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demencia terminal. Tembló al volver a escuchar la voz de su madre diciendo constantemente, con estúpida insistencia:

      Se puso en pie con un repentino impulso de terror. ¡Escapar! ¡Tenía que escapar! Frank la salvaría. Le daría vida, quizá también amor. Ella lo que quería era vivir. ¿Por qué no podía ser feliz? Tenía derecho a la felicidad. Frank la abrazaría, la estrecharía en sus brazos. La salvaría.

      * * *

      Una campana sonó sobre su corazón. Sintió que él le cogía la mano.

      —¡Ven!

      Todos los mares del mundo voltearon alrededor de su corazón. Él la estaba arrastrando a ellos: la ahogaría. Se agarró con ambas manos a la verja de hierro.

      —¡Ven!

      ¡No! ¡No! ¡No! Era imposible. Sus manos aferraron el hierro frenéticamente. ¡Entre los mares ella lanzó un grito de angustia!

      —¡Eveline! ¡Evvy!

      Él pasó apresuradamente más allá de la barrera y la llamó para que le siguiera. Le gritaron que avanzara y él seguía llamándola. Ella le presentó su blanco rostro, pasivo, como un animal desvalido. Los ojos de ella no le dieron señal alguna de amor, de despedida, o de agradecimiento.

      DESPUÉS DE LA CARRERA

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