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      –Es que en la clonación humana no solamente estaría en juego el ADN, sino también la conciencia, el espíritu humano, la memoria. Podríamos clonar a una persona, pero… ¿se clonaría también su forma de ser, su personalidad, sus recuerdos? No lo creo.

      –Sería emocionante ¿verdad tío? Ver qué pasa al clonar a una persona. –Julio entornó los ojos mirando al vacío.

      –Pero no podemos jugar a ser Dios, Julio. Eso está bien para la ciencia-ficción. No tenemos derecho a jugar con la vida de una persona. No sabemos lo que pasaría con ese clon, lo que sentiría o las deficiencias que tendría. Tal vez crearíamos un ser doliente que sufriría lo indecible. Es mejor dejar esta cuestión a la naturaleza, que lo ha hecho bien durante milenios.

      –Vale tío Manuel, sigue con el origen de la vida. Es que hace poco leí una novela de ciencia-ficción en la que se fabricaban cientos de miles de clones perfectos para constituir un gran Ejército invencible, soldados agresivos, crueles, sin miedo, sin familia.

      –Podría ser la tentación de un dictador loco. Esperemos que eso nunca se pueda llevar a cabo. Sigamos con el comienzo de la vida.

      »La panspermia postula que la molécula de ADN contiene una programación cuya consecuencia final aún no conocemos, pero que se desarrolla originando toda clase de especies compatibles con el medioambiente con el que interactúa, desde los virus al ser humano, al cual se le considera la cúspide de la pirámide viviente por tener conciencia autorreflexiva, una cultura escrita transmisible, y manos para manipular y construir herramientas.

      –O sea, que nosotros mismos nos decimos que somos los mejores del mundo mundial –dijo Julio golpeándose levemente el pecho.

      –Eso piensan la comunidad científica y la religión. El problema de esta teoría es lo siguiente: ¿quién o qué ha programado el ADN? Podríamos volver otra vez a Dios o a los extraterrestres, pues parece muy improbable que esta complicada molécula se haya construido por «casualidad». Si nos vamos a los extraterrestres podríamos seguir preguntando: ¿quién los ha creado a ellos o de dónde han salido? Y si apelamos a Dios, podríamos preguntar: ¿quién es Dios? y ¿por qué? Una pregunta que las religiones intentan contestar, aunque no dan respuestas satisfactorias a la ciencia.

      –Resulta interesante tío; por todas partes aparecen extraterrestres en nuestra genealogía.

      –Dios también es un «extraterrestre» si pensamos que este concepto puede atribuirse a cualquier ser que no sea oriundo de este planeta, y Dios, de existir, no lo sería.

      –Pues no lo había pensado así, claro. Dios no es «terrestre», vive en el «cielo» y nunca ha nacido ¿no?

      –El «cielo» es solo un concepto que define una dimensión espiritual diferente a la material. Los primeros humanos definían el cielo como algo azul, con sus nubes o estrellas, como la morada de los dioses, ya que era algo inalcanzable. Ahora que hemos llegado al cielo y más allá, nos damos cuenta de que ese «cielo» divino es una región distinta, impalpable, una nueva dimensión diferente a las nuestras conocidas, alto, ancho, largo y el tiempo. Pero eso es otra historia; no divaguemos, vayamos a la última teoría de la vida.

      –Adelante tío, soy todo oídos –exclamó Julio con el bolígrafo en ristre dispuesto a tomar notas.

      –La última teoría y más aceptada por los científicos es la «Teoría Sintética de la Evolución», basada en la propuesta de Charles Darwin que preconizaba una «evolución de las especies por selección natural», combinada con las leyes de la herencia de Mendel y con el reciente descubrimiento del ADN. Aunque el compatriota y contemporáneo de Darwin, Alfred Russel Wallace, llegó a las mismas conclusiones prácticamente al mismo tiempo e incluso envió a Darwin una carta adjuntando su teoría cuando este aún no había publicado la suya, el nombre de Darwin ha quedado asociado a la evolución por selección natural de forma indisoluble. Ya casi nadie recuerda al señor Wallace, aunque el propio Darwin reconoció que era coautor de la teoría, algo que calificó de «extraordinaria coincidencia investigadora».

