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Historia intelectual y opinión pública en la celebración del bicentenario de la independencia. María Isabel Zapata Villamil
Читать онлайн.Название Historia intelectual y opinión pública en la celebración del bicentenario de la independencia
Год выпуска 0
isbn 9789587813647
Автор произведения María Isabel Zapata Villamil
Жанр Документальная литература
Серия Taller y oficio de la Historia
Издательство Bookwire
Asimismo, la prensa tuvo en México un aumento muy importante durante el final del siglo XIX. En 1871, el diario El Mensajero afirmaba que por todas partes brotaban diarios.58 Y, aunque desde 1840 ya habían empezado a aparecer revistas dirigidas a señoritas, al igual que temas para niños en esas y otras publicaciones, con el objeto de ampliar el número de lectores,59 a comienzos del siglo XX, el tipo de temas se comenzó a ampliar para aumentar los lectores a los que se dirigían los periódicos.60
Por otro lado, hay un aspecto de la amplitud cuantitativa relacionado con las características de la opinión pública en ese sentido; aspecto que impide pensar que, en el caso de la producción de periódicos como tal, aquella noción solo se relacionaba con la demanda real de estos. En consecuencia, una de las particularidades más importantes de la opinión pública durante el siglo XIX era su carácter político; además, se afirma que la legitimidad de los Gobiernos comenzó a depender de tal aspecto. Lo anterior trae como consecuencia que aquellos periódicos apoyados por los gobernantes cuidaran su imagen y procuraran ser los más leídos, ya que eso no medía su estabilidad económica, sino que tal aspecto dependía del apoyo que podía recibir un gobernante de parte de la población. Con lo anterior se hace referencia al hecho de que el amplio número de ejemplares patrocinados por el porfiriato era asignado a los empleados del Estado, caracterizados por su gran número. En efecto, Pablo Piccato sugiere que el gran número de la producción no mostraba en todos los casos la demanda de la prensa como producto, sino que representaba la capacidad de producción y el deseo de un gobernante por mostrar su poder y su respaldo a la población, en la medida en que algunos ejemplares podían obedecer a suscripciones de empleados públicos.61 Por ejemplo, en 1907 el porfirista El Imparcial produjo 125 000 ejemplares al día, mientras que en 1911 El país imprimió 200 000. Lo anterior contrasta con el número de alfabetos que vivían en la época en ciudad de México, que solo eran 94 000. En consecuencia, es increíble que el tiraje de un solo periódico sobrepasara el número de la población alfabeta de la ciudad.62 Aquello indicaría que este número no se relaciona directamente con la demanda real de los periódicos, como correspondería a la compra y la venta de la información, sino a sus perspectivas como bien de un grupo político, a la manera sugerida por Piccato.63
Una situación similar sucedió en Colombia, cuando se notó que el número de periódicos en circulación no iba relacionado con la demanda proveniente de la población. Tal aspecto es evidente en la queja del periódico La Fusión, postulada en el artículo “Movimiento periodístico”.64 En él, se afirmaba que la proliferación de periódicos surgía en un ambiente de libertad de prensa, pero la molestia residía en que no había tanta gente en condiciones de leer todo lo que se producía. En 1910, en una Bogotá que contaba con 150 000 habitantes, solo se tiraban 3000 ejemplares de un título; en aquel mismo momento, en un país tan pequeño como Nicaragua, había diarios que tiraban diariamente 5000 números.65 A diferencia de lo observado en los periódicos y en el Estado mexicano, en Colombia no había condiciones económicas para inyectar amplias sumas de capital y tener la tecnología disponible para imprimir muchos ejemplares. En Colombia, el aumento no se evidenciaba en los tirajes en sí mismos, sino en el número de títulos,66 lo cual evidencia que la opinión pública se encontraba muy dividida en diversos grupos, como veremos a profundidad más adelante.
Cambios cualitativos
Con relación a los cambios cualitativos que experimentó la opinión pública durante la segunda mitad del siglo XIX, el primero que llama nuestra atención es el anotado por Elías José Palti67 con respecto al aporte sustancial que hizo François Xavier Guerra a la historiografía del periodo. Guerra anotaba cómo la sociedad había empezado a ser pensada como una gran asociación de sujetos reunidos voluntariamente, cuyo conjunto era la nación o el pueblo. Mientras se experimentaba una nueva sociabilidad basada en individuos que se reunían por vínculos contractuales asumidos libremente, en ella se empezaba a fundamentar el nuevo imaginario social moderno. Según Guerra, en estas asociaciones de la segunda mitad del siglo XIX se constituyeron espacios autónomos, autogobernados y solidarios, en donde se promovía una sociedad libre, fraterna y republicana; de tal modo, además de ser una especie de escuelas en donde se impartía civismo y civilidad, las asociaciones también fueron sendos ejemplos de funcionamiento republicano.68 Las asociaciones no fueron solamente muestras de una opinión pública moderna, en tanto que eran espacios de discusión de temas en común —cabe señalar, lugares en los que las personas se reunían por iniciativa propia—, sino que también eran evidencia de aquello en la medida en que su organización interna permitía que los individuos de una sociedad practicaran vivamente la vida republicana.69 De tal modo, según su forma de conformarse, las asociaciones fueron motores de prácticas democráticas, ya que luego de la segunda mitad del siglo XIX fue posible implementar adentro de ellas cotidianamente la igualad social y la igualdad política entre sus miembros.70 Claro está que, en el marco de las reglas democráticas que comprendían la organización de las asociaciones, se crearon jerarquías y se formaron disputas entre los grupos que eran miembros por integrarse a la parte superior de ellas.71 Además, en la práctica, dichas asociaciones podían ser a la vez asociativas y exclusivistas; fueron una forma de integración social y de participación política igualitaria, pero al mismo tiempo mostraron sensibilidad ante las diferencias que había entre sus miembros.72 De tal modo, si en lo político eran restrictivas, en lo social no, o viceversa.73 Mientras que en las asociaciones políticas los principios políticos eran vigilados celosamente, en las asociaciones científicas, las élites culturales de los países tenían la posibilidad de mezclarse como compatriotas, y no como enemigos políticos. Precisamente dichos grupos fueron creados en México antes de la revolución; movimientos masivos no violentos, organizados para desarmar el autoritarismo: agrupaciones que construyeron además alianzas en otras regiones con otros grupos similares, así como con periódicos, clubes políticos, y otras asociaciones similares.74 Como se ha expuesto, dichas asociaciones tuvieron caracteres muy variados, y su relación con los partidos políticos también lo fue. Cabe señalar que el hecho de que aquellas colectividades tuvieran cercanía con un partido, o con una facción católica o protestante, no las hacía más o menos democráticas. No obstante, ante la falta de atención del Estado, en la mayoría del territorio latinoamericano los ciudadanos fueron más partícipes democráticamente en el ámbito de las asociaciones que en el ámbito puramente político; en consecuencia, se creó una contradicción entre las prácticas del día a día y la vida institucional.75 Mientras en su interior las asociaciones implementaban prácticas democráticas, en aquel mismo contexto las elecciones eran muy corruptas. En este caso se observa el ejemplo de México, en donde días antes de las elecciones de julio de 1910, el Gobierno federal instruía a los delegados locales para que arrestaran a los candidatos de su localidad, como fue el caso específico de Francisco Ignacio Madero, quien había sido encarcelado el 7 de junio de 1910, días antes de que se celebraran las elecciones de presidente y vicepresidente.76
Como ha sido mencionado, y será ejemplificado más adelante, el