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y de su pluralismo inmanente. La anarquía proudhoniana no es, en efecto, esa anarquía reductora y utópica que niega toda forma de gobierno por el mero hecho de ser gobierno, sino que niega toda forma de gobierno o Estado que no obedezca a las características (unidad-diversidad) de la sociedad para la que se crea (el Estado es por y para la sociedad, no ésta por y para aquél). Ése será el sentido de su confederalismo personalista, en el que los grupos naturales y funcionales de asociación recobran la soberanía e iniciativa política y económica que el Estado y la teoría del contrato social les había usurpado (B. Constant). Ésa es la inversión de términos (del individuo a la persona, del contrato asocial al contrato federativo, del Estado-dominación al Estado-coordinación, etc.) a la que procede Proudhon con su pacto federativo.

      Telos del pacto y determinación de sus sujetos en el federalismo proudhoniano

      Uno de los problemas más difíciles de resolver para los teóricos y estudiosos del federalismo ha sido y es aún el planteado por el carácter contradictorio de su telos o finalidad. A diferencia del Estado unitario o descentralizado, en el que prima siempre el interés del Estado-nación, la federación debe asumir al mismo tiempo el fin o interés particularista de los Estados miembros, esto es, su conservación, y el fin o interés común de todos ellos, es decir, de la federación en su conjunto en términos de bienestar, seguridad, etc. ¿Cómo explicar un ser en el que la soberanía es una y plural? Si atendemos, pues, a la desafiante paradoja que el federalismo representa para nuestro entendimiento bodiniano, no es extraño que en comparación con otros pensadores seguramente más cartesianos, que aborrecen las contradicciones y no soportan la incertidumbre que conllevan inevitablemente, un pensador como Prou­dhon, que ha hecho precisamente de la contradicción la piedra de toque de su pensamiento y lógica, se haya sentido más a gusto a la hora de pensar el federalismo y mantener, en última instancia, la coherencia tensional de la idea allí donde otros muchos han sucumbido al canto de las sirenas y optado por la siempre cómoda vía de la simplificación, cediendo a uno de los dos polos o finalidades; ora al telos particularista que conduce, sin el contrapeso de la solidaridad, a un solipsismo soberanista destructor de la unión federal, ora, no menos frecuente en nuestra historia, al fin común (federalismo nacional o descentralización), que lleva a la merma y destrucción de la diversidad, a la subordinación o exclusión de la diferencia.

      Ése es el punto del que parte el federalismo de Proudhon. Pensar la federación exige previamente derrumbar los mitos sobre los que se ha construido el orden político nacional e internacional y, por consiguiente, el federalismo que en ese orden –y no en otro– nace: individuo y nación, racionalismo subjetivista y nacionalismo de Estado están en el punto de mira de la crítica proudhoniana.

      Idea que el francés combatirá incluso en su fase más «apolítica»:

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