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—se quejaba Jesse, mirándolo con rencor. Tenía los ojos inyectados en sangre y, en serio, apestaba a estercolero. Si le hubieran dicho que había pasado la noche entre los restos residuales de una tumba profanada, se lo hubiese creído—. Habría que verte a ti si estuvieras en mi situación. Y no me digas que tú no habrías dado lugar a esto, porque tengo suficiente de superioridad moral en todos los hombros a los que me acerco a llorar para que me lo repitas.

      —Si estuviera en tu situación, intentaría ser razonable y no sabotearme a diario. Jesse, es el momento de que te des cuenta de lo que está pasando. Tu vida ha cambiado. Debes hacerte a la idea y seguir adelante.

      Su hermano permaneció en silencio un buen rato, lo que ya era extraño en una personalidad extravertida y dicharachera. No estaba viviendo sus mejores tiempos y Marc trataba de comprenderlo, pero había una gran diferencia entre entender la frustración ajena y permitir que la vertiera sobre los demás, haciéndolos cómplices de su ineptitud. Y tenía ya una edad, por Dios. Si no se concienciaba entonces, ¿cuándo?

      Durante esa breve meditación que tuvo consigo mismo, Marc hizo un gesto a Yasin para que arrancase. Entonces, Jesse se giró hacia él con un semblante más o menos seguro de sí mismo.

      Cuando habló le tembló la voz, pero fue latente que había tomado una decisión.

      —Claro. Dime.

      —Necesito que lleves mi divorcio —anunció mirándolo muy serio—. No quiero a ningún tío que no conozca metiendo sus manos codiciosas en mi relación, o en lo que queda de ella. Quiero un divorcio amistoso en el que el abogado nos conozca a los dos.

      Eso era exactamente en lo que Marc estaba pensando y con lo que llevaba soñando desde su boda. Léase con ironía.

      —Jesse, esa parte del Derecho no es lo mío. Lo sabes.

      —Me he enterado de que estás llevando el que probablemente sea el divorcio más escandaloso, difícil y mediático de todos los tiempos. Si puedes con eso, podrás hacerte cargo de nuestra separación, que no tiene ninguna complejidad.

      —¿Seguro que no la tendrá? —inquirió Marc, arqueando una ceja.

      Intercambió una mirada con Yasin a través del espejo, que le devolvió el gesto. «No se lo cree ni él», pareció decir. «Armará una escena en cada reunión y se pondrá a llorar, a agarrarla de las piernas y a anunciar que será su esclavo».

      Marc asintió, dando fe.

      —No. Ya me estoy concienciando. Por favor. Necesito que lo lleves tú. Conoces las leyes mejor que nadie...

      —Y se las salta mejor que nadie —apostilló Yasin sin apartar los ojos de la carretera. Aprovechó que entraba en la caravana del centro para guiñarle un ojo a Marc, quien rodó los suyos.

      Ladeó la cabeza hacia Jesse.

      —Puedo conseguirte un mediador mucho mejor —propuso lleno de ideas—, más experimentado, y lo bastante cercano para que ni te des cuenta de que le estás pagando. Hace que parezca que lo hace por gusto, pero sin perder la profesionalidad.

      Para ser fieles a la verdad, no estaba mintiendo al dar su opinión de Aiko Sandoval. Como siempre, se reservaba información, como que justo por eso debía destruirla o que le encantaría ponerla en posición horizontal, pero eso eran sutilezas que no cabían en el asunto. Obviamente, tampoco la alababa porque sí. Era un movimiento estratégico disfrazado de moralidad.

      Si tenía a Jesse cerca de Aiko, un tipo muy simpático, amistoso, y encima con un graduado en Psicología que le servía mucho más de lo que él imaginaba —comprender y conocer a fondo a los demás—, averiguaría sus puntos débiles sin esfuerzo. Jesse era incapaz de mantener una relación profesional con alguien, al menos estricta. Acabaría yéndose por las ramas y engaliando a Sandoval para que fuese su mejor amiga, su compañera de aventuras, su aliada del póker... En fin, su estrategia servía para poco más que infiltrar a alguien en su vida...

      y encima ayudaría a Jesse. Dos pájaros de un tiro.

