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que la “transparencia argumental” (lo que él denomina “virtud analítica paradigmática”) puede servir a la formación espiritual.64 Wood admite sin reparos que esta tendencia hacia el rigor argumental también puede alimentar una forma de orgullo o incluso de “violencia intelectual”, pero también dice que elaborar un “buen argumento analítico es hacer este argumento lo más fácil posible para que sus opositores intelectuales lo critiquen o refuten”, y esta misma transparencia hace que sea mucho más difícil protegerse de las críticas, pero que, en contrapartida, es una forma de “volverse uno mismo intelectualmente vulnerable”. De este modo sirve de “control contra el orgullo intelectual”.65 Además, el ritmo exigido por tal rigor y la modestia de las afirmaciones que se presentan de manera defendible, tienen el potencial de cultivar la humildad epistémica. Además, otra característica importante del procedimiento analítico es la necesidad de “identificarse mentalmente con los adversarios intelectuales”. Esto también, como señala Wood, nos obliga a vivir una cosmovisión que no solo es ajena a la nuestra, sino que, a veces, también es hostil. De esta manera, argumenta Wood, “la teología analítica puede convertirse en una práctica espiritual: un modo de buscar a Dios y de adiestrar la mente y la voluntad a estar abiertos a la gracia”.66

      Por último, no podemos obviar aquellos brillantes ejemplos de teólogos para los que la teología analítica está estrechamente relacionada con la adoración y la edificación espiritual. En realidad, es difícil no tenerlos en cuenta pues la tradición está llena de teólogos así. Muchos teólogos de entre los Padres y los escolásticos (medievales o modernos) son considerados “teólogos analíticos”. Porque seguramente se ajustan a nuestro perfil de teólogos que valoran la “precisión conceptual, el rigor argumental, la erudición técnica y la defensa radical de una cosmovisión original” (y quienes, en muchos casos, valorarían P1-P5). Como ejemplo pensemos en el Proslogion de Anselmo. Es obvio que Anselmo valora la precisión y el rigor, y claramente intenta transmitir verdades que él entiende que son convincentes. Pero como señalan tanto Wood como Marilyn McCord Adams, esta obra “no solo pretende comunicar verdades proposicionales” ya que “su fin es ayudar a reorientar la voluntad de sus lectores, y ayudarles a lograr que esta cambie de manera efectiva y por decisión propia”.67 A pesar de las diferencias importantes de estilo y contenido, también podríamos decir lo mismo de muchas otras figuras (conocidas o no tanto): es difícil leer a Buenaventura, Ricardo de San Víctor, Aquino, Scoto, Vermigli, Perkins, Arminio, Turretino, Edwards, Wesley y otros muchos sin percatarse de que están a la vez claramente preocupados por el rigor intelectual y por la edificación espiritual.

      1. Karl Barth, Church Dogmatics, vol. I/1, The Doctrine of the Word of God, ed. T. F. Torrance, trad. Ing. Geoffrey Bromiley (Edinburgh: T & T Clark, 1975), p. 279.

      2. Me doy cuenta de que (al menos en algunas acepciones del término) la historia de la teología analítica es muy anterior a la era moderna y, de hecho, tiene mucho más en común con la escolástica que con la filosofía del siglo veinte o la teología moderna.

      3. Alfred Jules Ayer, Language, Truth, and Logic (New York: Dover, 1952), p. 114.

      4. Ibíd., p. 35.

      5. Hud Hudson, The Fall and Hypertime (Oxford: Oxford University Press, 2014), p. 4.

      6. Ibíd., p. 5.

      7. Para conocer esta historia ver Nicholas Wolterstorff, “How Philosophical Theology Became Possible Within the Analytic Tradition of Philosophy,” en Analytic Theology: New Essays in the Phi- losophy of Theology, ed. Oliver D. Crisp y Michael C. Rea (Oxford: Oxford University Press, 2009), pp. 155-68.

