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estar con alguien, es chocar con él en algunos aspectos. Si es perfecto no tiene ninguna gracia. ¿O me vas a decir que te gustan los hombres ideales? Llevas una larga lista de tipos maravillosos. ¿Por qué no pruebas con los que no lo son tanto? Es evidente que les falta algo.

      —Claro, les falta mi predisposición a encariñarme, que no sé dónde diablos la he dejado. Pero puede que tengas razón, y es mi concepto de «ideal» lo que hace que Roberto no lo haya sido. Soy consciente de que todos los libros que he leído, todas las películas que he visto, y todos los romances que han vivido mis compañeras, han puesto mis expectativas muy altas en ese sentido. Ahora siento que no me puedo conformar con alguien que no me haga cosquillas con solo cruzarse en mi camino. Al final se reduce todo a eso. Debe existir, ¿no? —inquirió, mirando a su secretaria como si tuviera respuesta a todos los problemas del mundo—. ¿Alguna vez has sentido algo así...? Esa fuerza extraña y poderosa... Esa atracción sobrenatural que describen las novelistas actuales.

      Ivonne esbozó una pequeña sonrisa tímida.

      —Sí, la verdad es que sí.

      —Pues existiendo eso no puedo conformarme con alguien que me hace sonreír. Supongo que eso me hace exigente. No en términos físicos, ni sentimentales... Da igual si es rubio, moreno, calvo; si va al gimnasio o pesa cien kilos, mientras pueda sacarme de mis casillas. ¿No estás de acuerdo conmigo? Al final lo tendré que crear a partir de inteligencia artificial. Sería inteligente y misterioso, y no se pasaría toda la noche alabando mis virtudes.

      La campanita del ascensor cortó su fantasía.

      —Qué importa. Al final va a resultar que sí que tengo demasiado tiempo para soñar con ese ÉL maravilloso. El resumen es: ¿y si lo encuentro y lo rechazo porque no es capaz de engancharme, o no consigo reconocer que está hecho para mí? Dicho de otro modo… ¿Y si el príncipe azul aparece disfrazado?

      Ivonne la miró divertida.

      —¿De qué podría disfrazarse?

      —No sé... De demonio, por ejemplo. Sería horrible encontrarle y no reconocerlo porque alguien le rompió el corazón y es incapaz de ser él mismo, o porque no es de los que se muestran tal y como son... Arg, qué difícil. Si todo se resume a probabilidades, estoy perdida. Quita a todos los hombres casados, gais y enamorados platónicos; a los que nunca se fijarían en mí porque no soy su tipo, los que son unos cabrones… Me quedarían cuatro gatos. Hay demasiada gente en el mundo para que yo tenga la suerte de dar con mi segunda alma gemela.

      —¿Segunda? ¿Quién es la primera...? Ah, Caleb.

      —Obvio. —Sonrió y salió del ascensor—. Ese Caleb al que no le va a gustar que esté aquí hablando de romances imposibles en lugar de lo que he venido a hacer.

      En realidad, a Caleb le daría igual lo que estuviese haciendo porque confiaba a ciegas en su talento. No en vano la había elegido como socia mayoritaria del bufete en el que pusieron su nombre, cuando Neal Delfino, el abogado al cargo, se jubiló y decidió dejar su imperio en manos del más capacitado. Caleb era ese hombre, el que mantendría su cartera de clientes y su prestigio. Durante años fue su abogado adjunto, y después, un socio minoritario envidiable. Aun con solo siete años de trabajo a cuestas, demostró que sus competencias superaban con creces las de ningún otro.

      Caleb había contado con ella para remodelar el lugar y convertirse en la primera firma con juristas jóvenes al cargo; no solo porque tuvieran una relación especial que hacía de ellos una sola persona, sino porque se formaron casi a la vez y juntos eran más fuertes que por separado.

      Además de porque se querían de una forma que nadie más comprendía, y no podían vivir el uno sin el otro.

      —Ni que fuera a enterarse. Incluso si estuvieras coqueteando con su mayor enemigo lo pasaría por alto. Ese hombre te perdonaría un asesinato.

