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la nación, la libertad, la historia y la revolución.35 En este sentido, algunas formas de enseñar la vida de Jesús, así como los modos de adoración que se utilizaron en el culto católico y su lenguaje, empezaron a ser parte de nuevos cultos laicos. Y esta fue precisamente una de las características principales que adoptó la opinión pública de mediados del siglo XIX hasta comienzos del XX. De estos hechos precisamente da cuenta Carlos Forment en su obra, cuando muestra que el lenguaje católico fue precisamente lo que se usó en la vida pública; de igual modo, configuró el marco que permite explicar los contenidos transmitidos por las diversas asociaciones que aparecieron a lo largo del siglo XIX, tanto cívicas como económicas y políticas.36 Lo anterior se estudiará a fondo en el segundo, tercer y cuarto capítulo del presente escrito; de igual modo, las procesiones que tuvieron lugar durante las celebraciones del centenario, tanto en Colombia como en México en honor a la historia y los héroes de la patria, junto con los apelativos de santos a dichos héroes utilizados en los periódicos tanto de Colombia como de México, serán expuestos más ampliamente en el último capítulo del texto.

      En paralelo al proceso de desarrollo de sistemas democráticos y republicanos en los países latinoamericanos durante el siglo XIX, la esfera pública experimentó progresivamente mayor o menor autonomía con relación a las autoridades políticas; de igual modo, al final del siglo XIX, dichos países ingresaron gradualmente al proceso de modernización. Sin embargo, la opinión pública no solo fue producto de los cambios ocurridos en la sociedad; además, fue pieza clave para que se desarrollaran los procesos de modernización social y política que habrían de suceder en la América Latina del siglo XIX.37 Luego de que la república triunfara sobre las intenciones monárquicas que retornaron a México personificadas en Maximiliano, con el largo periodo en que el Gobierno estuvo a manos de los liberales, se instauró un ambiente de inestabilidad por las alianzas, la exclusión entre competidores y la búsqueda de conciliación con anteriores grupos en conflicto.38 Dicha inestabilidad puede verse reflejada en las disputas ocasionadas por las candidaturas de determinado personaje, las cuales podían empezar con insultos personales, y terminar en agresiones físicas. En esa medida, el honor fue impuesto como norma; como un elemento preciado por las personas.39 Esa forma de hacer política se vio reflejada en los cambios y en las nuevas características que tuvo la opinión pública, lo cual hizo al mismo tiempo que la opinión influyera en tal situación.

      A lo largo de este apartado, se explorará cómo la opinión pública tuvo una función primordial en el sistema político; algo que será expuesto también, a lo largo del próximo capítulo, con el caso de la prensa.40 De tal modo, se podrá en evidencia de qué modo se convirtió en el elemento articulador de las nuevas redes políticas que se generaban. Según ese horizonte, la prensa se convirtió durante la segunda mitad del siglo XIX en el principal medio utilizado para hacer política.41 En el ámbito local, regional y nacional, no se respondía de manera vertical en los partidos políticos; en esa medida, la prensa comenzó a transformarse en el medio con el cual algunos sectores locales y regionales podían recurrir al apoyo nacional, según sus intereses. De tal modo, los partidos eran constituidos por círculos que creaban alianzas inestables, lo cual hacía que los miembros de un partido no votaran monolíticamente a la hora de ir a las urnas, sino que se recurría a la negociación permanente. En medio de este panorama, la opinión pública dejó de ser el tribunal neutral en su concepto clásico, en cuyo caso los periódicos eran vehículos de ideas o de argumentos, o eran determinantes por su efecto persuasivo; por su parte, la prensa pasó a ser importante por su capacidad de generar hechos políticos e intervenir en la escena partidista; se convirtió así en la base para articular o desarticular las redes partidistas.42 En general, después de la segunda mitad del siglo XIX, la opinión pública pasó a ser “un campo de intervención y deliberación agonal para la definición de identidades subjetivas colectivas”,43 en el cual la prensa hacía que los sujetos se identificaran con cierta comunidad de intereses y valores.

