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Contentar al demonio. Eleanor Rigby
Читать онлайн.Название Contentar al demonio
Год выпуска 0
isbn 9788418013379
Автор произведения Eleanor Rigby
Серия Desde Miami con amor
Издательство Bookwire
—No se preocupe por mí. Jamás he defraudado a alguien en mi trabajo; no voy a hacerlo ahora, ni estrenándome en otra sección.
Aiko sonrió sin connotaciones de ningún tipo. El hombre no era su persona preferida, pero no había motivos para enfrentarle con actitud belicosa. Estaban allí por el cliente.
—Los divorcios son muy delicados. No confíe demasiado en su talento convenciendo a los demás de dónde poner su dinero, porque no es trasladable a algo tan delicado como las relaciones personales. De todos modos, procuraré no ser muy dura con usted.
—Dura conmigo… ¡qué ricura! —Esa palabra causó estragos dentro de Aiko—. Limitémonos a no ir a juicio.
—¿Por qué? ¿Tiene miedo de que lo destroce?
—Oh, no. Simplemente odio hacer llorar a las mujeres.
—Para eso primero debería averiguar si está tratando con una mujer de lágrima fácil.
—Todas las mujeres son de lágrima fácil si tocan su punto débil.
—¿Está intentando batir un récord de comentarios machistas?
—No. Solo te estoy provocando. Es una forma de distracción que antecede a la destrucción. ¿Dirías que funciona?
Aiko exhaló por la nariz en una especie de risa floja.
—Así que la leyenda es cierta. Marc Miranda es un destructor.
—No me fío de las leyendas. Prefiero conocer tu opinión cuando sepas de lo que soy capaz.
Le devolvió la mirada en silencio controlando los nervios a duras penas. No le tenía miedo como abogado. Los corporativos —por manejar empresas millonarias y cobrar esa cantidad por su trabajo—, se creían capaces de lidiar con cualquier cosa sin tener una verdadera idea de lo que requería. Como mínimo, experiencia. No estaba preparado para llevar un divorcio de esas características con un patrimonio de esa magnitud y menores en juego. Menos aún cuando la otra parte era indestructible.
Pero sí le inquietaba su sola presencia. La forma en cómo se sentía su cercanía. El ligero perfume que se apreciaba en él cada vez que se movía. La solidez de su mirada, cargada de intenciones ocultas. Aiko tenía miedo de respirar muy fuerte por si él se daba cuenta de que se sentía atrapada, vulnerable y confusa. Marc no dejaba de ser el tipo al que le habló de buenas a primeras de su situación respecto al seguro, cuando no se le habría ocurrido abrirse con nadie por mucho que Allen lo hubiese enviado.
Y también era el que se había olvidado de ella.
No estuvieron más de quince minutos en el armario, si es que llegaban. No intercambiaron más que unas pocas frases. Pero Aiko estuvo fantaseando con él como una niña hasta que Allen la llamó y dedujo, muy a su pesar, que solo se había reído de ella.
No se consideraba tan guapa para calar a un hombre que se cenaría a tres de su talla cada noche. No como su prima menor, que era el prototipo de mujer que nunca se olvidaba. Ni tampoco muy imaginativa, espontánea o divertida, como sí su hermana, cuyas locuras dejaban a los hombres enganchados. Solo era la chica responsable, cortés e introvertida que podía llamar la atención porque le gustaba arreglarse, y porque muy a menudo confundían su timidez con un supuesto enigma irresistible.
Pues no. Aiko no era un rompecabezas, ni una belleza sobrenatural, ni sabía hacer reír a nadie. Pero aun sabiendo todo eso había dado por hecho que al menos su cara, o su nombre, le sonarían un poco a ese hombre espectacular.
Menos mal que no estaba allí para ligar. Esa misma mañana se acababa de prometer que no iba a salir con nadie más hasta que estuviese convencida de que se cortaría un brazo por el susodicho. Se centraría en su trabajo y pasaría por alto la travesura fruto del aburrimiento que llevó a Marc a sus costas. Si no tuvo tanta importancia para él, debería perderla para ella.