      Ivonne no esperó a que Aiko rodara los ojos y continuó, mientras se detenían en el primer mostrador que encontraron.

      —Retomando el tema una última vez antes de meternos en el caso...

      —Espera.

      Se giró hacia la secretaria que ocupaba el mostrador, a la que le costó despegar los ojos de sus uñas.

      —¿Este es el despacho de Victoria Palermo? Soy Aiko Sandoval, tenemos una reunión ahora, a las ocho y media. Para llevar el divorcio de los Campbell.

      —Un momento, por favor.

      Aiko aprovechó la ocupación de la secretaria para mirar a Ivonne.

      —No creo que debas perder la esperanza.

      —Llevo con la esperanza perdida desde la adolescencia. Nunca he sentido nada intenso por un hombre, Ivonne. No estoy hecha para el amor, eso es todo —resumió, camuflando su decepción con una sonrisa sencilla—. En algún momento tenía que afrontarlo.

      —A lo mejor buscas en el lugar equivocado. ¿No has pensado en probar con algo... diferente?

      Aiko se ciñó el bolso al hombro y la miró interrogante.

      —¿Diferente? ¿Te refieres a citas por Internet o algo así? Es verdad que está en auge, pero no me veo chateando con desconocidos, ni pasándoles fotos en tanga. O sea, podría ser divertido... —rio. Cortó la carcajada al recibir una mirada extraña por parte de la secretaria, que sostenía el teléfono contra la oreja. Carraspeó y se giró un poco más hacia Ivonne para que no la escuchara—. Pero sería calentarlos para nada, ¿no crees? Es decir... No me imagino quedando con alguien solo para hacerle un striptease. Para evitar situaciones tan violentas como esa, mejor no dar la impresión equivocada. Aunque imagínatelo. Siempre he querido hacer un striptease. Debes sentirte poderosa, y sexy...

      —En realidad no me refería a citas por Internet, sino un cambio de... Un cambio más radical.

      —¿Subir el límite de edad, dices? Lo pensé. A lo mejor el hombre perfecto tiene cincuenta y está hecho un toro. O no, quizá solo está gordo. La verdad es que a mí el físico me da igual. Los hombres que mejor me han besado no han sido precisamente guapos.

      —No, nada que ver con el límite de edad. Es más bien...

      —Ya, ya sé qué dices. Tendría que dejar de buscar parejas en el trabajo, ¿no? Sería muy diferente quedar con alguien que no fuese abogado, o ya puestos, caucásico. Nunca he salido con un latino, ni con un asiático, ni con un mulato... ¿Crees que soy un poco racista? —dudó—. En Miami hay de todo, no puedo poner como excusa que es lo que más abunda...

      —Puede pasar a la sala de reuniones —interrumpió la secretaria, haciendo una señal hacia el pasillo contrario con sus uñas perfectas—. Allí la estará esperando.

      —Estupendo, gracias.

      Hizo un asentimiento con la cabeza y se dirigió al lugar que había apuntado. Ivonne la siguió, esta vez sí pegada a ella.

      —Aparquemos el tema por un rato. ¿Tienes conectado mi teléfono profesional...? Perfecto, así no se quedan colgadas las llamadas mientras vuelves. Muchas gracias por interrumpir a Roberto y acompañarme, de verdad. Me has dado tiempo para practicar cómo decirle que preferiría que quedáramos como amigos.

      Ivonne esbozó una sonrisa que oscilaba entre la admiración y la resignación.

      —No hay de qué. Sé que te pone nerviosa enfrentarte a una firma tan grande. Si necesitas algo, puedes llamarme al móvil personal. Ah, y no vuelvas muy tarde; recuerda que hoy tienes el almuerzo con Delfino.

      —¡Cierto! Casi lo olvido. ¿Qué haría yo sin ti? —suspiró, dramática. Le dio un abrazo breve y le guiñó un ojo—. Tanto hablar de hombres, cuando debería enamorarme de ti. Deséame suerte.

      No oyó el suspiro de su secretaria y el comentario del que lo acompañó, porque justo al girarse hacia la entrada de la sala de reuniones, interceptó a la única figura masculina que atravesaba el pasillo

      en su dirección.

      Aiko

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