      Desde las asociaciones, la prensa y los cafés que existieron tanto en Bogotá como en ciudad de México, se crearon puntos de fuerte oposición a los Gobiernos los cuales trataban por todos los medios, de controlarlos, bien fuera destruyendo los edificios, en el caso de los cafés, para modernizar la ciudad, o creando una fuerte competencia. De igual modo, inyectaron grandes sumas de capital a los periódicos que apoyaban al Gobierno y, en algunos casos, encerraron a los directores de periódicos de oposición en prisión, o cerraron los periódicos. Tal fue el caso de la Sociedad Espiritista Central de la República de México, creada en 1872 por los generales Manuel Plowes y Refugio Ignacio González. Esta aglutinaba a sus asociados alrededor de un credo religioso y filosófico, así como en torno a un reglamento. Asimismo, existía la Sociedad Espírita de Señoras. En tanto, para 1873 ya había en ciudad de México diez sociedades espiritistas que reconocían a la Central. Dicho movimiento espiritista tuvo profundas raíces liberales, tenía un discurso unitarista, expresaba sus profundas fobias a lo que denominaba la tiranía del cientificismo, y añoraba al legendario Partido Liberal.44

      En el caso de México, otra de las asociaciones más conocida durante el porfiriato fue el Ateneo de la Juventud, ya que dicha organización generó un fuerte movimiento de crítica a las justificaciones filosóficas del régimen. En un inicio, a ella pertenecieron estudiantes de la Escuela de Jurisprudencia. Entre sus miembros encontramos a Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Martín Luis Guzmán, Pedro Henríquez Ureña, Julio Torri, Antonio Caso, Jesús Tito Acevedo, Carlos González Peña, Rafael López y Alfonso Cravioto. Aquel grupo de pensadores se caracterizó por su oposición a los científicos,45 motivo por el cual en algunos textos46 fue considerado uno de los semilleros de la Revolución Mexicana. En torno a estas asociaciones, se empezó a generar la mayor oposición contra el porfiriato y el grupo de los científicos en quienes se apoyaba el régimen; de tal modo, el movimiento se creó por medio de las agrupaciones liberales y de la prensa liberal de oposición con poca circulación, de los que surgieron los clubes liberales y las organizaciones sociales y políticas que dieron inicio a la Revolución Mexicana, con sus bases sentadas en el Movimiento Antirreeleccionista.47

      Los cafés pronto se convirtieron en lugares palpitantes de la ciudad, en los que se hablaba de las actividades de la vida cotidiana y se leía el periódico; fueron, asimismo, centros importantes de conspiración, espionaje, y sitios en donde se discutían los acontecimientos de la actualidad política.48 El primer café abierto en México se llamó el Café Manrique. Sus comensales eran conocidos como petimetres, recetantes, planchados, currutacos o manojitos mexicanos, y por lo general eran vagos, desempleados o cesantes.49 De igual modo, los más famosos de ese tipo fueron el Café-restaurante de Chapultepec y El Rendez Vous de México, por su elegante ubicación en el Bosque de Chapultepec, y por la preferencia que la clase dirigente tenía de estos a la hora de organizar sus fiestas y reuniones. Cabe añadir incluso que el primero de ellos fue el más usado por las comitivas diplomáticas para los lunches ofrecidos durante las fiestas del centenario de la independencia. Esos cafés fueron avasallados poco a poco en algunos sectores de la ciudad, presas del proceso de modernización. Con motivo de la celebración del centenario de la independencia, se destruyeron muchos edificios coloniales como el de la Concordia, que era una construcción del siglo XVIII, en donde quedaba el Café de la Concordia. Resulta reseñable que los testigos de la época afirmaban que aquella no fue la muerte de un edificio, sino de una época de costumbres afrancesadas.50 Igual suerte sufrió el Café Manrique, el cual quedaba en las calles Tacuba y Monte de Piedad, y que cerró sus puertas en 1906, para dejar de ser el “cuartel de escritores modernistas, donde Gutiérrez Nájera oficiaba como sumo pontífice”.51

      En términos generales, las dos principales características de la opinión pública a lo largo del siglo XIX son la permanencia del lenguaje católico en algunas de sus expresiones provenientes de la tradición colonial, y su fuerte cercanía con el tema político, tanto en las asociaciones como en la prensa y en los cafés. A continuación, se expondrán más detalladamente los cambios cuantitativos y cualitativos que se operaron en ella en general, desde la segunda mitad del siglo XIX hasta comienzos del XX.

      Cambios cuantitativos

      Como fue mencionado anteriormente, los cambios a

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