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No me hubiera gustado morir en los 90. Pero este tiempo del futuro tiene impactos determinantes en dichas construcciones. Como no hay proyecto, se manifiesta como un tiempo eternamente presente y que se consume en la anécdota del día tras día -el tiempo de la inmediatez. No se dispone del tipo de tiempo cuya calidad permita proyectar un futuro, entre otras cosas, porque no hay proyecto y paradójicamente se convierte en “ausencia de futuro”. Chicos y chicas todo el día en la barra o la banda de la esquina, horarios trastocados, falta de rutinas, tiempo eterno delante de ellos, sin posibilidad de plasmarlo en un sentido u orientación.

      La familia y la escuela son los dos espacios institucionales, ámbitos de interacción, en los que se plasman las vidas concretas de los sujetos. Ninguno de ellos ha escapado de los torbellinos de las últimas décadas y tan profundas han sido sus mutaciones que prácticamente no se reconocen entre sí. Esto es importante, en tanto la acción de la escuela debe dirigirse a trabajar con la realidad que hay, no con la que imagina que hay, especialmente en relación con la familia. Para Silvia, la familia se redefine hoy, no como el sueño de la familia tipo de las propagandas o los libros de texto tradicionales, sino como el espacio en que una generación cuida a la otra (proceso que a veces se produce dentro del marco de la misma generación), dejando a un lado las relaciones de parentesco que fundan esas relaciones. Se trata de una nueva familia, cuya morfología no responde a la que la escuela tiene internalizada y que ahonda el sentimiento de abandono y soledad que la escuela siente sobre sí misma.

      Esos chicos, esas chicas, llegan a las escuelas. Escuelas que tienen que desempeñar simultáneamente los tradicionales roles de transmisión de conocimientos, preparación para la vida, atención de las demandas materiales de los chicos, pero sobre todo, y ésa es la novedad, que tienen que enfrentar el desafío de colocar nuevamente la norma legal y legítima en el corazón de la escuela. Sin esa reconstrucción de la legalidad, no hay contexto para procesar y redefinir día tras día las subjetividades de chicos y maestros. Porque las normas son intrínsecas a la constitución psíquica. Otra vez la larga duración, que nos remonta al tiempo histórico en el que la escuela, junto con otras instituciones, abandonó la tarea de preservar y reproducir la construcción de legalidades. El incumplimiento de las promesas también forma parte del abandono de ese papel.

      La escuela que necesitamos debe construir proyectos, “tiene que establecer un reordenamiento psíquico convirtiéndose en semillero de sujetos sociales”. Esta acción se expande por afuera del horizonte escolar y recompone también la subjetividad de los padres, condición necesaria –por afuera de la escuela– para hacer posible el proceso educativo de los chicos. En un sentido, la expansión del brazo de la escuela debe construir también legalidades para padres. Es en esta doble torsión, el trabajar sobre el presente y el luchar por desarrollar el horizonte temporal como un futuro posible, en que todos los sujetos nos encontramos en una lucha constante entre las necesidades inmediatas y las que plantea la construcción de futuro. Este desafío, hace falta decirlo, afecta directamente a todos los efectores de políticas públicas, maestros, profesores, integrantes del servicio penitenciario, enfermeros, todos “los aventureros del cotidiano” cuyo desempeño laboral los pone en la línea de fuego del conflicto de tener que atender la destitución de los sujetos.

      En fin, en sus palabras, “la construcción de subjetividades no se puede hacer sino sobre la base de proyectos futuros. Y los proyectos futuros no se establecen sobre la realidad existente, sino sobre la realidad que hay que crear”.