      –Pues no sabía que otro científico postulara la misma propuesta de Darwin y al mismo tiempo.

      –Es que Wallace estaba en Asia en plena selva y Darwin en Londres donde gozaba ya de cierto prestigio y de buenas relaciones, algo que le faltaba a Alfred.

      –Siempre he pensado que si descubres algo sensacional lo menos importante es quien seas.

      –Pues no del todo. El descubrimiento hecho por alguien ya reconocido es mucho más valorado y en menos tiempo y con menos oposición que si lo hace alguien desconocido. Son cosas de la sociedad humana.

      –¿Y no pudo Darwin copiar a Wallace?

      –Hay quien ha formulado sospechas, pero los expertos han descartado esa posibilidad, aunque siempre queda la duda. «La Teoría Sintética de la Evolución» propone que la vida ha surgido «por casualidad» en este planeta, debido a los múltiples cambios originados en su proceso de formación a través de unos cuatro o cinco mil millones de años. Según sus postulados, primero se combinaron ciertos elementos químicos de la atmósfera terrestre de manera que se formaron aminoácidos levógiros que fabricaron las primeras moléculas de ADN dando lugar a las bacterias procariotas en el mar. Estas bacterias unicelulares no tienen núcleo sino que el ADN está «flotando» dentro de su citoplasma, el líquido interno celular. Puede decirse que la vida comenzó cuando la primera célula se rodeó de una membrana que la separó del resto del mundo.

      –¿Los procariotas fueron los primeros seres vivos?

      –Sí, son los más sencillos de estructura y aún existen. A continuación, pasados unos cuantos miles de años, tal vez millones, estas células primigenias se dotaron de un núcleo donde guardar plegado el ADN y así especializarse más, absorbiendo y realizando una simbiosis con una bacteria e integrándola en el funcionamiento celular, la mitocondria, la cual produce energía metabolizando el oxígeno. Estas células con núcleo, que denominamos eucariotas, son las que conforman nuestro cuerpo.

      –¿La mitocondria celular es una bacteria? –preguntó extrañado Julio.

      –Esa es la última propuesta a la que han llegado eminentes biólogos. Para que se desarrollase totalmente la vida compleja multicelular hacía falta un sistema que usara la energía de forma eficiente y el oxígeno lo proporcionaba, pero había un problema.

      –¿Cuál?

      –Que el oxígeno era venenoso para la vida; de hecho sigue siendo venenoso para muchas bacterias, las anaerobias, que mueren en su presencia. También oxida todo lo que toca, incluidos nosotros. Envejecemos porque nos oxidamos.

      –¡Pero si respiramos oxígeno! Sin él nos moriríamos en pocos minutos. No lo entiendo.

      –No todo lo que respiramos es oxígeno, apenas un veintiún por ciento del aire. El resto es nitrógeno en su mayor parte, el setenta y ocho por ciento, y otros gases en muy pequeña proporción, el uno por ciento. Respirar oxígeno puro es nocivo, aunque se emplee temporalmente con los enfermos que tienen déficit de este gas en la sangre. Pero una persona sana no necesita más de esa pequeña proporción que hay en la atmósfera.

      –¿Y cómo consiguió la vida aprovechar el oxígeno, si era venenoso para su desarrollo?

      –Pues asociándose con la mitocondria. Esta bacteria consiguió, mediante varias mutaciones y adaptaciones epigenéticas, metabolizar oxígeno y transformarlo en energía. Cuando las células eucariotas se unieron con las mitocondrias dieron un paso de gigante, pues pudieron obtener el combustible que necesitaban para crecer y multiplicarse hasta formar organismos complejos.

      –Pues yo no sabía que el oxígeno fuese un obstáculo para el desarrollo de la vida.

      –Sí, fue un impedimento en principio, pero ya ves que la vida supo resolver el problema. Más adelante en el tiempo, algunas células individuales se unieron formando un ser pluricelular, un proyecto de animal parecido a una planta, pero que ya podía moverse algo, crecer, absorber nutrientes del suelo y del medio marino y reproducirse.

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