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verá Vd. predominar una gran idea, la igualdad; un sentimiento, el religioso, depurado de las formas exteriores; un medio, la asociación, que es el alma y la base de toda la existencia nacional e individual de aquel pueblo."

      Conocéis la simpatía de Sarmiento por todo lo que representaba liberalismo, progreso, porvenir. Era en él obsesiva la idea de regenerar a nuestra América latina emancipándola de su pasado colonial, en que sólo veía pereza y superstición; los conquistadores habían enseñado a mirar el trabajo como una vergonzosa humillación, filtrando en las venas de sus descendientes el parasitismo; los teólogos habían enseñado a rezar mucho y a leer poco, limitándose a fundar las escuelas necesarias para ir formando un clero autóctono. Con esas ideas, que había expresado ya en Facundo y de que no se apartaría hasta la hora de escribir Conflicto y armonías de las razas en América, profunda impresión debía producirle aquella otra América "en que todos saben leer y trabajar". Se explica así el constante entusiasmo por el modelo político y social norteamericano; y se explica también su preferencia por aquellas religiones protestantes, creyendo que en ellas la fe primaba sobre la superstición, el celo evangélico no excluía la tolerancia recíproca y el misticismo personal podía escoger una atmósfera propicia para remontar su vuelo sin que el Estado le impusiera una determinada dirección dogmática. Sabéis que Alberdi, con quien riñó tanto y tantas veces,—sin duda porque perseguían un mismo ideal a través de sus opuestos temperamentos,—expresó análogas simpatías por las religiones disidentes.

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      Llevaba Sarmiento una preocupación cardinal, la instrucción pública; con ella se proponía redimir a estas antiguas colonias que habían heredado un analfabetismo casi universal. Estuvo en Boston, "la Menfis de la civilización yankee", llevado por su preocupación pedagógica. "El principal objeto de mi viaje era ver a Horacio Mann, el secretario del Board de Educación, el gran reformador de la educación primaria, viajero como yo en busca de métodos y sistemas por Europa, y hombre que a su fondo inagotable de bondad y de filantropía, reunía en sus actos y sus escritos una rara prudencia y un profundo saber. Vivía fuera de Boston y hube de tomar el ferrocarril para dirigirme a Newton-East, pequeña aldea de su residencia. Pasamos largas horas de conferencia, en dos días consecutivos. Contóme sus tribulaciones y las dificultades con que su grande obra había tenido que luchar por las preocupaciones populares sobre educación, y los celos locales y de secta, y la mezquindad del partido democrático que deslucía las mejores instituciones. La legislatura misma del Estado habría estado a punto de destruirle su trabajo, destituirlo y disolver la comisión de educación, cediendo a los móviles más indignos: la intriga y la rutina. Su trabajo era inmenso y la retribución escasa, enterándola él en su ánimo con los frutos ya cosechados y el porvenir que abría a su país". Y después de pasar en reseña los adelantos de la educación pública, refiere lo que fué, diremos así, la escuela de su futuro apostolado en la enseñanza argentina: "Usted ve, querido amigo, que estos yankees tienen el derecho de ser impertinentes. Cien habitantes por milla, cuatrocientos pesos de capital por persona, una escuela o colegio para cada doscientos habitantes, cinco pesos de renta anual para cada niño y además los colegios: esto para preparar el espíritu. Para la materia o la producción tiene Boston una red de caminos de hierro, otra de canales, otra de ríos y una línea de costas; para el pensamiento tiene la cátedra del Evangelio y cuarenta y cinco diarios, periódicos y revistas; y para el buen orden de todo, la educación de todos sus funcionarios, los meetings frecuentes por objeto de utilidad y conveniencia pública, y las sociedades religiosas y filantrópicas que dan dirección e impulso a todo. ¿Puede concebirse cosa más bella que la obligación, en que está Mr. Mann, de viajar una parte del año, convocar a un meeting educacional a la población de cada aldea y ciudad a donde llega; subir a la tribuna y predicar un sermón sobre educación primaria, demostrar las ventajas prácticas que de su difusión resultan, estimular a los padres, vencer el egoísmo, allanar las dificultades, aconsejar a los maestros y hacerles indicaciones, proponer en las escuelas las mejoras que su ciencia, su bondad y su experiencia le sugieren?"

