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Desvestir al ángel. Eleanor Rigby
Читать онлайн.Название Desvestir al ángel
Год выпуска 0
isbn 9788418013416
Автор произведения Eleanor Rigby
Серия Desde Miami con amor
Издательство Bookwire
Mio suspiró y se tapó la cara con las manos. Trabajar donde y como Aiko, era una buena noticia porque eso la acercaba… a Aiko. Y a Caleb, que eran las dos personas que más quería del mundo entero. Pero conllevaba una gran responsabilidad y no se veía lográndolo. Tampoco podía estar cerca de Caleb, aunque lo deseara con todas sus fuerzas. Se moría de ganas de decirle que lamentaba que Aiko hubiese elegido a otro. Solo le quedaba un consuelo, y era que nada de lo que pudiera ocurrir en Leighton Abogados podría equipararse a aquel patético almuerzo, en el que fue desplazada una vez más. Y lo que le dolía de veras no era cómo la despreciaban, sino ver a Caleb cambiando de postura en la silla, sin saber cómo enfrentar a Marc. Odiándolo porque no lo podía derrotar.
Dios, quería tanto a su hermana…
Viendo que nadie aparecía, se levantó con los tobillos flojos y se internó en el salón. Oyó las voces de sus padres discutir acerca de Aiko, y vio a Marc cruzar el pasillo para meterse en una habitación. Le hizo una señal para apuntar dónde estaba su hermana. Mio la siguió con el corazón encogido.
Ciertamente, Kiko no tenía el cuerpo para trotes. Era difícil, muy difícil alterarla, y ella lo había conseguido.
«¿Para qué aceptas ninguna invitación? Mira lo que has hecho. El ridículo, y ahora joder a tu hermana».
«Pero era comida gratis...». Sí, comida gratis. Y una irritación gratuita, también. Ah… y que una minúscula parte de su ser sospechaba que Caleb estaría allí. Aprovechaba cualquier excusa para estar con Aiko, y esa era una buena.
Intentó que los celos no la consumieran al suponer que los dos estaban detrás de la puerta cerrada. Levantó el puño para tocar...
—...entiendo, pero no puede ser —oyó decir a Caleb.
—¿Y por qué no? —protestó Aiko.
Mio podía imaginar su cara perfectamente. Aparte de lo obvio, que es que era perfecta, tendría el ceño fruncido y las manos en las caderas.
—Me parece muy bien que seas el genio y figura del bufete, pero no vas a decirme a quién puedo y a quién no puedo meter en mi oficina.
—Ni genio ni figura. Solo debes consultarme algunas cosas, y no hacer y deshacer a destajo.
—Entonces dime cuál es tu problema con que Mio ponga su culo en mi asiento y lo discutiremos, porque así no vamos a llegar a ninguna parte.
Mio se mordió el labio. ¿Estaban discutiendo por ella? Eso era nuevo.
—No está cualificada para meterse en el despacho de una socia con amplia experiencia laboral —atajó Caleb enseguida—. Debería empezar como una júnior más, igual que el resto de aspirantes de Miami.
«Pues es verdad».
—Tú y yo tampoco estábamos muy cualificados cuando empezamos. Teníamos un par de años de experiencia y nada más. Y, por Dios, somos una firma privada. Nos caracteriza haber empezado tan jóvenes. Podemos meter a quien nos dé la gana mientras pueda ejercer. Vas a tener que buscarte otra excusa.
Un silencio. Un murmullo.
—Sabes muy bien por qué no la quiero revoloteando por allí, pero si no te vale con ese motivo… Te diré que es incoherente, porque ella no puede coger tus clientes sin más y ponerse en tu lugar sin ninguna experiencia. Además de ser necesario —añadió—. Vas a resolver tus casos desde casa, los pocos que te quedan, nadie tiene que hacerte el trabajo sucio… y yo no necesito ayuda.
—Caleb, no digo que ella vaya a hacer lo mismo que yo.