      8. Quentin Smith, “The Metaphilosophy of Naturalism,” Philo 4, no. 2 (2001): 2.

      9. Ibíd., p.3.

      10. Por ejemplo, Basil Mitchell, The Justification of Religious Belief (Oxford: Oxford University Press, 1981); Mitchell, Faith and Criticism (Oxford: Oxford University Press, 1995); Mitchell, Morality, Religious and Secular: The Dilemma of the Traditional Conscience (Oxford: Oxford University Press, 1986); Peter Geach, God and the Soul (South Bend, IN: St. Augustine’s Press, 1969); Geach, Providence and Evil (Cambridge: Cambridge University Press, 1977); Geach, The Virtues (Cambridge: Cambridge University Press, 1977); Geach, Logic Matters (Berkeley: University of California Press, 1972); Austin Farrer, The Freedom of the Will (London: Black, 1958); Farrer, Love Almighty and Ills Unlimited: An Essay on Providence and Evil (London: Collins, 1961); Farrer, Saving Belief: A Study of Essentials (London: Hodder & Stoughton, 1964); Farrer, Faith and Speculation: An Essay in Philosophical Theology (London: Black, 1967).

      11. Los contenidos, y tal vez la existencia misma, de los numerosos y enormes “manuales” y “complementos” de la filosofía de la religión dan testimonio de este hecho. Ver, por ejemplo, William J. Wainwright, ed., The Oxford Handbook of Philosophy of Religion (New York: Oxford University Press, 2005); Philip L. Quinn y Charles Taliaferro, eds., A Companion to Philosophy of Religion (Oxford: Blackwell, 1997); William E. Mann, ed., The Blackwell Guide to the Philosophy of Religion (Oxford: Blackwell, 2005); Michael L. Peterson y Raymond J. VanArragon, eds., Contemporary Debates in Philosophy of Religion (Oxford: Blackwell, 2004); J. P. Moreland y William Lane Craig, eds., The Blackwell Companion to Natural Theology (Oxford: Blackwell, 2009); Justin Mc- Brayer y Daniel Howard-Snyder, eds., The Blackwell Companion to the Problem of Evil (Oxford: Blackwell, 2013); Chad Meister y Paul Copan, eds., The Routledge Companion to Philosophy of Religion, 2nd ed. (New York: Routledge, 2013). Ver también las importantes series de Oxford Studies in Philosophy of Religion editadas por Jon Kvanvig.

      12. Ver Alvin Plantinga, The Nature of Necessity (Oxford: Oxford University Press, 1974); y Brian Leftow, God and Necessity (Oxford: Oxford University Press, 2012). Ver tambien la reciente propuesta de Hugh J. McCann, Creation and the Sovereignty of God (Bloomington: Indiana University Press, 2012).

      13. Una vez más, la proliferación de “lecturas”, “manuales” y “complementos” son la evidencia de la amplitud y profundidad del trabajo emprendido; p.ej., Oliver D. Crisp, ed., A Reader in Contemporary Philosophical Theology (New York: T & T Clark, 2009); Michael C. Rea, ed., Oxford Readings in Philosophical Theology, 2 vols. (Oxford: Oxford University Press, 2009); Thomas P. Flint y Michael C. Rea, eds., The Oxford Handbook of Philosophical Theology (Oxford: Oxford University Press, 2009); Charles Taliaferro y Chad Meister, eds., The Cambridge Companion to Christian Philosophical Theology (Cambridge: Cambridge University Press, 2010).

      14. William J. Abraham, “Systematic Theology as Analytic Theology,” en Analytic Theology: New Essays in the Philosophy of Theology, ed. Oliver D. Crisp y Michael C. Rea (Oxford: Oxford University Press, 2009), p. 54.

      15. Smith, “Metaphilosophy,” p. 2.

      16. Oliver D. Crisp, “On Analytic Theology,” en Crisp y Rea, Analytic Theology, p. 35.

      17. Ibíd., pp. 37-38.

      18. Michael C. Rea, Introduction to Crisp and Rea, Analytic Theology, pp. 3-4. Ver también Nick Trakakis, “Meta-Philosophy of Religion: The Analytic-Continental Divide in Philosophy of Religion,” Ars Disputandi 7 (2007): 179-220.

      19. Rea, introducción, p. 4.

      20. Ibíd., pp. 5-6.

      21. Ibíd., p.7.

      22. Ibíd., p. 5, n. 5.

      23. Ibíd., p. 5, n. 6.

      24. Ibíd.

      25. Alan G. Padgett, “The Trinity in Theology and Philosophy: Why Jerusalem Should Work with Athens”, en Philosophical and Theological Essays on the Trinity, ed. Thomas McCall y Michael C. Rea (Oxford: Oxford University Press, 2009), p. 332.

      26. Ibíd.

      27. Ibíd.

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