      Recordemos, al pasar, que Horacio Mann, verdadero trasuntador del eticismo emersoniano en la pedagogía, fué, para Sarmiento, el gran amigo y el gran modelo, cuyas doctrinas creyó poder sintetizar en pocas sentencias:

      —El hombre que no ha desenvuelto su razón con el auxilio de los conocimientos que habilitan su recto ejercicio, no es hombre, en la plenitud y dignidad de la acepción.

      —La ignorancia es casi un delito, pues que presupone la infracción de leyes morales y sociales.

      —La asociación de los hombres tiene por objeto la elevación moral de todos y el auxilio mutuo para asegurarse su quietud y su felicidad.

      —La propiedad particular debe proveer a la educación de todos los habitantes del país, como garantía de su conservación, como elemento de su desarrollo, y como restitución y cambio de los dones de la naturaleza que son la base de la propiedad.

      —La libertad supone la razón colectiva del pueblo.

      —La producción es obra de la inteligencia.

      Y deberíamos los argentinos releer, de tiempo en tiempo, las páginas de fondo substancioso, aunque desaliñadas en la forma, en que Sarmiento condensó la Vida de Horacio Mann (Obras, XLIII), bastando, a veces, dos párrafos, para explicar la personalidad del gran educador y el sentido emersoniano de su moral independiente: "Las pronunciadas y naturales propensiones del hombre aparecen a menudo durante su juventud, y antes que la experiencia haya venido a enseñarnos a proceder con cautela. Los que conocieron a Mr. Mann en el colegio y lo han conocido después, encontrarán muy aplicable a él esta reflexión. Se distinguía entre sus camaradas y será notable y recordado siempre, por aquellos rasgos peculiares que son constantes en su personalidad, es decir: primeramente, como un pensador original y atrevido, que lo hacía investigar por sí mismo todas las materias, sin miramiento a nadie, atendiendo sólo a la verdad y al derecho que asiste en ello; y segundo, el horror que le inspiraba toda impostura e hipocresía, aborreciendo por esto la impostura y la sátira, por atribuirlos a motivos egoístas. La osadía y la fuerza con que manifestó estos dos caracteres distintivos, han velado a los ojos del vulgo una tercera cualidad que le era también muy peculiar, a saber, el ardor y actividad del sentimiento religioso. De aquí viene que muchos no lo tomaran por un hombre religioso, en el sentido técnico de la palabra, aunque lo era verdadera y eminentemente en su significación más elevada. Investigando siempre las leyes del universo moral y físico y atribuyéndolas a Dios solo, cuando las ha encontrado, rinde a ellas y a su Autor el justo homenaje de la obediencia y de la veneración; y esto lo hacía en todas las ocasiones y hasta en los más mínimos asuntos. No sólo acata los diez mandamientos, sino diez mil más. Éste es el origen de aquel delicado sentimiento moral, de su firme y rígida fineza, de la guerra sin tregua que siempre hizo a toda clase de impiedad, de quien quiera que procediese" (pág. 331 y sig.).

      Toda la herejía emersoniana y todo su panteísmo moral parecen resumidos en esa frase con que Sarmiento hace el mayor elogio de Horacio Mann: "no sólo acata los diez mandamientos, sino diez mil más". Ésa es su interpretación expresiva de la moral sin dogmas y de la religión sin doctrinas. Al catecismo de una religión dogmática que impone obedecer diez mandamientos, y sólo esos diez, el hombre virtuoso puede violarlo si obedece los infinitos deberes que le dicta su conciencia moral, incesantemente sugeridos por la múltiple acción que puede cada uno desenvolver en beneficio de la sociedad a que pertenece.

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      Habría que estar ciego para no comprender que en Boston, en aquella atmósfera llena de Channing y de Emerson, de unitarismo y de liberalismo, verdadero almácigo de moralistas sin dogmas, recibió Sarmiento las inspiraciones educacionales que luego, durante casi medio siglo, fueron la enseña de su apostolado en nuestra patria.

      En

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