      Qué manipulador y desgraciado era. A veces se encontraba especialmente repulsivo, pero ese desprecio hacia sí mismo solía quedar eclipsado por los maravillosos resultados. Bendito fuera Maquiavelo por trazar El Príncipe y darle en quien fundamentar sus políticas agresivas a favor de la conservación del poder.

      Jesse vaciló.

      —Puedes presentármelo, pero en cualquier caso te preferiré a ti.

      —Apoyó la cabeza en el respaldo y suspiró—. Sabes que yo nunca pido favores. Solo este, Marc. Apenas hay que repartir bienes, firmamos la separación porque soy un despilfarrador, y no tenemos hijos... Solo es cuestión de negociar la custodia del perro. Y si me quiere poner una orden de alejamiento —añadió.

      Marc se envaró.

      —¿Cómo que una orden de alejamiento? ¿Qué has hecho ya?

      —Nada... Solo fui a verla anoche, y no le hizo mucha ilusión.

      Marc suspiró. Bueno, en la mayoría de divorcios se necesitaban dos abogados, uno que representara a cada uno de los implicados. Podría colaborar con Tori si tanto le preocupaba.

      Al final tendría que echarle ese cable que pedía, y no porque tuviese tiempo de sobra para encargarse de otro caso, sino por puro aprecio. Aunque los Miranda fueran tres hermanos en total, y tres mujeres distintas hubiesen llevado el apellido, Jesse era el único pariente al que sentía de su familia, además de Camila, que fue como su madre adoptiva. La primera esposa del «gran» Miranda falleció sin que la conociera y la suya también había muerto. De los otros, su hermano mayor y su padre, prefería no comentar nada. Era muy temprano para que lo ingresaran por obstrucción arterial, y tenía demasiados enemigos para darles el gusto de morir joven.

      —Como tu asesor, te pido, por favor, que no vuelvas a hacer eso. Si te pide espacio dáselo, se lo merece. Además de que si no se lo concedes... Es abogada: no le costará enumerarte las faltas penables del Código para recordarte lo mal parado que puedes salir si te pasas de la raya.

      En cuanto Jesse asumió, entre tanta amenaza, que Marc iba a colaborar, esbozó una enorme sonrisa de alegría y se echó a sus brazos. Marc toleró como pudo su muestra de contacto físico, y lo que era peor... Su insoportable olor corporal. Estaba claro por qué Victoria no le había dejado cruzar las puertas de su casa. Los pesticidas no eran muy baratos y habría necesitado a todo un equipo de rescate para respirar en su compañía.

      —No estás muy ocupado, ¿verdad? Puedes permitirte perder el tiempo con tu hermano.

      Marc hizo un esquema mental de su programación por el próximo mes. Se acercaba una de las épocas de mayor inversión en las empresas que asesoraba, además de que uno de sus clientes más importantes se había metido en un problema legal gordo; si a eso se le sumaba la historia de los Campbell, todo lo que debía averiguar de Sandoval para quitarla del medio, los numerosos casos que Jesse había dejado colgados y le tocó cubrir a él, más el hecho de que iba siendo hora de buscarse un adjunto, pasando por decenas de entrevistas personales a repeinados de universidades de renombre... Podía permitirse dormir tres horas al día, y ahí estaba siendo generoso.

      —No, apenas tengo unas pocas cosas que hacer. —No le pasó desapercibida la ceja arqueada de Yasin, que se sabía su horario mejor que él—. Tú, en cambio... Si quieres que sea tu abogado, vas a tener que encargarte de unas cuantas cosas.

      Jesse cambió de postura y lo miró con ilusión, como si le hubiese prometido el último número de la revista Playboy en lugar de un asesoramiento legal. Sí, a su hermano le iba el entretenimiento para

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