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verdaderas aventuras. Pero las aventuras verdaderas, pensaba, no le ocurren a la gente que se queda en casa: hay que buscarlas fuera.

      —Hasta mañana, compañeros.

      —Vamos. Ya sabía yo que el gordinflón se echaría atrás.

      —¿Y sus seis peniques...? –dije.

      —¡Vale! ¡Vale!

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