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del superviviente y el paranoico, cfr. el último capítulo de Masa y poder (Canetti, 2007, pp. 483-547). Por otra parte, tesis como la del One percent doctrine sirven para ilustrar el vínculo entre las posibilidades de riesgo, la situación del temeroso y las reacciones violentas en el ámbito del análisis político (Goodin y Jackson, 2007, pp. 249-250; Gordon, 1980, pp. 560-564).

      22 Dos capítulos del informe ¡Basta ya! dicen mucho de este tema: el de los “impactos y los daños causados por el conflicto armado en Colombia” (cfr. GMH, 2013, pp. 260-281). También se puede consultar el capítulo “Memorias: la voz de los sobrevivientes”, sobre todo las secciones dedicadas a las “memorias de estigmatización” y “criminalización de los liderazgos” (cfr. GMH, 2013, pp. 354-359 y ss.).

      23 En otro vocabulario, se presenta el trabajo de Deleuze y Guattari en torno al problema de los agenciamientos colectivos. El problema ha sido igualmente elaborado por Bruno Latour (cfr. 2008 y 2013) y por Viveiros de Castro (2003 y 2010). La tesis de maestría Necesidad e imposibilidad del Nosotros, de Andrés Díaz Velasco, desarrolla algunos de los postulados de Deleuze y Guattari y Viveiros de Castro (Díaz Velasco, 2014).

      24 En entornos laborales, la cuestión central de la supervivencia está asociada al planteamiento y la configuración de horizontes estandarizados de acción justificados en motivaciones trascendentes y medidos por medio de indicadores de productividad y desempeño que suelen atentar contra las propiedades y posibilidades inmanentes de trabajo mancomunado. La correlación ha sido establecida por Sennett en su investigación sobre el trabajo en el escenario del capitalismo y en su análisis de las variables éticas de flexibilidad, riesgo, rutina y fracaso (cfr. 2000, pp. 32-124).

      25 En este contexto, vale la pena mencionar la investigación Gotas que agrietan la roca. Crónicas, entrevistas y diálogos sobre territorios, acceso a la justicia y derechos fundamentales (cfr. Arenas y Girón, 2014). Esta investigación aportaría elementos al debate sobre cómo representar el sufrimiento de las víctimas y serviría para contrastar y complementar algunas de las observaciones de Gamboa y Herrera (2012) sobre el problema.

      26 A través del trabajo The Extraterritorial Life of Siegfried Kracauer, de Martin Jay, se puede seguir la génesis del interés sociológico e histórico acerca de fenómenos culturales de amplio rango, como las novelas de detectives o los paisajes urbanos, la vida de las bailarinas de la cuidad o biografías populares, etc. No habría, desde el punto de vista de la sociología de vida cotidiana y la microhistoria, preminencia entre la observación participativa, por ejemplo, y el uso más heterodoxo de fuentes narrativas o fuentes concernientes a relatos subjetivos cuasi-literarios (Jay, 1976, pp. 76-77).

      27 “‘Sobrecogido’, palabra que difícilmente podría encontrar superlativo, […] expresa la condición de estar enteramente encerrado por una fuerza sobre la que no se tiene influencia” (Canetti, 2007, p. 242). Una tesis similar se encuentra en el trabajo de Blits. Según su tesis, la fuente de temor humano no es tanto el sentimiento de competencia y lucha constante entre los hombres como el más prepolítico y elemental temor a lo desconocido (1989, p. 418).

      28 El otro camino del superviviente —del que no vamos a tratar aquí, pero que también se puede ilustrar siguiendo algunas de las narraciones de Molano (2007)— “es el del cual siempre se siente más orgulloso. Todas las antiguas tradiciones están repletas del enorgullecimiento y la fama que se adquiere por ir a buscar el peligro y hacerle frente. El hombre dejó que el peligro se acercase lo más posible y se jugó el todo por el todo. De todas las situaciones posibles ha seleccionado la de riesgo mayor y la elevó a la cúspide. Reconoció un enemigo en alguien y lo desafió. Quizá ya era su enemigo o quizá en ese momento él lo haya designado para ello. De cualquier manera que haya sucedido, la intención era buscar el mayor peligro y la suerte irrevocable” (Canetti, 2007, p. 268).

