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y su aspecto de chico malo—. Te vi aquí, pensé que estaba bien venir a saludar.

      —¡Richard! ¿Cómo has estado? —Limpié las evidencias de que había llorado y lo miré. Fui transportada años atrás.

      Richard Palace fue mi primer novio, lo conocí una noche en un concierto, él tocaba la batería en una banda de rock. Empezamos a salir y nos dimos cuenta de que nos gustaban las mismas cosas y teníamos los mismos intereses. La verdad es que Rich fue un respiro en medio de mis sentimientos por Dave, como agua calmando al fuego. También estaba la otra parte de él que me había lastimado, esa que me exigía que dejara a mi mejor amigo y que le demostrara mi amor en la parte trasera de un coche. Al final me decepcionó. Pero ya no me dolía tenerlo alrededor.

      —Bien, ¿y tú, Carlybu? —¿Por qué me llamaba así después de tanto tiempo? Me puse en guardia. En ocasiones Ian pronunciaba el mote para molestar, sobre todo a Dave, quien se ponía de malhumor al escuchar esa palabra.

      —Bien. —Respiré para tranquilizarme, por alguna extraña razón su presencia me incomodaba. Cuando terminamos la relación no lo hicimos de la manera correcta, jamás nos volvimos a ver, aunque muchas veces había intentado contactar conmigo.

      Nos quedamos callados. Era extraño charlar después de tanto tiempo.

      —¿Sigues viviendo con tus padres?

      —No, me mudé —contesté.

      —¿Tu número sigue siendo el mismo? —Afirmé con un sonido—. El mío también, eh… ¿estás viviendo con Dave?

      —Sí —susurré, dubitativa. Ni siquiera entendía por qué me comportaba como si él tuviera el derecho de preguntarme sobre mi vida. Durante nuestro noviazgo tuvo muchos celos de David, aunque nunca supo de mi amor por él.

      —Tengo que irme, Carlybu, prometo llamarte. —Se levantó y, antes de marcharse, me regaló una sonrisa de lado, como las que hacía antes de salir por la puerta de mi casa—. Por cierto, sigues igual de preciosa.

      Dicho aquello, salió de la pizzería sin mirar atrás. ¿Qué demonios había sido ese encuentro? Yo nunca fui preciosa para Richard; su cumplido me descolocó.

      Tomé refresco de una lata con pajilla, mi mente divagó.

      Jamás pude enamorarme de Richard porque Dave siempre se interpuso; aquel hecho no evitó que en mi corazón creciera un gran cariño y una gran confianza hacia él. Cuando lo encontré en aquel bar con una rubia de caderas pronunciadas y pechos enormes ni siquiera trató

      de arreglarlo. Me detuve frente a ellos y susurré su nombre. Él solo

      dijo: «necesito a una mujer, no a un amigo». La chica en sus brazos se carcajeó, todos en el bar pudieron presenciarlo, me miraron con lástima, algunos otros se burlaron de mi desgracia. Salí corriendo, Dave me arrastró a sus brazos y acarició mi cabello hasta que caí dormida en su regazo.

      Dave.

      Negué con la cabeza, intentando apartarlo de mis pensamientos, pero como siempre, no lo conseguí. Era tan perfecto. Él era el tipo de chico cliché: jugador excelente en deportes, popular, rodeado de mujeres y con su amiga masculina adherida a él.

      Regresé a su casa porque no tenía otra opción. Después de todo, no era tan cobarde.

      Desde la planta baja pude escuchar sus pasos, estaba dando vueltas como león enjaulado en mi habitación. Me imaginé su rostro furibundo, así que di un suspiro melancólico y me armé de valor. Sabía que él me estaba esperando; Petunia era un auto ruidoso.

      A la una de la mañana, o un poco más, subí las escaleras. Una vez arriba me detuve, me quedé pasmada en el umbral al confirmar su presencia. Sus ojos verdes me observaron con molestia, me hizo recordar las veces en las que mi padre me había regañado cuando era una adolescente. Se levantó con el cuerpo tenso.

      —¿Dónde estabas? —soltó.

      —No te importa —contesté lo más altiva que pude.

