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que proporcionara una educación amplia para formar las mentes de los alumnos, más que proveerlos de títulos profesionales.

      A lo largo de sus discursos aborda temas claves de la noción de universidad y de la formación que esta debía impartir, tales como: su ordenación al saber universal y a la verdad; el lugar de la teología en el currículo y su relación con las demás ciencias; el valor del conocimiento como un fin en sí mismo; la unidad de todas las ramas del saber como un todo; el carácter de comunidad académica; el rol de las artes liberales, la literatura y la cultura humanista, entre otros. A diferencia de la postura de los católicos de su tiempo, Newman argumentaba que una universidad católica debía estar abierta a todas las disciplinas y exhortaba a no descartar ni temer a ningún tipo de conocimiento. Invitaba al mundo culto de sus días a buscar la verdad sin miedo en todas las ramas del saber, argumentando que todo lo humano, en su propio lugar, de manera natural conduciría a la verdad. Recordaba que la misma Iglesia “siempre ha hecho uso de toda verdad y sabiduría que ha visto en las enseñanzas de otros”,6 incluso la de los no creyentes. Convencido de la postura abierta de la Iglesia afirmaba que ella se “regocija en el más amplio y filosófico de todos los sistemas de educación intelectual, pues está íntimamente convencida de que la Verdad es su auténtica aliada”.7 Recordaba a su audiencia que ella no ha temido nunca a ningún área de estudio, puesto que entiende que todas amplían los horizontes de la razón humana.

      Su proyecto educativo proponía una visión inclusiva del saber, en la cual todas las disciplinas se enriquecían de forma mutua y contribuían a la totalidad y unidad del círculo del conocimiento. Sostenía que una educación así concebida entregaba las herramientas para una comprensión integral de la realidad, que permitía ver con claridad el todo y a la vez cada una de las partes en su verdadero lugar y dimensión.8

      Dentro de este enfoque holístico, explicaba que la omisión de una disciplina dejaría un vacío que causaría una visión incompleta y deformada de la realidad. Con esto prevenía que cualquier forma de reduccionismo en la explicación de la verdad a una ciencia específica o campo parcial era una contradicción con la idea misma de universidad.

      Sin duda, uno de los puntos más innovadores del pensamiento de Newman es el valor que otorgaba al conocimiento como un fin en sí mismo –independiente de su aplicación–, lo que representaba un abierto desafío en un contexto utilitarista. Fundaba esta osada afirmación en el principio que tanto el conocimiento que se adquiría como las virtudes intelectuales que se desarrollaban en el proceso eran bienes intrínsecos.

      Exponía que la misión de la educación universitaria debía proporcionar capacidades y habilidades que permitiera a los jóvenes a discernir, juzgar, pensar, contemplar y admirar. Para él esta preparación intelectual se alcanzaba por medio de lo que denominaba educación liberal, la que en su tratado define como “un hábito de la mente que dura toda la vida, cuyos atributos son la libertad, la equidad, la calma, la moderación y la sabiduría, o lo que en otro discurso he llamado un hábito filosófico”.9 En esto veía la auténtica utilidad de la universidad. Esto no quiere decir que Newman rechazara la idea de utilidad. Para él el problema surgía cuando la enseñanza universitaria se reducía únicamente a la transmisión de información útil para el ejercicio profesional.

       La teología en el currículum universitario

      Newman consideraba que el verdadero objetivo de una universidad solo se podía alcanzar si se ubicaba la teología al centro del currículo, ya que ella por su objeto –el estudio de Dios10– era la más alta de las ciencias y que como tal, se relacionaba y aunaba a todas las demás. Lo explicaba diciendo: “La verdad religiosa no es una parte, sino una condición general del conocimiento”.11 Su planteamiento era que lo humano y lo divino estaban implicados mutuamente; que se podían y debían distinguir, pero no separar; menos aún afirmar lo uno en desmedro de lo otro. La comprensión global de la que gozaba le hacía entender que no se podía dividir el conocimiento en humano y divino, en secular y religioso, sin referir el uno al otro.

      En su planteamiento, el reconocimiento de Dios y de la teología no implicaba una amenaza para el conocimiento humano y secular, para las ciencias de la naturaleza. Muy por el contrario la teología ejercía una influencia sustancial sobre todas las demás ciencias, “completándolas y corrigiéndolas, ya que al ser la ciencia de la Verdad, no puede ser omitida sin perjudicar la enseñanza de las otras”.12 Con esto, Newman ponía el gran desafío en el estudio y la comprensión de la realidad de todo lo creado, y el sentido trascendente de esta tarea como un camino de la búsqueda de Dios.

       Actualidad de su pensamiento

      Newman fue un idealista, un visionario. Es certero asegurar que cuando dictó sus conferencias en Dublín, no imaginó que sus reflexiones llegarían a una audiencia tan lejana, temporal y geográficamente, como la Pontificia Universidad Católica de Chile, en 2015. Como tampoco se habrá figurado que estas se tornarían en un referente para la reflexión sobre la educación superior, incluso para instituciones cuyas posturas filosóficas y religiosas difieren de manera considerable de la orientación católica.

      Lo más notable de su pensamiento es su actualidad. Su visión de universidad, en parte conservadora, forjada por sus estudios clásicos en Oxford, fue también demasiado moderna para sus tiempos y su propuesta fue incomprendida por sus contemporáneos. No obstante, vino a ser apreciado un siglo más tarde. Muchos de los temas abordados entonces fueron recogidos por San Juan Pablo II en la constitución apostólica Ex Corde Ecclesiae (1990)13 en la que señala el rumbo e identidad de una universidad que sea católica. Citando a Newman, el Papa destaca aspectos claves de su Idea, tales como formar las mentes en la libertad y la sabiduría, aspirar a una síntesis más elevada del conocimiento, y consagrarse a la causa de la Verdad.14

      Se puede decir que The Idea of a University constituye su herencia en el ámbito de la cultura. En ella advirtió a sus contemporáneos sobre los posibles desvíos que en la posmodernidad vemos difundidos con creces. A la vez, anticipó una mirada a la institución universitaria que hoy resuena sorprendentemente familiar. Muchas de las nociones que introdujo entonces, hoy, en el siglo xxi, están al centro de la discusión sobre el fin de la universidad moderna. Así podemos entrever algunas de ellas, aunque estas sean tratadas hoy con una nueva terminología. Por mencionar algunas podemos decir que:

      La interacción e interdependencia de las ramas del saber en el estudio de los fenómenos donde cada uno hace una contribución desde su disciplina, alude a lo que hoy en día llamamos multidisciplinariedad.

      El pensamiento filosófico, referido a la capacidad de pensar y juzgar por sí mismo a fin de formarse ideas propias, se asemeja al pensamiento crítico.

      La formación en virtudes humanas y sociales, o los buenos hábitos que caracterizan al gentleman,15 evoca a lo que hoy denominaríamos habilidades blandas.

      La visión general y acabada de los temas, identificando el todo y la vez cada parte de la realidad en su verdadera dimensión y sus relaciones entre ellas, se acerca a una visión holística de la realidad.

      El fin práctico de la educación universitaria como la preparación en el arte de la vida social para formar buenos miembros de la sociedad, capaces de desenvolverse en el mundo, se asemeja a nuestro desarrollo de competencias.

      El aprendizaje en comunidad como parte del proceso educativo en el cual los estudiantes aprenden los unos de los otros compartiendo sus conocimientos, se relaciona con lo que ahora designaríamos como aprendizaje colaborativo

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