      Los desempeños de la facultad mnésica están íntimamente ligados a la necesaria y consciente actividad de rememoración, pero también a las patologías del recuerdo. Existe una ambivalencia generalizada frente al asunto: aunque el trabajo de la memoria sirva muchas veces a la reconciliación con las cosas del pasado, es igualmente cierto que entre sus notables capacidades se encuentra la de recodar como un lastre pesado. En efecto, la memoria puede representar la emblemática capacidad de búsqueda de sentido sobre aquello que pasó, del mismo modo que puede representar el depósito de contenidos prestos al abuso. Es ya casi un hito conceptual suponer que la memoria es sanadora ­siempre que no conduzca directamente hacia las heridas del pasado (cfr. Blair Trujillo, 2002; también, Ricoeur, 2000, pp. 97-109). Es, pues, una mala costumbre la de recordar con melancolía, y es su contrario la tendencia a pensar que la memoria puede ser perfectamente liberadora si es vinculada a gestos de afirmación del presente y sus posibilidades. Pues bien, aquí vamos a insistir en que frente al pasado no hay más que preguntarse cómo hacer para lidiar con su relato por momentos horrible.

      Estos son los rasgos generales de nuestro argumento. Digamos que es mejor suponer que somos advenedizos, que ­somos existencias en tránsito y no monolíticas cristalizaciones del pasado. Digamos que pensar en el devenir es mejor en cuanto implica estados en los que uno puede hacerse irreconocible. Para cualquiera que esté vivo en realidad, el sentido de la existencia yace en el traslado a formas de ser que promueven hondas movilidades. ¿Cuántas maneras existen para ausentarse de todo lo que es el caso? ¿Cuán lejos llegan las personas en la preocupación por desmontar la herencia de los tiempos anteriores? Está claro que llegar al mundo es ingresar en el terreno de la experiencia y de la causalidad histórica. Ingreso cuya lección puede verse reducida al aprendizaje clave de la mera supervivencia: la contención y la resignación son muchas veces notables opciones para hacer más o menos llevadera la vida cuando atrás no han habido más que terror y dolor. Frente a factores de dominio y cerco, parece que es muy útil aprender a aceptar. Miedo, miserabilismo, desdicha son las divisas en las que se queda cualquiera que haya vivido cosas horribles. Es el signo nihilismo: las ebrias confesiones tristes y el apropiarse de asuntos pasados llenos de crudeza solo hacen más solitarias y amargas a las personas.1

      ¿Qué hacer frente a esto? Pues tener cuidado, ya que la memoria enquistada en lo infame conduce al riesgo de la melancolía y la repetición (cfr. Freud, 1976a y 1976b). Pero, ¿cuál sería la oferta? ¿Qué respuesta dar a aquellos en cuya memoria se resguarda el recuerdo del terror y el dolor? Es preciso encontrar frente a semejante dilema opciones que no sean los secretos reprimidos y patógenos de la memoria y, todavía menos, la tendencia interna a la idea que toda experiencia traumática nos enfrenta al reverso de la vida, esto es, al instinto de muerte —instinto donde no se encuentra más que la venganza, las ganas de producir zozobra si fue que se la recibió primero o después, el deseo de hacer pagar los daños, el anhelo de no vivir, etc.2

      Este es un ensayo acerca de la voluntad de afirmación de la vida sobre todo aquello que la niega. Sabemos que hay razones para enfatizar en el archivo real de los dolores. Los impactos y los daños causados en el pasado dejan huellas. Huellas que hay que realzar por medio de la voz de quienes han padecido injurias, sufrimientos, terror (cfr. Grupo de Memoria Histórica [GMH], 2013, pp. 328-387). Pero pensamos que no se debe recrear el pasado sin la posibilidad de encontrar otras metas. En realidad, la columna vertebral de vivir yace exactamente en la constante capacidad de afirmación de los sujetos. Afirmación que no sería otra cosa que una especie de vestigio de libertad que surge a contrapelo de la fatalidad y la resignación. Quisiéramos pensar que el nombre adecuado de esto podría ser el de “Devenir” o acaso “Alegría” y “Jovialidad”. Si la melancolía y la compulsión a la repetición son el resultado de la memoria que lo recuerda todo muy bien, diríamos que la alegría y la jovialidad

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