      —Mierda, sí que me importa. —Cepilló su cabello con frustración. Su preocupación me hizo enfurecer, así que junté los labios formando una línea para evitar lanzarle insultos y busqué las palabras adecuadas en mi mente.

      —No eres mi padre, solo vete, quiero dormir. —Lancé un gruñido y dejé el celular en la cama para dirigirme al cuarto de baño.

      Me apoyé contra la puerta y aguardé unos minutos, esperando que se marchara de la alcoba; no quería topármelo cuando regresara. Al salir distinguí su rugido, miraba con el ceño fruncido la pantalla de mi teléfono. Las aletas de su nariz se abrieron con fiereza, estaba tan rojo que creí que explotaría.

      —¡Joder! ¡Vas a tronarlo, Dave! —exclamé al percatarme de cómo sus puños se cerraban alrededor de mi móvil.

      —¿Qué es esto? ¿Otra vez este imbécil? «Me dio mucho gusto encontrarte esta noche, deseo con ansias verte de nuevo, te llamaré pronto, Carlybu. Besos» —recitó imitando la voz de Richard. Debo admitir que me dio un poco de gracia. Arrojó el aparato y clavó su mirada en la mía—. ¡Maldita sea, Carlene! Ese bastardo te dañó y le hablas como si nada, y conmigo, que soy tu mejor amigo, te enojas.

      —Ese bastardo al menos me dijo lo que pensaba en mi jodida cara, no se escondió y lo dijo a mis espaldas —escupí con desprecio.

      —¿De qué hablas ahora? —Tronó los huesos de su cuello con exasperación, sabía que lo estaba llevando al límite.

      —¡Le hablas a la gente de lo masculina que soy! —grité.

      —Yo no le dije nada —siseó entre dientes.

      —No te creo —solté sabiendo que eso lo lastimaría. El rostro se le descompuso. Quería correr a sus brazos y decirle que era mentira, que si decía que el mar era de algodón, yo lo creería. Me contuve porque avergonzarme más no serviría de nada, mucho menos haría que se fijara en mí.

      Sabía que el dolor en su rostro era porque nunca había dudado de él, jamás había puesto en duda sus palabras. Éramos como uña y carne, se suponía que no podíamos desconfiar del otro. Ya no estaba tan segura de que él fuera real, no después de lo que había estado pasado últimamente.

      —¿Qué? ¿Desde cuándo no me crees? —balbuceó atónito y… herido.

      —Tu maldita pelirroja me dijo que le dijiste que soy masculina. Es una decepción saber que mientras yo creo que eres el único que no se burla, lo haces. —Se tensó y me miró con los puños hechos nudos—. Pues te informo que soy una mujer, al parecer no te puedes convencer aún. ¡¿Quién quiere estar con una fea marimacha como yo?! Necesitaban verme desnuda para comprobar que era mujer porque mi estúpida ropa holgada decreta que tengo pene, próstata y testículos. Esto está jodido, Dave. Y-yo nunca me burlé de ti, siempre estuve junto a ti y te defendí, estuve orgullosa de decir que eras mi mejor amigo.

      Comencé a llorar, quise cubrirme el rostro con las palmas, pero él me lo impidió, me tomó los brazos y los hizo hacia abajo para ver mi cara. Me sacudí, deseando que me soltara porque me dolía que me tocara, que no me quisiera. No lo hizo, me abrazó tan fuerte que no tuve más opción que rendirme.

      —Shh, luciérnaga, sácalo todo —murmuró en mi oído. Sus brazos a mi alrededor eran como una cadena. Me aferré a su camisa—. Sácalo, estoy aquí.

      —Me duele —dije.

      —Lo sé, sé que duele. —Parecía que me entendía, sin embargo, no lo sabía, no tenía idea de qué me dolía. No podía dejar de pensar en que había dicho que me quería como a una hermana. ¿Por qué había tenido que enamorarme precisamente de él? ¿Por qué?—. Sé que se ve muy mal, pero jamás le dije eso a Leila, Carly, ¿por qué dudas de mí? ¿Por qué siempre esperas que te traicione? Desconfías de todos, nunca de mí, Carlene, me duele que lo hagas.

      —Tal vez vez debería regresar a casa de mis padres.

      Quería

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