—Entonces, ¿cómo la vas a meter en tu estudio? Por Dios, Aiko, ¿es que no piensas? ¿Cómo vas a explicar que le den un despacho a la hermana de la socia, si no es por favoritismos? No me he partido la cabeza durante toda mi vida para ahora entregarme a las indulgencias y convertir mi bufete en una secta a la que se accede por invitación. Lo último que quiero es dar imagen de que es más importante ser amigo del gerente que esforzarse por una recompensa.
»Y no es por nada, pero Julie merece un ascenso. Si alguien debe quedarse tu silla, será ella. No voy a darle a la nueva un puesto que no se ha ganado ni por antigüedad, ni por experiencia, ni por méritos propios. Entiendo lo que quieres hacer, pero por favor, mantengamos las cuitas familiares lejos del trabajo, ¿de acuerdo?
Aiko no pudo decir nada. Mio tampoco podría haber replicado. Si es que tenía más razón que un santo.
—Sigue siendo mi despacho, y siguen siendo mis clientes —refunfuñó—. Puedo transferir a los nuevos a quien me dé la gana.
—¿Vas a transferir clientes que vienen buscando a la gran Aiko Sandoval, a una chica que aún no ha puesto un pie en el estrado? Kiko, no quiero ser cruel. Entiendo que quieras darle una oportunidad a Mio. Se la merece después de todo. Pero el bufete es lo más grande para mí —resolvió con honestidad—. Es todo lo que tengo ahora mismo. Necesito gente que pueda defender mis principios y mi profesionalidad, no que eche todos mis lemas por tierra accediendo por recomendación.
—Entonces contrátala como adjunta. Contigo aprenderá muchísimo.
Caleb masculló algo.
—¿Sigues sin enterarte de cuál es el problema? Aiko, no la quiero allí por muchas razones, y no puedes resolver ninguna de ellas. ¿Adjunta? Es solo lo que me faltaba para desquiciarme. ¿Se te ha olvidado lo que ocurrió el año pasado, y el anterior, y cada día de mi vida que hemos compartido habitación? No quiero numeritos infantiles. Y no me digas que ha cambiado, porque no me fío. Ella siempre ha sido así.
Joder, lo que acababa de decir dolía como el infierno, especialmente porque no estaba mintiendo. Mio reconocía sus errores, y lo que ocurrió durante la noche de su primer suspenso —entre todas esas veces que lo sacó de quicio, mencionadas de corrido—, no tenía perdón. Se burló de sus sentimientos por Aiko, intentó golpearlo cuando vino en son de paz... ¿En qué estaba pensando? Cal era un hombre muy introvertido al que no le gustaba hablar de sus sentimientos, y ella iba, con todo su genio alcoholizado, y lo llamaba lassie. Normal que no le quisiera dar una oportunidad.
—Haz lo que quieras —declaró Aiko, en tono mordaz—. Pero esperaba más de ti, Caleb. Pensaba que eras más profesional que tus recelos hacia una persona a la que has visto crecer, y que se supone que te importa.
—No empieces a chantajearme.
—Si el zapato te encaja, Cenicienta, no es ni chantaje ni manipulación: es la verdad que no quieres asumir. Al final no eres tan justo y racional. Te dejas llevar por tus emociones tanto como los demás.
Caleb soltó una risa profunda, ronca y oscura, que desnudó a Mio de piel.
—Créeme, Aiko. Si me dejara llevar por mis emociones, para empezar, habría destrozado la cara de tu novio en cuanto ha empezado a provocarme. Y siguiendo por ahí, tu hermana no estaría sentada a esa mesa en la que no han hecho otra cosa que despreciarla.
Mio tragó saliva.
—Si tanto te molesta que la desprecien, ¿por qué me has dejado sola defendiéndola? —Fue como si viera a su hermana cruzándose de brazos—. ¿Por qué la desprecias tú mismo?
—Porque se tiene que defender ella —espetó, enfadado—. Igual que ella tiene que demostrar que quiere trabajar con nosotros, no aceptar un puesto que le has tirado a la cara por vacilar a tu madre. Igual que ella debe merecer que no me tenga ni que pensar incluirla en plantilla. Por lo pronto, no ha hecho nada que demuestre que es responsable y seria, y eso no tiene nada que ver conmigo despreciándola. Como empiece a señalar hechos objetivos por los que lo pienso, me quedo solo.
Mio