Si tenía aspecto de príncipe y vestía un traje azul, qué más daba. Ni que el mundo estuviera hecho solo de casualidades o fuera tan tonta como para dejarse engañar. Ese hombre podría vestir de cabritillo, que al abrir la boca todos verían sus fauces. Y a saber hasta qué punto era conveniente salir con un hombre lobo. Apostaba porque no sería tan agradable como Jacob Black1.
—Será mejor que entremos. Los Campbell deben estar al caer.
Marc hizo un gesto hacia la puerta.
—Detrás de ti.
Marc esperó a que los futuros divorciados y la abogada salieran de la sala para hacerlo él. No era ningún gesto de cortesía ni ninguna norma aprendida, sino otro movimiento estratégico a favor de sus «perversos objetivos», como le gustaba a Nick llamarlos. La forma en que las partes se despedían y si el abogado había sudado el asiento eran pistas clave para saber cuáles eran sus posibilidades.
Viendo que «los Campbell» —mejor sería no decir aquello delante de Carol Price— no se acercaban el uno al otro y evitaban mirarse incluso ante un gesto de cortesía básica como lo era el «hasta el próximo día», Marc imaginaba que podría destruir al exmarido de su cliente sin que esta pusiera ningún reparo. De hecho, agradecía que Carol fuera una de esas mujeres superficiales, incluso faltas de escrúpulos, cuyo único objetivo al pedir el divorcio era quedárselo todo y hundir al caballero. Nunca estaba de más tener ambiciones en común con quien le iba a pagar una sustanciosa cantidad.
En cuanto a la abogada... En el asiento no se apreciaban restos de sudoración, ni en la botella de agua a la que había estado dando pequeños sorbos durante la media hora; solo treinta minutos, porque ambos Campbell tenían compromisos que atender. Y gracias al cielo, porque de haber estado un solo segundo más a puerta cerrada con aquel miserable, podría haberse lanzado sobre su cuello sin pedir perdón después.
Salió de la sala revisando sus anotaciones mentales. Había estudiado el trabajo de Aiko. Él no necesitaba garabatear, ni grabar. La información se adhería a su mente como el mejor pegamento y no se despegaba hasta que le tocaba enfrentarse a otro problema. En cambio, ella no había dejado de apuntar palabras sueltas en su diminuto bloc con anillas, repleto de pegatinas de colores.
Era posible que aquello hubiese mermado un tanto su malestar físico, sus tremendas ganas de arremeter contra el hijo de puta de Campbell: la serenidad de Aiko Sandoval y su sobrada humildad al mostrar un cuaderno propio de una niña de diez años a un cliente que le pagaba cientos de dólares la hora. Aquella mujer era la mismísima definición de paz. Aun cuando los Campbell se gritaban y lanzaban acusaciones, ella no perdía la calma, no se alteraba. Sonreía con suavidad e intervenía, calmando a los dos y entreteniéndolos con la siguiente pregunta. Tenía un método de trabajo muy marcado, ordenado y sencillo. Justo como él. Y tenía una preciosa cara de muñeca que le obsesionaba.
Era ridículo, absurdo, patético y cientos de adjetivos más, pero existía una explicación a que no hubiera logrado sacársela de la cabeza desde que la vio.
Estaba acostumbrado a tomar lo que quería cuando se le venía en gana; llámese número de teléfono o llámese polvazo en el cuartillo de la limpieza… Y de Aiko no había sacado nada porque la prudencia obstruyó su consciente. Marc se educó para despreciar todo lo que le causara verdadero interés, porque era eso lo que siempre conducía a la destrucción. A la supresión de sus pasiones para evitar sufrimientos, le gustaba denominarlo «filosofía epicúrea»; Nick prefería tildarlo de enfermedad obsesiva, y su hermano iba a lo fácil llamándolo estúpido. Ya al margen de eso, sabía que era una exageración tildar a Aiko Sandoval de elemento destructivo, y contradictorio cuando se trataba de una mujer adorable. Pero dedicándose a asesorar a inversores de bolsa, Marc era un hombre intuitivo que se conocía los dos lados de la conveniencia muy bien. Y ella no le convenía. Demasiadas posibilidades de distracción concentradas en un cuerpo tan pequeño.
Una vez fuera de la sala, Marc se