde atrás,

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