      En estos múltiples escenarios, con estos actores, en el entrecruzamiento del tiempo largo y del tiempo del minuto a minuto, en el contexto del cambio institucional de familia y escuela, por mencionar sólo los espacios de interacción más inmediatos, es necesario pensar el tema del ejercicio de la violencia individual como explosión puramente destructiva. Así, los estallidos de violencia visibles, que tienen prensa, que tienen minutos de televisión, hay que pensarlos coexistiendo con otras formas de violencia más sorda, más silenciosa, que ayudan a construir la de los estallidos. Pensemos hoy también en perspectiva de larga duración la singular violencia que tuvo el eslogan del terrorismo de Estado, “el silencio es salud”. La indiferencia, el desinterés ante la palabra del otro, son también formas de crueldad y de violencia que se ejercen de manera menos visible que la cachetada o la paliza. Este libro nos propone una tarea ciclópea, no la de ponerle un límite exterior a la violencia, sino la de construir sujetos capaces de definir los límites de la propia violencia. Esto, en el contexto de un momento histórico en que tenemos que reparar y superar las “formas degradadas de un país que viene de años de impunidad, de robo, de deterioro, de pérdida de valores y creencias morales y de pérdida de referencia al semejante”.

      Hilo conductor en un laberinto de la historia, como en toda la obra de Bleichmar, se combinan mente abierta y principios claros, ausencia de dogmatismo, confrontación con las dificultades, ruptura del facilismo. En fin, un llamado a una construcción colectiva que vaya poco a poco desarmando el dolor y generando condiciones para la construcción de proyectos, individuales y colectivos, en el marco de nuestro reconocimiento mutuo como sujetos capaces de transformar la historia.

      María del Carmen Feijoó

      Santiago de Chile

      SOBRE LA PUESTA DE LÍMITES Y LA CONSTRUCCIÓN DE LEGALIDADES

      Texto publicado en la revista Actualidad Psicológica Nº 348, diciembre, 2006.

      La imagen del niño como un pequeño perverso-polimorfo, acuñada por el psicoanálisis a lo largo de un siglo, nos impone hoy un trabajo de diferenciación y reconceptualización con el objeto de hacer frente no sólo al embate ideológico que retorna sobre la base de una recuperación de una pedagogía negra de manera más o menos mistificada, sino también a las ataduras que imposibilitan nuestro avance clínico.

      Un mito: el del niño librado a sus pulsiones hasta la instauración del superyo como resolución del conflicto edípico. Una conclusión entonces: antes de la resolución de éste, vale decir, hasta aproximadamente los cinco años, ausencia de toda perspectiva ética en la infancia, a merced de deseos mortíferos de los cuales el niño debe ser resguardado –ideología de la puesta de límites– o que debe ser tolerada, contenida –ideología de crianza libertaria, en la cual sólo hay que aguardar que la génesis se despliegue en sus mejores términos–.

      En medio de esto una falacia: la herencia estructuralista de funciones materna y paterna que deja al adulto despojado de clivaje, mostrándolo homogéneo en el ejercicio de narcisizaciones y pautaciones que aparecen diferenciadas en función de las consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica. Funcional a la demanda de “puesta de límites” que se propone como equivalente para la infancia de la “seguridad” que se reclama para controlar el malestar vigente, es la construcción de legalidades la que debe ser rescatada como cuestión central de la infancia, y la derrota de la impunidad lo que realmente brindará garantías de la construcción de un recontrato intersubjetivo en la sociedad actual.

      La agenda política no define, de todos modos, la agenda científica, pero tiene su influencia en esta última, en virtud de que el “sentido común” –vale decir la apreciación ingenua de ciertas perspectivas– invade el pensamiento de quienes tenemos la obligación de sostenernos, aunque sea un poquito, por encima de las perspectivas aplanantes que se pretenden imponer desde modelos vigentes cuya única racionalidad es pragmática y cuyo sostén se establece en razón de lo dado y no de aquello por alcanzar, que es en última instancia la única función del pensamiento en su sentido más radical.

      He señalado en otra oportunidad que el concepto de función paterna parte de los descubrimientos de Lacan, que constituyen ya conceptualizaciones importantes de la teoría psicoanalítica en general, y que merecen ser revisados y despojados de los elementos de la subjetividad del siglo XX que los atraviesan.

      No se puede destituir un enunciado teórico por razones ideológicas -por muy válidas que éstas fueran-, ya que lo verdadero no puede ser subordinado a lo justo en el orden de la ciencia, aunque sí puede serlo en el marco de las opciones éticas que se nos plantean. Por ello será necesario, siempre, someter a la prueba de racionalidad teórica el enunciado, y ver luego cómo se resuelve su modelización en el interior del sistema

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