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una película de los acontecimientos, como si fuera Jurassic Park. Verás que no es tan difícil.

      Cintia se levantó de su sillón mirando a Manuel.

      –Cariño, ha sido muy interesante pero tengo sueño. Lo siento, mañana debo madrugar para ir a Madrid. Tengo que ver al editor de la revista y luego recoger a Clío en la estación.

      Cintia escribía para una revista de Economía, con la que colaboraba con un reportaje semanal.

      –También tengo que hablar con el fotógrafo. Las últimas fotos que me mandó por correo electrónico no eran muy buenas –comentó retocándose la falda.

      –Buenas noches tía, que duermas bien. Yo también me voy a mi habitación; ya empiezo a tener sueño –dijo Julio ahogando un amago de estirar los brazos y bostezar–. Esta última clase ha sido muy pesada.

      –Pues demos por terminada la clase por hoy. Buenas noches Julio, hasta mañana.

      –Buenas noches tío y perdona, no lo digo por ti que me lo has explicado estupendamente; es que el tema es denso. Buenas noches.

      Julio subió a su habitación y se puso el pijama. Se acercó a la ventana y a través de la mosquitera contempló las estrellas. Aquellas noches de verano sin luna lucían esplendorosas sin las luces de la ciudad. Subió la mosquitera y apagó la luz de la habitación para contemplarlas mejor.

      Algunas brillaban a intermitentes destellos como si pulsaran. Cerró los ojos. Bajó la mosquitera y se tendió en la cama. En su mente, una inmensa bola de fuego se enfriaba hasta convertirse en una roca con mares de los que surgían reptiles gigantescos haciendo temblar el suelo y emitiendo fuertes bramidos. Luego una luz en el cielo se iba haciendo más y más grande hasta que llegó al mar y en él se alzó una enorme columna de fuego y humo.

      Los dinosaurios corrían despavoridos inútilmente; una ola de calor intenso los abrasaba sin remedio. Las palmeras eran arrancadas por un fuerte viento candente y ardían cual antorchas. El cielo se volvió rojo y luego gris oscuro. El Sol dejó de lucir, el frío llenó la Tierra. Allá abajo, escondidos en su madriguera, una pareja de ratones temblaban acurrucados sobre sus crías. Entre sueños Julio pensó: «fueron los herederos de la Tierra y pueden volver a serlo».

      d

      Clío

      Después del desayuno, cuando sus tíos se marcharon a sus respectivos quehaceres, Julio decidió dar un paseo por los alrededores de la finca. La mañana era deliciosamente fresca; el aire estaba impregnado de olores a romero, tomillo, espliego y a otras muchas hierbas aromáticas que no pudo identificar.

      La resina de los pinos chorreaba por las heridas de los troncos y multitud de pajaritos trinaban escandalosamente defendiendo sus territorios.

      Caminó durante cuarenta y cinco minutos saliendo de la carretera asfaltada e internándose por un camino forestal que serpenteaba ladera arriba por una colina cubierta de pinos y encinas. Respiró el aire oxigenado a pleno pulmón sintiéndose lleno de energía. Pensó en empezar a correr al día siguiente. Estaba fuera de tono físico pero podía recuperarse rápidamente. Una hora diaria de carrera respirando aquel aire le iban a poner como un toro y a darle buen fondo.

      Podía alternar la práctica de correr con la natación. La piscina no era muy grande pero era suficiente para hacer largos a «crawl», que era el estilo que le gustaba.

      Miró el reloj y volvió sobre sus pasos. Tenía que estudiar hasta la hora de comer. Por la tarde, su tío volvería a darle una clase magistral. Estaba sorprendido por la sencillez con que le explicaba los orígenes de la Tierra y de la vida y como él lo comprendía y asimilaba casi sin esfuerzo. Esta vez tocaban los comienzos del ser humano. Pronto entrarían de pleno en la Historia de la Humanidad. Se extrañó de estar un poco impaciente por comenzar a saber qué pasaba en la antigüedad. Recordó las películas de romanos. Algunas eran aburridas, se notaba el falso decorado y el vestuario de opereta, pero otras eran estupendas, como Espartaco o Gladiator.

      Su tío Manuel era tan buen narrador que él podía cerrar los ojos y contemplar las imágenes que relataba como si estuviera viéndolas en una pantalla. Por ese lado estaba contento; no iba a ser tan mal verano como pensaba.

      Cerca de la una de la tarde, cuando estaba enfrascado en plena lectura de la Prehistoria, escuchó abrirse la puerta metálica de la parcela y el motor inconfundible del coche de su tía Cintia.

      «Ahí está –pensó–, con ella traerá a la empollona».

      Unos minutos después su tía lo llamó desde el salón.

      –¡Julio, baja un momento, tengo que presentarte a Clío!

      El chico cerró el libro con un lapicero dentro para no perder la página y se levantó del asiento de mala gana dirigiéndose a la escalera.

      En el salón del chalé, su tía lo esperaba de pie en el centro. A su lado, de espaldas, mirando los libros de la biblioteca, había una mujer vestida con pantalones vaqueros, camisa blanca remangada y el cabello corto castaño oscuro que dejaba ver un largo cuello.

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